El Guardián y la Hechicera Maldita

Capítulo 12

El aire fresco de la mañana llenaba los pulmones del guerrero mientras se levantaba del lecho improvisado que había hecho la noche anterior. A su alrededor, el bosque vibraba con una calma renovada, como si las sombras que alguna vez lo habían dominado se hubieran disipado para siempre. Los cantos de los pájaros eran un recordatorio de que, a pesar de las cicatrices que el reino aún llevaba, la vida continuaba. Aldar se estaba recuperando, pero para la pareja, este era un nuevo amanecer.

Selene todavía dormía con el rostro sereno como pocas veces lo había visto. Durante semanas, no había habido paz para ninguno de los dos, ni un respiro entre batalla tras batalla. Ahora, las líneas de preocupación que habían marcado su frente estaban suavizadas y Gael no pudo evitar sonreír al verla así, libre de la carga que había llevado durante tanto tiempo. Se arrodilló junto a ella y la observó, la dulzura de sus facciones ahora resaltaba en ausencia de la magia oscura que una vez la había definido.

Para Selene, la libertad no había sido un simple concepto; había sido una lucha constante contra su propia naturaleza. Y aunque había perdido su poder, su sacrificio la había liberado de la maldición y de la sombra del dios Nythor. Gael sabía que este cambio sería difícil para ella; después de todo, su magia había sido una parte de quién era, incluso si había sido una carga. Ahora, sin ella, debía aprender a vivir una vida diferente, una vida sin los confines de una torre o la amenaza de destruir todo a su alrededor.

El guerrero se enderezó envuelto en sus propios pensamientos. El reino de Aldar estaba a salvo y, aunque muchos celebraban la caída de Morthak y el fin de la maldición de Selene, Gael sentía que su misión había terminado. Ya no era el Guardián del reino. La pesada armadura de la lealtad, la responsabilidad que lo había definido por tantos años, había quedado atrás. Ahora, sin la sombra de una misión o un deber que cumplir, se sentía, por primera vez en mucho tiempo, verdaderamente libre. Y la chica, la mujer que una vez había sido su prisionera, era ahora su compañera en esta nueva vida incierta.

El cielo comenzaba a iluminarse con los primeros rayos del sol cuando la joven se despertó. Abrió los ojos lentamente, parpadeando ante la luz, y su mirada se encontró con la del guerrero. Había algo diferente en ella, algo más ligero, más esperanzado.

—Buenos días —murmuró ella con una sonrisa suave.

Gael le devolvió la sonrisa y extendió su mano hacia ella. Selene la tomó con sus dedos delgados y fuertes. Aunque ya no tenía el poder que una vez había corrido por sus venas, había una fuerza interna en ella que el chico siempre había admirado.

—Buenos días —respondió él—. ¿Cómo te sientes?

La chica se sentó lentamente y se estiró como si cada músculo estuviera despertando junto con ella. Se tomó un momento antes de responder, observando los árboles que los rodeaban, sintiendo la brisa en su piel.

—Diferente —dijo finalmente—. No sé cómo describirlo. Es como si todo lo que alguna vez fui… ya no estuviera, pero al mismo tiempo, siento que por fin soy yo —lo miró con una expresión llena de sinceridad—. Es extraño no sentir la magia dentro de mí. Era parte de lo que soy, pero también me doy cuenta de que no la necesito. No para ser libre.

Gael asintió. Él también había cambiado. Las batallas, la cercanía con la muerte, el sacrificio de ella; todo eso lo había transformado. Lo que alguna vez había sido un deber impersonal, proteger a una hechicera maldita, se había convertido en algo mucho más profundo. Su vida estaba irrevocablemente entrelazada con la de ella.

—Has sido increíblemente fuerte, Selene —la alabó con la mirada clavada en sus ojos grises—. Has renunciado a lo que te definía para salvarme, para salvarnos. Y ahora estamos aquí, juntos.

Ella lo miró con una sonrisa leve, pero genuina, curvando sus labios.

—No podría haberlo hecho sola. Sin ti, no estaría aquí. Ambos nos hemos salvado.

Los dos se quedaron en silencio por un momento, dejando que las palabras resonaran entre ellos. Habían pasado por tanto juntos, y aunque sus caminos estaban llenos de cicatrices, estaban vivos. Eran libres.

—Entonces, ¿qué haremos ahora? —quiso saber ella.

El guerrero miró al horizonte, donde los picos de las montañas se recortaban contra el cielo. Durante años, había servido al reino, protegiendo sus fronteras, luchando contra las amenazas mágicas, siempre con un propósito claro. Ahora, ese propósito había cambiado. Ya no había órdenes que seguir ni enemigos que enfrentar. Solo quedaba el futuro.

—Podemos ir a donde queramos —respondió—. El reino ya no nos necesita y no tenemos que seguir ninguna misión. Esta es nuestra oportunidad de empezar de nuevo.

Selene lo observó en silencio, sopesando sus palabras. Había pasado tanto tiempo confinada, limitada por su magia y la maldición, que el concepto de libertad todavía era nuevo para ella. Pero la idea de un nuevo amanecer, lejos de la oscuridad y el miedo que la habían seguido, era tentadora.

—Entonces, vayamos más allá del reino de Aldar —dijo ella con voz firme y un brillo de emoción en sus ojos—. Veamos qué hay más allá de las montañas, más allá de lo que conocemos. Si estamos empezando de nuevo, quiero hacerlo completamente. Quiero ver el mundo.

Gael sonrió. Sabía que sería un camino largo y que, aunque habían dejado atrás muchos desafíos, la vida nunca sería completamente fácil. No obstante, también sabía que, con ella a su lado, estaba dispuesto a enfrentarlo todo.




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