El Guardián y la Hechicera Maldita

Capítulo 8

La mañana que siguió a la noche de su rendición emocional fue fría y silenciosa. El aire entre la pareja estaba lleno de palabras no dichas, cargado con la gravedad de lo que había sucedido. Habían cruzado una línea que sabían era peligrosa, pero el verdadero peligro no venía solo de sus corazones. Desde el amanecer, una sensación de inquietud los había envuelto, como si el mundo mismo susurrara advertencias.

Mientras recogían sus pocas pertenencias y apagaban el fuego, Gael notó cómo Selene se mantenía a distancia. Su mirada estaba fija en el horizonte, pero él podía ver la batalla interna que luchaba. Sentía la culpa y no solo por el peso de la maldición. Sabía que su conexión los había puesto en un peligro aún mayor, mas no había vuelta atrás.

—Tenemos que seguir adelante —dijo el guerrero para romper el silencio.

Selene asintió sin responder de inmediato. Estaba distraída con sus pensamientos, muy lejos de aquel campamento improvisado.

—Algo se acerca —comentó ella en voz baja y cautelosa.

Gael frunció el ceño mientras su mano se dirigía instintivamente al mango de su espada. La tensión que había estado sintiendo se intensificó. No había criaturas visibles en los alrededores, pero confiaba en los instintos de Selene. Su magia era como una red sensible, capaz de captar las energías que él no podía ver.

—¿Qué es? —preguntó con un tono más agudo.

—Es… oscuro. No puedo definirlo claramente. Nos está observando, esperando —los ojos de la chica brillaban con preocupación mientras sus palabras caían como piedras pesadas sobre Gael.

La preocupación se profundizó en su pecho. Durante días, habían estado huyendo, sorteando ataques de criaturas que surgían de la oscuridad. Pero ahora, la amenaza parecía ser mucho más tangible. Sabía que no podían permitirse una confrontación en ese estado, agotados y vulnerables.

—Tenemos que movernos rápido —ordenó el guerrero ajustando su espada y preparando su mochila.

Empezaron a caminar a paso rápido, atravesando el denso bosque que parecía volverse cada vez más oscuro a medida que avanzaban. Las hojas caían en remolinos silenciosos y el sonido de sus botas sobre el suelo mojado de la mañana era lo único que rompía el silencio. Cada sombra se volvía una amenaza potencial y ambos estaban en alerta, preparados para cualquier cosa.

Pero lo que no esperaban era que el enemigo estuviera mucho más cerca de lo que creían.

Cuando finalmente emergieron del bosque hacia una pequeña colina rocosa, fue Selene quien sintió primero el cambio en el aire. Un escalofrío recorrió su columna vertebral y levantó una mano mientras se detenía en seco. Gael, detrás de ella, se tensó, listo para cualquier ataque.

—Algo no está bien —murmuró ella.

El guerrero miró a su alrededor, buscando cualquier señal de peligro. Pero lo que vio lo dejó helado.

Frente a ellos, la figura de un hombre emergió entre las sombras de las rocas. Alto, delgado y envuelto en una túnica negra que parecía absorber la luz a su alrededor, sus ojos brillaban con una luz maligna que hizo que el Guardián apretara los dientes. Lo reconoció al instante, incluso sin haberlo visto antes.

—Morthak —habló el guerrero con voz gélida.

El hechicero oscuro sonrió, un gesto que no alcanzó sus ojos.

—Así que ya conoces mi nombre, Guardián. Eso facilita las cosas.

Selene dio un paso atrás con sus manos temblando ligeramente mientras sentía la oleada de magia oscura que emanaba de Morthak. Su poder era abrumador y, aunque había sentido la presencia de enemigos antes, nada la había preparado para lo que ahora enfrentaban. El peligro estaba más cerca que nunca.

—¿Qué quieres? —demandó Gael al ponerse entre el hechicero oscuro y la chica, con los dedos firmemente envueltos alrededor de la empuñadura de su espada.

—Lo que siempre he querido —respondió el recién llegado, como si estuviera hablando de algo trivial—. El poder que reside en ella.

Su mirada se fijó en Selene y, aunque no dijo más, el brillo en sus ojos dejó claro que veía a la hechicera como un simple instrumento para sus planes.

—No dejaré que la toques —dijo con firmeza el guerrero.

Morthak soltó una carcajada baja y oscura.

—¿Dejarme? Guardián, ¿realmente crees que puedes detenerme? Sabes lo que ella es. Sabes lo que su maldición puede hacer. Y aún así, insistes en protegerla, en mantenerla a salvo. Sin embargo… ¿de qué? ¿De mí? ¿O del desastre que ella misma desatará?

Gael no respondió. Sus palabras eran veneno, pero había algo de verdad en ellas. Sabía que Selene era un peligro, mas no permitiría que alguien como Morthak la usara para sus propios fines oscuros.

La chica dio un paso adelante con voz firme, aunque su interior temblaba, y habló:

—No soy un arma que puedas controlar, Morthak. Mi poder no te pertenece.

El hechicero entrecerró los ojos pasando de una expresión de burla suave a una seriedad peligrosa.

—Oh, pero lo harás, Selene. Lo harás. Porque no tienes opción. Si no te unes a mí, seré yo quien desate la maldición. Yo haré que todo caiga y, cuando lo haga, será tu nombre el que maldigan por generaciones.




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