La oscuridad del bosque que los rodeaba era densa y apabullante. El fuego que Gael había encendido crepitaba débilmente, emitiendo un calor tibio que apenas combatía el frío nocturno. Selene estaba sentada frente a él con sus ojos fijos en las llamas, aunque Gael podía sentir que su mente estaba a kilómetros de distancia. Desde su huida de la torre, había sentido la creciente tensión entre ellos, no solo por los peligros que los acechaban, sino por algo más profundo, algo que ninguno de los dos había nombrado, pero que flotaba en el aire, como una promesa rota antes de ser hecha.
El Guardián, que siempre había sido un guerrero firme y decidido, sentía que el peso de su deber comenzaba a ceder ante algo que no podía controlar: sus propios sentimientos. Cada día que pasaba junto a la chica, la bruja maldita que debía custodiar, la imagen que el reino había pintado de ella como una amenaza mortal se desdibujaba. Era fuerte, sí, pero también estaba rota de maneras que solo alguien que llevaba cicatrices invisibles podía entender. Y ahora, mientras el viento susurraba entre las ramas y el fuego arrojaba sombras danzantes, Gael sabía que había algo que Selene no le había contado.
—Hay algo que no me has dicho —dijo al romper el silencio con la voz profunda y suave, como si temiera que el sonido pudiera romper el frágil momento que compartían.
La muchacha no lo miró de inmediato, mas su respiración se hizo más lenta y el guerrero notó la tensión en sus manos que descansaban sobre su regazo. Tras un momento de silencio, finalmente habló con voz baja y firme, como si cada palabra le costara más de lo que quisiera admitir.
—La maldición —empezó mientras mantenía la vista en el fuego—. Hay mucho más de lo que te han dicho.
Gael se inclinó ligeramente hacia adelante, instintivamente al saber que lo que estaba a punto de escuchar cambiaría todo. Su instinto de guerrero le decía que se preparara para algo más peligroso que cualquier batalla, pero sus emociones lo empujaban a escucharla, a comprender la carga que ella había llevado sola durante tanto tiempo.
—Fue Nythor, el dios oscuro —continuó Selene con voz vacilante—. Cuando era niña, antes de que mi poder se manifestara, mi familia hizo un pacto con él. Desesperados por obtener protección en un tiempo de caos, mis padres, sin saberlo, me ofrecieron como ofrenda.
El chico frunció el ceño con el horror palpable en sus ojos. Era difícil imaginar a una niña, inocente y vulnerable, sometida a los designios de una deidad tan siniestra.
—Yo no lo sabía, claro. No hasta que Nythor apareció frente a mí, el día en que mi magia emergió por primera vez. Era un dios cruel, sediento de poder. Su promesa era clara: mis habilidades me harían poderosa, pero a un precio. Si alguna vez amaba a alguien verdaderamente, si sentía ese tipo de conexión profunda… el mundo mismo sería condenado —prosiguió ella casi ausente.
—¿Condenado? —preguntó él con voz ronca por la incredulidad.
Selene asintió y levantó los ojos hacia él con las pupilas llenas de un dolor insondable. Aquel muro de frialdad que siempre había levantado entre ellos comenzaba a desmoronarse.
—Si el amor verdadero toca mi corazón, la maldición se romperá. Pero cuando eso suceda, el mundo pagará el precio. Él lo diseñó así, sabiendo que la emoción más pura y humana podría desatar la destrucción. El poder que he contenido durante años se liberará y, con ello, el caos absoluto. Ni tú ni yo sobreviviríamos. Nadia lo haría.
El silencio que siguió a su confesión fue abrumador. Las palabras de Selene resonaban en la mente de Gael y lo hizo retroceder mentalmente ante la magnitud de lo que ella acababa de revelar. No solo se trataba de una maldición personal, sino de una amenaza para el mundo entero. Si su atracción hacia ella, esa chispa que ya sentía, llegaba a florecer en amor verdadero, desataría una tormenta de destrucción.
El guerrero cerró los ojos, intentando procesar la información. Como Guardián, su deber siempre había sido proteger al reino, poner su vida y su lealtad por encima de cualquier otra cosa. Pero aquí estaba, enfrentándose a un dilema que jamás había imaginado. No se trataba solo de cumplir con una misión. Su deber estaba entrelazado con sus emociones y esa era una batalla que no sabía cómo pelear.
—¿Cómo… Cómo has vivido con esto? —inquirió él con voz temblorosa de una manera que nunca había sentido antes. Gael, el guerrero invencible, se encontraba vulnerable.
Selene lo miró con sus ojos grises cargados de una tristeza profunda.
—No ha sido vida, Gael —contestó con una amargura que cortaba como una hoja afilada—. He estado enjaulada, no solo por el reino, sino por mi propia existencia. He estado sola todo este tiempo, temiendo que cualquier conexión, cualquier emoción que pudiera desarrollar, fuera la chispa que encendiera la destrucción. Es por eso que he mantenido mi distancia, que me he mostrado fría ante el mundo. No puedo permitirme sentir.
El guerrero se levantó de su lugar junto al fuego, incapaz de permanecer quieto. Caminó unos pasos antes de detenerse, observando las sombras que las llamas proyectaban en las paredes de la cueva. Sentía el peso de sus emociones acumulándose, una presión en su pecho que apenas podía contener.
—Y ahora… —comenzó, pero no terminó la frase. Sabía lo que quería decir, mas las palabras se atascaban en su garganta. Lo que él sentía por la hechicera, aunque apenas estaba empezando a desarrollarse, ya era innegable. Y si ese sentimiento crecía, si llegaba a convertirse en lo que ambos temían, las consecuencias serían inimaginables.