El Guardián y la Hechicera Maldita

Capítulo 11

La batalla había terminado, pero el santuario seguía temblando, como si el eco de la magia desatada aún vibrara en el aire. El cuerpo inerte de Gael yacía ante Selene con la respiración apenas perceptible. Los rayos del amanecer comenzaron a filtrarse a través de las ruinas del santuario, iluminando el rostro pálido del guerrero. Las sombras que una vez amenazaron con consumir el reino se habían desvanecido, pero el costo de la victoria pendía sobre la chica como una pesada nube.

El reino estaba a salvo, pero Gael, su protector, su compañero, su amor, estaba muriendo.

Selene se arrodilló junto a él con las lágrimas llenando sus ojos. Sabía que debía tomar una decisión y que cualquier elección que hiciera traería consigo un sacrificio inimaginable. Había pasado años creyendo que su poder era una maldición, algo que debía ser contenido a toda costa. Pero ahora, con el guerrero al borde de la muerte, sabía que debía romper con esa visión. Él la había salvado una vez y ahora era su turno.

—Gael… —susurró con la voz quebrada por el dolor—. No puedo perderte. No después de todo lo que hemos pasado.

Pero la realidad era cruel. Sabía lo que debía hacer para salvarlo. Sabía que la única forma de traerlo de vuelta era desatando todo su poder, liberando completamente la magia oscura que había sido impuesta sobre ella por el dios Nythor. Ese poder que, si no se controlaba, podría traer caos y destrucción al reino. El mismo reino que acababan de salvar.

Mientras sus lágrimas caían sobre el rostro del Guardián, sintió que su corazón se rompía una vez más. Ella podía sentir el pulso débil de su vida que se desvanecía bajo sus manos, y con cada segundo que pasaba, sabía que se le acababa el tiempo.

—No puedes dejarme —dijo con un nudo en la garganta—. No después de todo lo que hemos superado. No después de lo que me has mostrado.

El silencio era ensordecedor, solo interrumpido por el débil susurro del viento entre las ruinas. Selene no podía pedirle ayuda a nadie. Era la única que podía tomar esta decisión y sabía que no habría vuelta atrás.

La opción de liberarlo estaba allí, al alcance de su mano. Todo lo que tenía que hacer era soltar las barreras que contenían su poder. El precio sería alto. Liberar toda esa energía destruiría su magia para siempre y, con ello, la conexión que tenía con la esencia del reino. Su magia había sido tanto una maldición como una bendición; sin ella, quedaría vacía, despojada de todo lo que alguna vez fue.

Pero ¿qué era la magia comparada con el amor que sentía por Gael?

Recordó la primera vez que lo vio, cuando la trató como a una amenaza, un monstruo. Había cambiado desde entonces, lo había visto en sus ojos. Había comenzado a verla como algo más, como una mujer que había sufrido tanto como él y, a pesar de sus reservas, él la había amado. Y ahora, esa conexión, ese amor, era lo único que importaba.

—No te dejaré morir —Selene cerró los ojos, respirando hondo mientras la energía oscura comenzaba a agitarse dentro de ella. Su cuerpo tembló a medida que el poder antiguo se removía, listo para ser liberado—. Si esto significa perderlo todo, entonces que así sea.

Las palabras de los antiguos hechiceros resonaron en su mente: “El amor verdadero puede romper cualquier maldición, pero el precio será alto”. Y Selene lo entendía ahora. El precio no era solo la vida de Gael o la estabilidad del reino. Era su propio sacrificio, su renuncia a la única cosa que siempre había definido quién era: su magia.

Con una última mirada al guerrero, la hechicera levantó las manos sobre su cuerpo. El aire a su alrededor comenzó a arremolinarse y una luz oscura, casi tangible, comenzó a emanar de sus palmas. Era la magia maldita, la misma que había sido sellada dentro de ella durante años, pero ahora la estaba canalizando en un única dirección: salvar a Gael.

Sintió la energía recorriéndola, consumiéndola desde dentro. Su magia, la que había temido tanto tiempo, estaba siendo liberada por completo, pero en lugar de desatar el caos, la concentró en un solo propósito. Su Guardián.

—Por favor… vuelve —murmuró mientras la luz oscura fluía de sus manos hacia el cuerpo del chico.

El cuerpo del joven, inmóvil hasta ahora, comenzó a reaccionar. Al principio fue solo un pequeño espasmo, mas luego su respiración se hizo más profunda. Selene sintió cómo la vida volvía a él, cómo su sacrificio estaba funcionando.

A medida que más poder fluía de su interior, la hechicera empezó a sentir las consecuencias. Su propia energía vital se drenaba a medida que transfería su magia a Gael. El poder que había contenido durante tanto tiempo se estaba escapando y, con él, la esencia de quién era.

Gael abrió los ojos lentamente, como si despertara de un largo sueño. Sus ojos, confusos al principio, se encontraron con los de la chica y la comprensión lo golpeó. Se incorporó, aún débil, pero vivo.

—¿Selene? —preguntó con la voz ronca y llena de alivio—. ¿Qué has hecho?

La aludida sonrió débilmente, con su rostro pálido y sereno. Sabía que había tomado la decisión correcta, aunque el costo había sido más alto de lo que alguna vez imaginó. Sintió cómo la última chispa de su magia la abandonaba, dejándola vacía por dentro.

—Te he salvado —contestó ella con suavidad, apenas capaz de mantenerse consciente—. Era la única forma.




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