El Guardián y la Hechicera Maldita

Capítulo 7

El aire de la noche era denso, cargado de una tensión palpable que no tenía nada que ver con las criaturas oscuras que acechaban en las sombras. Selene y Gael habían escapado por poco de otro enfrentamiento con sus cuerpos agotados, sus mentes tensas por las constantes luchas. El bosque, que parecía no tener fin, los envolvía en un abrazo ominoso, y la sensación de peligro inminente nunca los abandonaba. Pero esta vez, había algo más, algo que latía bajo la superficie, algo que ninguno de los dos podía seguir ignorando.

Gael se sentó junto al fuego que había encendido con los músculos aún tensos por el combate reciente. A pesar de su entrenamiento, notaba cómo su cuerpo se debilitaba lentamente por la constante fatiga. Desde que había decidido huir con Selene de la torre, no habían tenido un solo momento de paz real. El enemigo los perseguía sin descanso y las emboscadas se sucedían una tras otra. Pero había algo más que lo perturbaba, algo que lo mantenía despierto en las noches, incluso más que las criaturas de sombra.

Selene, la hechicera maldita. La mujer que debía custodiar, aunque cada día se volvía más imposible de contener dentro de los límites de una misión. Ella no era lo que esperaba. No era el monstruo que le habían pintado en la corte. Era compleja, fuerte y, sin embargo, vulnerable de una manera que lo desarmaba. Había algo en su fragilidad oculta, en la tristeza en sus ojos, que hacía que el guerrero se sintiera más protector de lo que nunca había estado en toda su vida.

Ella, por su parte, estaba más allá de la extenuación. Cada uso de su magia, por mínimo que fuera, la debilitaba, pero lo que realmente le pesaba no era el cansancio físico, sino la creciente atracción que sentía por Gael. Había pasado tantos años en soledad que el calor de su cercanía le resultaba embriagador, casi doloroso. Y sabía que no debía dejarse llevar por esos sentimientos. Permitir que algo más profundo creciera entre ellos solo aceleraría la caída de ambos. Sin embargo, ya no podía ignorarlo. La forma en que el chico la miraba, la forma en que su mera presencia la hacía sentir viva después de tanto tiempo en las sombras, era innegable.

—Estás herido —le dijo ella al romper el tenso silencio.

Gael levantó la vista hacia ella. Apenas había notado el corte en su brazo, una marca dejada por las garras de una de las criaturas oscuras que los había atacado. Era una herida superficial, pero el agotamiento hacía que pareciera más grave de lo que era.

—No es nada —respondió él con su voz grave y baja.

Selene se arrodilló junto a él, ignorando sus protestas, y colocó una mano sobre la herida. Un suave resplandor azul emanó de sus dedos mientras susurraba unas palabras en un idioma antiguo. El guerrero sintió una sensación de calor que se extendía desde el lugar del corte, una calidez reconfortante que aliviaba el dolor.

—Sabes que no tienes que hacer esto —murmuró él, pero Selene no respondió. Se concentraba en su tarea, aunque él sabía que no solo estaba sanando su brazo.

Cuando la luz de su magia se desvaneció, la hechicera no se movió. Sus dedos aún rozaban la piel del hombre, y un silencio cargado de significado se instaló entre ellos. Ambos sentían el magnetismo creciente, la atracción que había estado hirviendo a fuego lento desde el principio. Era un peligro que ambos comprendían, mas ninguno parecía dispuesto a detenerse.

Gael tomó la mano femenina y, por primera vez, ella no lo rechazó. No podía. Los días de lucha, las noches compartidas bajo las estrellas, habían desgastado sus defensas. Y ahora, el contacto de su mano sobre la suya parecía encender algo dentro de ella, algo que había intentando apagar durante tanto tiempo.

—No puedo hacer esto —susurró ella, aunque su cuerpo no se apartaba de él.

—Lo sé.

El silencio entre ellos creció, pero ya no era incómodo. Era pesado, cargado de una energía que los envolvía, que los acercaba más y más, como si algo los empujara hacia el abismo, hacia una caída inevitable. Gael se acercó un poco más para inclinarse hacia ella con sus respiraciones sincronizadas, los latidos de sus corazones golpeando al mismo ritmo.

—Gael… —murmuró ella, intentando advertirle, no obstante, la advertencia se desvaneció antes de que pudiera completarla.

Los labios de él rozaron los de ella, un toque apenas perceptible, como si estuvieran probando los límites de lo prohibido. Pero en ese instante, la represión, la tensión y el peligro de todo lo que representaban, explotó. Selene lo besó con una pasión que la sorprendió a sí misma, y el guerrero respondió de la misma manera, con una intensidad que había estado conteniendo durante tanto tiempo.

No era solo deseo. Era la liberación de todo lo que ambos habían estado evitando. Cada toque, cada caricia era una mezcla de desesperación y necesidad. Selene había vivido tanto tiempo en la oscuridad que el calor del cuerpo del chico contra el suyo era como un ancla, una conexión a algo real, a algo tangible en un mundo que siempre la había rechazado.

El Guardián no pensaba en el mañana, no pensaba en la maldición ni en las consecuencias. En ese momento, solo existía ella, Selene, la mujer detrás de la hechicera. Su cuerpo respondía al suyo como si fueran dos piezas del mismo rompecabezas, encajando perfectamente en una danza que no necesitaba palabras, solo sensaciones.

***

La noche avanzó y los sonidos del bosque desaparecieron a su alrededor. Solo quedaban ellos dos, compartiendo una intimidad que trascendía cualquier advertencia, cualquier profecía oscura. Pero cuando finalmente se separaron, cuando la pasión de la noche se desvaneció, ambos sabían que el peligro no había desaparecido.




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