Los primeros indicios llegaron como rumores, murmullos que se filtraban entre los guardias y mensajeros del reino. Al principio, Gael había desestimado esas historias, pensando que no eran más que invenciones nacidas del miedo y la superstición. Sin embargo, a medida que los días pasaban y más informes llegaban, su inquietud comenzó a crecer.
En los pueblos cercanos a la torre, criaturas hechas de pura oscuridad habían empezado a aparecer, aterrorizando a los aldeanos y dejando tras de sí solo destrucción. Estos seres, descritos como Sombras Animadas, no dejaban rastros físicos, pero el rastro de miedo que sembraban era innegable. El guerrero sabía que algo siniestro se estaba gestando, algo que estaba mucho más allá de las amenazas a las que estaba acostumbrado a enfrentarse.
La torre de Selene permanecía aislada en lo alto de una colina escarpada, rodeada de bosques y acantilados. Su ubicación estratégica había sido elegida precisamente por ser difícil de alcanzar, mas con las nuevas amenazas surgiendo en el reino, Gael no podía evitar pensar que ni siquiera la distancia podría protegerlos por mucho tiempo.
Una noche, mientras el chico repasaba los informes que le habían llegado del castillo, un escalofrío recorrió su columna. Las palabras escritas en tinta negra sobre el pergamino parecían brillar bajo la luz tenue de la antorcha, como si estuvieran impregnadas de magia oscura. Los relatos eran similares: las criaturas atacaban al anochecer, emergiendo de la nada, devorando la luz, y desaparecían antes de que alguien pudiera organizar una defensa efectiva.
El guerrero apretó los puños con frustración. Sabía que tenía que proteger a la hechicera, que su deber era mantenerla a salvo dentro de los muros de la torre, sin embargo, cuanto más leía, más claro le resultaba que este no era solo un ataque fortuito. Alguien estaba detrás de estas bestias y no podía evitar sospechar que los eventos estaban ligados a la maldición de la muchacha.
Por un momento, levantó la mirada de los informes y sus ojos se fijaron en la figura de Selene, quien estaba sentada junto al fuego en la habitación principal. Aunque siempre había una distancia fría entre ambos, algo había cambiado en los últimos días. El mutuo respeto, aunque no dicho, comenzaba a surgir. Gael podía sentir que la chica no era la amenaza que el rey le había hecho creer. Era poderosa, sí, pero también una prisionera de su propia maldición.
—¿Te han llegado más noticias? —preguntó ella sin apartar la vista de las llamas. Su voz, aunque serena, llevaba una nota de preocupación que no podía ocultar.
El chico asintió y dejó el pergamino sobre la mesa al contestar:
—El reino está sufriendo ataques. Sombras, criaturas hechas de magia oscura, están devastando pueblos cercanos. Los informes son cada vez más alarmantes. El rey sospecha que alguien está tratando de desatar tu maldición.
La joven no mostró sorpresa al escuchar esas palabras. En su vida, había aprendido a esperar lo peor. Sus ojos grises brillaron con una mezcla de resignación y tristeza al observar las llamas parpadear.
—Esas criaturas no son una coincidencia —murmuró ella—. Son el preludio de algo más grande. Puedo sentir la magia oscura en el aire. Está creciendo.
El guerrero frunció el ceño. Él también podía sentirlo, aunque no lo admitiera fácilmente. Había una opresión constante, una sensación de que algo malévolo acechaba en las sombras, esperando su momento para atacar.
—¿Crees que esas bestias están vinculadas a ti? —interrogó él con los ojos buscando alguna verdad oculta en el rostro de ella.
Selene soltó una risa amarga, cargada de dolor y respondió con frialdad:
—Mi maldición es un imán para el caos y la destrucción. Siempre ha sido así. Dondequiera que vaya, las sombras me siguen. Pero no soy la causante de esto. Alguien está manipulando la oscuridad, usando mi maldición como una excusa para sembrar el terror.
Gael la observó con atención, intentando descifrar sus emociones. En su interior, sabía que ella decía la verdad. Selene podía estar maldita, pero no era malvada. Su poder no era el problema; era la manera en que otros lo deseaban y lo temían.
—Debemos hacer algo antes de que estas criaturas lleguen aquí —continuó él al acercarse a ella con resolución—. No podemos quedarnos esperando.
—¿Y qué sugieres? ¿Huir? —la chica lo miró con expresión dubitativa en los ojos—. El rey me ha confinado aquí por una razón, Gael. Si salgo de esta torre, no solo estaré desafiando su mandato, sino que podría desatar algo aún peor.
El chico cruzó los brazos a la altura del pecho, reflexionando sobre sus palabras. El dilema era claro. El reino estaba bajo ataque y la hechicera estaba en el centro de todo. Protegerla significaba mantenerla a salvo en la torre, pero también sabía que el encierro no los protegería por mucho tiempo. Las sombras, tarde o temprano, vendrían y no podían enfrentarlas sin permanecían estáticos.
—No estoy hablando de huir —respondió él con tono firme—. Pero sí creo que necesitamos actuar antes de que sea demasiado tarde. Si estas sombras son enviadas por alguien que desea desatar tu maldición, entonces debemos detenerlo antes de que lo logre.
La muchacha se quedó en silencio, evaluando sus opciones. Por primera vez en mucho tiempo, alguien no la trataba solo como una prisionera o una amenaza. El chico, aunque todavía distante, parecía genuinamente preocupado por lo que le sucedía a ella y al reino.