El aire estaba impregnado de una energía densa y oscura. Gael y Selene, agotados por la batalla, apenas podían mantenerse en pie. Los restos del ejército del hechicero se desvanecían en sombras mientras Morthak los miraba desde la distancia con el rostro pálido y los ojos llenos de rabia. El santuario, una vez lleno de luz y poder antiguo, ahora vibraba con una energía caótica que amenazaba con romperse en mil pedazos. El reino mismo estaba al borde del colapso.
La chica, con la respiración entrecortada, observó el caos que se desataba a su alrededor. Sabía lo que debía hacer. Lo había sabido desde el momento en que Morthak comenzó a manipular las fuerzas oscuras para desatar la maldición en su totalidad. Ella era la clave y su sacrificio era el único camino para detenerlo.
—No hay otra forma —murmuró en un susurro, casi inaudible.
Gael, apoyado en su espada y con la sangre corriendo por su brazo, levantó la mirada hacia ella. Su cuerpo estaba lleno de heridas, y el agotamiento comenzaba a vencerlo, mas sus ojos estaban fijos en Selene. Sabía que algo estaba mal.
—¿De qué estás hablando? —preguntó mientras se forzaba a mantenerse firme—. No voy a dejar que te sacrifiques. No así.
La joven cerró los ojos por un breve momento, sintiendo el peso de su maldición apretando su corazón. El poder dentro de ella era una tormenta incontrolable, una fuerza que, si se liberaba por completo, no solo destruiría al hechicero, sino que podría aniquilar a todo el reino. Sin embargo, ese poder también era la única forma de acabar con la maldición y liberar al reino del terror que se cernía sobre él.
—Si no lo hago, todo estará perdido —dijo ella con la voz rota por la tristeza—. Esta maldición… siempre ha sido mi carga. Fui marcada desde el día en que nací, destinada a traer destrucción si no la controlaba. Pero ya no puedo controlarlo, Gael. Mi sacrificio es la única opción.
El guerrero sacudió la cabeza con fuerza. Sus ojos estaban llenos de desesperación. No podía aceptarlo. Había pasado tanto tiempo protegiéndola, luchando contra sus propios sentimientos por ella, para llegar a este punto solo para perderla.
—No puedes hacerlo. No puedo dejar que lo hagas —su voz era firme, pero el dolor en sus palabras era inconfundible.
La muchacha lo miró con sus ojos cargados de emociones. Sabía que él no la dejaría ir sin luchar, mas no había más tiempo. Cada segundo que pasaba, Morthak se hacía más fuerte y el reino sufría.
—Gael, escucha —le habló ella al tomar una decisión en su interior—. Si yo libero mi poder, sí, puedo destruir a Morthak, pero el costo será demasiado alto. El reino se desmoronará. No podemos permitir que eso ocurra —las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, aunque intentaba mantener la compostura—. Esto… Esto es lo que debo hacer.
El Guardián avanzó hacia ella, tambaleante por el cansancio, pero lleno de determinación. Su mirada era intensa, llena de amor y desesperación.
—No, Selene. No permitiré que te sacrifiques por un destino que no elegiste. No cuando hemos llegado tan lejos —su mano, temblorosa, se extendió para tocar la de ella—. Yo lo haré. Me sacrificaré por ti.
La chica lo miró, incrédula y preguntó:
—¿Qué estás diciendo?
—No te permitiré que te destruyas a ti misma. Si hay un sacrificio que hacer, lo haré yo —la miró con una intensidad que le quitó el aliento—. Mi vida ha sido para proteger a este reino, pero mi corazón es tuyo. Si mi muerte puede salvarte a ti y al reino, entonces es un precio que estoy dispuesto a pagar.
Selene sacudió la cabeza con el cuerpo temblando ante la enormidad de lo que él estaba proponiendo. No podía aceptar que él se ofreciera en su lugar. No podía soportar la idea de perderlo, no después de todo lo que habían vivido juntos, no después de haber descubierto que lo amaba.
—No, no puedo dejar que lo hagas. No puedo perderte —dijo ella con la voz quebrada.
Pero él ya lo había decidido. Se inclinó hacia ella, rozó su frente con sus labios mientras la envolvía en un último abrazo. Sabía que su tiempo juntos había sido corto, no obstante, también sabía que su amor por ella era lo único que podía hacer que todo valiera la pena.
—Ya no es tu decisión —contestó él con suavidad—. Te protegeré, Selene. Siempre lo haré, aunque me cueste la vida.
Antes de que ella pudiera reaccionar, el guerrero se apartó de ella y se dirigió hacia el centro del santuario. Allí, el poder del lugar resonaba con la antigua magia del reino. Gael levantó su espada y, con un grito lleno de desesperación y amor, la hundió en el suelo, invocando el poder del santuario.
La energía mágica brotó del suelo para envolverlo en un halo de luz. Morthak, que hasta entonces había estado observando, dio un paso hacia adelante con los ojos llenos de sorpresa y miedo.
—¡No! —gritó el hechicero al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo.
La luz que envolvía al Guardián comenzó a arder con más intensidad y Selene sintió cómo su corazón se rompía al ver lo que estaba sucediendo. La magia del santuario estaba tomando la vida de Gael, absorbiendo su esencia para sellar la maldición y destruir a Morthak.
Selene cayó de rodillas mientras las lágrimas caían por su rostro. Quería detenerlo, pero sabía que no podía. El guerrero estaba haciendo el sacrificio por ella. Un sacrificio que ella nunca podría pagar.