El Guardián y la Hechicera Maldita

Capítulo 1

El rugido de las antorchas encendidas llenaba la sala del trono. La luz vacilante proyectaba sombras largas y distorsionadas en las paredes de piedra mientras el viento de otoño aullaba por las ventanas del castillo. Gael, con su postura imponente y la espalda recta, se arrodilló ante el rey Eyron. Su armadura, reluciente y marcada por cicatrices de batallas pasadas, parecía una extensión de su propio cuerpo: resistente, inquebrantable. Era conocido en todo Aldar como el Guardián, el guerrero al que el rey confiaba las misiones más peligrosas y delicadas. Había combatido a demonios, cazado a bestias místicas y enfrentado a poderosos magos. Y, en todas esas pruebas, había salido victorioso.

Pero esta vez, la expresión en el rostro del rey le inquietaba.

—Gael, te he llamado porque hay una tarea que solo tú puedes realizar —la voz del rey Eryon, aunque firme, llevaba un matiz de preocupación que rara vez mostraba.

El aludido levantó la cabeza, encontrando los ojos cansados del monarca. Era un hombre que había gobernado con justicia, mas las tensiones recientes habían dejado su huella. Su cabello, una vez dorado, ahora tenía más mechones de plata, y sus hombros llevaban un peso invisible que solo los más cercanos a él podían notar.

—Lo que necesite, mi señor —dijo el guerrero con la seguridad de alguien que había enfrentado la muerte incontables veces y siempre había salido victorioso. Para él, esta sería otra misión más, otro obstáculo que superar.

El rey asintió levemente, como si estuviera escogiendo con cuidado sus próximas palabras. Después de unos minutos en silencio, habló:

—La hechicera… Selene.

Al oír el nombre, Gael sintió una punzada de incomodidad. La historia de Selene era conocida en todo Aldar: una hechicera con un poder tan inmenso que incluso el viento parecía temerla. Sin embargo, lo que la hacía aún más temida era la maldición que llevaba consigo. Se decía que el solo uso de toda su magia podría desatar una devastación que destruiría el reino y más allá. Durante años, había estado confinada en una torre solitaria, lejos de la gente, custodiada por las barreras mágicas más poderosas del reino. Nadie se atrevía a acercarse a ella. Excepto ahora, Gael.

—Mi señor, ¿qué tiene que ver ella con esto? —preguntó el guerrero, aunque ya comenzaba a sospechar la respuesta.

Eryon suspiró con profundidad y contestó:

—El tiempo de su reclusión está llegando a su fin y los enemigos del reino lo saben. Ya han comenzado a moverse fuerzas oscuras que buscan liberarla para utilizar su poder. Necesito que la protejas, Gael. No para liberarla ni redimirla, sino para asegurarte de que nadie más lo intente. Si cae en manos equivocadas, no solo Aldar, sino todo el mundo, estará en peligro.

El corazón del guerrero latió más fuerte. Custodiar a una hechicera con semejante poder no era lo que había esperado, pero el deber era claro. Si el rey lo pedía, no había otra opción.

—¿Sabes lo que está en juego? —preguntó el rey con la mirada fija en su Guardián.

—Sí, mi señor —el chico hizo una breve pausa—. No permitiré que nada ni nadie se acerque a ella.

El monarca asintió, satisfecho, pero el leve temblor en sus manos traicionaba su inquietud.

—Tienes que partir de inmediato —lo apuró—. La torre está en las montañas del norte, aislada del resto del reino. El viaje será largo y peligroso, pero sé que tú eres el hombre indicado para esta misión.

Gael inclinó la cabeza en señal de respeto, aunque sus pensamientos ya estaban en marcha. ¿Qué clase de ser era Selene? ¿Una mujer que había nacido con un poder tan grande que había sido maldecida por ello? No podía imaginar lo que sería estar confinado, temido, y tratado como una amenaza constante. Sin embargo, él no estaba allí para comprenderla. Su única misión era protegerla.

—Entendido, mi señor. Partiré al amanecer.

***

El viaje hacia las montañas del norte fue solitario y lleno de desafíos. Gael, montado en su fiel corcel negro, atravesó valles sombríos y ríos embravecidos. El viento en esa región era gélido y cada paso que daba hacia el norte sentía que la atmósfera se volvía más pesada, como si la misma naturaleza intentara advertirle sobre el peligro que le esperaba.

Después de varios días de viaje, llegó a la torre donde estaba custodiada la hechicera. La estructura era imponente, una aguja de piedra negra que se elevaba sobre un acantilado rocoso, como si hubiera sido esculpida directamente de las entrañas de la montaña. A su alrededor, la tierra parecía estéril, carente de vida, y el aire estaba cargado de una energía inquietante. La magia impregnaba el lugar y el guerrero lo sintió en cuanto cruzó el umbral. Un escalofrío recorrió su espalda, pero no vaciló.

Frente a la puerta de la torre se encontraba un antiguo sello de protección, un hechizo que solo permitía la entrada a aquellos que eran dignos. El rey Eyron le había dado un amuleto que le permitiría cruzarlo. Gael lo sostuvo con fuerza y, tras murmurar una breve oración, la puerta se abrió con un crujido resonante.

Dentro, el silencio era abrumador.

El guerrero avanzó por los oscuros corredores de piedra con paso firme mientras resonaban contra las paredes. Llegó a una gran sala circular y allí, en el centro, iluminada por un tenue rayo de luz que se colaba por una pequeña abertura en el techo, estaba Selene.




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