El Guardián y su Cisne

Capítulo 9

Ivanka

Desde lo sucedido en el cuarto de Luna, siento que algo ha cambiado con Blake. Se siente en la electricidad de nuestras miradas cuando se encuentran y sostienen un segundo más de lo estrictamente necesario. Han pasado dos días. Cuarenta y ocho horas en las que he revivido en bucle el sonido de mi propia voz tarareando una tonada que mi mente no reconoce, pero que mi alma reclama como propia. Y superpuesta a ese recuerdo, como una fotografía en doble exposición, está la imagen de los ojos de Blake: ya no impenetrables, sino brillantes y vulnerables, mirándome como si yo fuera un espejismo dolorosamente hermoso.

Pero junto a esta conexión creciente, la frustración ha echado raíces profundas en mi pecho. La impotencia de ser un peón en un juego de ajedrez cuyas reglas ignoro, cuya partida ni siquiera veo. Cada vez estoy más segura de que Blake no me trajo a su casa para obtener información de Abraham, a través de mí. ¿Qué investigador, qué protector, no busca en los recuerdos de su testigo clave?

La necesidad de respuestas se ha convertido en una presión física, siento un nudo en la garganta que me aprieta con cada sonrisa cortés, con cada mirada cargada de un significado que no alcanzo a descifrar.

Lo encuentro al caer la tarde, en el estudio que da al jardín trasero. No está inmerso en papeles o pantallas como imaginé. Está de pie, inmóvil como una estatua, frente al ventanal de cuerpo entero, observando cómo el sol agonizante tiñe el cielo de suaves anaranjados. Su espalda ancha, usualmente tan recta y segura, parece arqueada bajo un peso invisible.

Permanezco en el umbral, observándolo durante un largo momento, reuniendo coraje. El latido de mi corazón es un tambor en mis oídos. Finalmente, toco suavemente el marco de la puerta abierta.

—Blake.

Se da la vuelta con una lentitud deliberada, como si emergiera de un sueño profundo. No parece sorprendido de verme. Sus ojos me observan con una calma expectante.

—Ivanka.

Entro en la habitación, el aroma a limpio, como los ambientales que hacen alusión al océano, me envuelve. Cierro la puerta a mis espaldas con un suave clic que resuena en el silencio. Nos miramos a través de los metros que nos separan.

—No puedo seguir así —digo, y mi voz, para mi propio asombro, no tiembla. Suena firme.

No responde. No ofrece una sonrisa tranquilizadora, ni una evasiva. Solo se queda allí, inmóvil, esperando. Siempre esperando a que muestre mis cartas primero, a que sea yo quien cruce la línea que ha trazado alrededor de la verdad.

—Esta farsa del testimonio —continúo, dando un paso adelante—. Es una mentira, ¿verdad? O, en el mejor de los casos, es una verdad a medias, para mantenerme agradecida

Doy otro paso. La distancia entre nosotros se reduce.

—Llevo semanas aquí, Blake. Semanas. Y en todo este tiempo, no me has hecho una sola pregunta sobre Abraham. Ni una. No has intentado investigar en los recuerdos que podrían llevarte hasta él, no has traído a un especialista para que explore los rincones de mi memoria dañada, no has hecho absolutamente nada que se parezca a una investigación.

Me detengo justo frente suyo, lo suficientemente cerca como para ver las pequeñas cicatrices apenas visibles en su piel, las sombras de cansancio que pintan óvalos violáceos bajo sus ojos, la tensión en la línea de su mandíbula

—En cambio, me has alimentado. Me has fortalecido. Me has... integrado en tu vida. En la vida de tu hija. Pero no me has interrogado. No como lo haría un hombre obsesionado con atrapar a un criminal.

Sus ojos no se apartan de los míos. No hay sorpresa en ellos, ni siquiera negación. Solo una aceptación profunda y cansada, como si llevara mucho tiempo esperando este enfrentamiento, como si supiera que sus secretos tenían una fecha de caducidad.

Su silencio dice más que cualquier palabra.

—Así que te lo pregunto de frente, Blake —mi voz baja a un susurro intenso, cargado de toda la frustración acumulada—. ¿Cuál es el verdadero motivo por el que me trajiste aquí? ¿Por qué estoy realmente en tu casa? ¿Qué soy yo para ti?

No lo niega. No se molesta en aferrarse a la farsa. Eso, quizás, es lo que más me desconcierta y estremece. La mentira era, de alguna manera, un territorio conocido. Esta rendición silenciosa ante mi pregunta es un salto al vacío.

Respira hondo, un sonido áspero que rompe el silencio.

—Hay cosas... —comienza, y las palabras parecen costarle un esfuerzo físico. Traga en seco, y veo el movimiento de su nuez de Adán—. Hay verdades, Ivanka, que son como llaves. Y algunas puertas... —su mirada se pierde por un instante hacia el cajón superior de su escritorio—. Algunas puertas son mejor que permanezcan cerradas. Al menos por ahora. Abrirlas ahora sería un peligro.

—¿Por mi seguridad? —pregunto, y no puedo evitar que un dejo de sarcasmo y escepticismo tiña mi voz.

—Sí —afirma, y su mirada vuelve a clavarse en la mía con una intensidad que casi duele. Es sincera, abrasadoramente sincera—. Por tu seguridad. Y por la de Luna. Confía en mí. Por favor. Solo... confía en mí.

Veo el dolor en la profundidad de sus ojos. Un dolor crudo, antiguo, un océano de angustia contenida que asoma a la superficie por un instante fugaz, permitiéndome percibir su profundidad, antes de que, con un esfuerzo visible, lo empuje de nuevo hacia las sombras. Ver esa vulnerabilidad expuesta en un hombre como Blake es más convincente, más devastador, que cualquier explicación elaborada. Es real. Es humano. Es desgarrador.




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