El Guardián y la Hechicera Maldita

Capítulo 2

La torre en la que Selene había pasado gran parte de su vida era más que una prisión de piedra y hechizos. Era un recordatorio constante de su poder incontrolable, un lugar donde los ecos del pasado la mantenían despierta por las noches para recordarle por qué había sido confinada. Desde la ventana de su cámara, el mundo exterior parecía vasto e inalcanzable, una promesa de libertad que le había sido arrebatada.

Había perdido la cuenta de los días que pasaban, de las estaciones que cambiaban fuera de la torre. Todo lo que sabía era el confinamiento, la soledad y el miedo que los demás tenían hacia ella. La hechicera maldita, así la llamaban. La mujer cuyo poder estaba ligado a una maldición tan antigua como las estrellas. Si utilizaba toda su magia, la devastación se desataría. Así se había dicho y así lo había creído, hasta que ese guerrero había cruzado la puerta.

Gael, lo llamaban. Un Guardián del reino, imponente y decidido, tal como lo habían sido otros antes que él. Aunque había algo distinto en él, algo que la inquietaba de maneras que no esperaba. Su presencia era sólida, como una muralla erguida entre ella y el mundo. Pero, a diferencia de los anteriores, no había sentido el mismo tipo de desprecio o temor inmediato en sus ojos. No, lo que veía en Gael era algo más: disciplina, control y una chispa de intriga. Y aunque la había tratado con distancia y desconfianza en su primer encuentro, algo en su postura le decía que él no la subestimaba.

La mañana siguiente a la llegada del guerrero, Selene se encontraba en su cámara, meditando en silencio. Las paredes de piedra absorbían cualquier ruido exterior y el único sonido que la acompañaba era el leve susurro del viento que se filtraba por la grietas. El tiempo parecía haberse detenido en este lugar y, sin embargo, en su interior, la sensación de movimiento era constante. La chica no podía ignorar la presencia del Guardián, aunque estuviera lejos, firme en su puesto como vigilante.

Los pasos de Gael resonaron desde la escalera que conducía a su habitación. La joven cerró los ojos, intentando mantener su serenidad, pero un nudo de frustración creció en su interior. Sabía que el guerrero no confiaba en ella y no podía culparlo. A lo largo de los años, había escuchado los rumores que circulaban en el reino: la hechicera que podía destruir mundos, la criatura que no merecía la libertad. Y, a pesar de todo, ella no había hecho más que seguir viviendo con el peso de una maldición que no había pedido.

—He traído comida —dijo el chico con la voz firme, mas sin el tono autoritario que habría esperado. Ella abrió los ojos lentamente.

Gael estaba de pie junto a la puerta de su cámara, con un plato de comida en sus manos. El contraste entre la robustez de su armadura y la suavidad del acto de traerle alimento no pasó desapercibido para ella. Era una paradoja interesante.

—No tengo hambre —respondió, girando la mirada hacia la ventana para intentar que su tono sonara indiferente, aunque una parte de ella agradecía el gesto.

El guerrero no se movió. Simplemente observó por un momento, con sus ojos oscuros y profundos, como si intentara leer más allá de las palabras que ella no decía. El silencio se alargó, creando una tensión palpable entre ambos.

—Aunque no lo creas, no estoy aquí para encerrarte más de lo que ya lo estás —dijo él finalmente. Selene no pudo evitar girar su rostro hacia él, incrédula.

—¿Y entonces para qué estás aquí? —preguntó con una risa amarga—. ¿Para observarme? ¿Para asegurarte de que no desato el fin del mundo?

El muchacho dejó el plato sobre una mesa cercana, cruzó los brazos sin apartar la mirada de ella y dijo con calma:

—Estoy aquí para protegerte, pero también para proteger al reino. Es lo que me han ordenado. No obstante, eso no significa que sea tu carcelero.

Selene se levantó de su asiento con pasos ligeros y llenos de determinación mientras se acercaba a él. Estaba acostumbrada a ser temida, a ser tratada como un monstruo, pero Gael no parecía mostrar ese miedo abrumador. A pesar de todo, había un filo en su mirada que la ponía a prueba.

—No necesito tu protección —espetó—. Lo que necesito es mi libertad, algo que parece que todos están dispuestos a negarme.

El guerrero la observó en silencio con una máscara de neutralidad en su rostro. No obstante, algo en su mirada cambió, como si viera algo más allá de la fachada que ella había construido. Algo más profundo, más humano.

—Todos necesitamos protección de algo, incluso si no lo admitimos —comentó él con suavidad.

La chica sintió que algo se removía en su interior ante esas palabras. Durante años, había sido prisionera de su propia magia, de su maldición y de los temores de los demás. Y había olvidado lo que era sentir que alguien pudiera verla como algo más que una amenaza. Sin embargo, no podía permitirse bajar la guardia. No cuando el precio de su magia era tan alto.

—Crees que soy peligrosa, ¿verdad? —inquirió con un tono que casi rozaba el desafío—. ¿Que en cualquier momento puedo perder el control y destruirlo todo?

Gael no respondió de inmediato. En lugar de ello, la miró con una intensidad que la joven no esperaba y, después, contestó:

—No sé si eres peligrosa, pero sí sé que tu poder es inmenso. No soy alguien que toma riesgos a la ligera y, por lo que veo, tú tampoco.




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