Ivanka
Cuando bajo las escaleras a las cuatro en punto, veo a Blake esperando junto a la puerta principal. Viste unos jeans oscuros que se ajustan a sus muslos poderosos y una camiseta gris de algodón que delinea su torso musculoso bajo la tela. Lleva una chaqueta ligera de cuero abierta, y noto que tiene una pistola en la cintura, bajo la chaqueta.
Luna está extasiada, saltando de un pie a otro con su mochila de unicornio, incapaz de contener la energía que emana de su cuerpecito, y da pequeños tirones a mi mano.
—¡Al parque! ¡Al parque, Ivanka! ¿Crees que habrá perros? ¡Quiero ver a los perritos!
—De seguro que sí habrá, mi angelito.
El vehículo negro ya está listo, con el motor en encendido. Blake habla en voz baja con dos hombres de constitución sólida y mirada analítica. Su presencia es tan imponente como silenciosa, escaneando el perímetro con una eficiencia que habla de años de entrenamiento. Se acerca y me guía hacia ellos.
—Ivanka, estos son mis dos mejores hombres, Ethan y Liam.
—Nosotros nos encargaremos de su seguridad —dice Ethan con una inclinación de cabeza casi imperceptible. Tiene el cabello castaño recortado, casi rapado, y una cicatriz tenue que le atraviesa la ceja derecha.
—La protegeremos con nuestra vida —agrega Liam, cuyo rostro angular y ojos azules claros no revelan ninguna emoción.
Liam abre la puerta trasera, me subo y ayudo a Blake a acomodar a Luna en el asiento para niños. Luna queda en el medio entre su padre y yo. Mientras. Ethan se sienta en el asiento del conductor y Liam en el del copiloto.
—¿Listas? —pregunta Blake, voltea a verme.
—Listas —confirmo con una gran sonrisa.
El trayecto es corto, silencioso, roto solo por el suave rugir del motor. Miro a través de la ventana las tiendas y la gente caminando. Luna empieza a cantar una canción sobre una araña pequeñita. Blake sonríe al ver la felicidad en el rostro de su hija, y no puede evitar lo atractivo que es cuando sonríe de esa forma.
Vamos, siempre te has dado cuenta de lo apuesto que es.
Al llegar, veo que el cielo tiene una claridad deslumbrante. El parque público es un estallido de vida y color. Hay niños gritando de alegría, padres empujando columpios con sonrisas de añoranza, el aroma dulzón de algodón de azúcar se siente en el aire. Es un perfecto caos.
Blake no se relaja ni un poco. Se mantiene cerca de nosotras, siempre alerta, su presencia es una fortaleza móvil. Sus ojos no dejan de barrer la multitud, evaluando, clasificando, buscando la más mínima anomalía. Mis nuevos guardaespaldas mantienen una distancia discreta, pero efectiva.
Para Luna, esto es magia pura. No tengo idea de cuando fue la última vez que salió de su casa, y al ver la paranoia de Blake, supongo que desde que la madre de mi pequeñita desapareció, no ha salido de su hogar. Luna corre hacia los columpios con los brazos abiertos, como si quisiera abrazar el mundo.
—¡Papi! ¿Me empujas?
—Claro que sí, mi amor.
Blake sienta a su hija en el columpio, revisa que se esté sosteniendo fuerte, se para detrás de la niña y empieza a empujarla con suavidad.
—¡Papi, más alto! ¡Más alto!
Los grandes y tatuados brazos de Blake empujan con un ritmo constante, asegurándose de que la fuerza que usa sea segura y lo suficientemente emocionante para arrancar risas cristalinas de su hija. Sus manos, esas mismas manos que sé que han matado, se convierten en instrumentos de pura diversión. Sus risas, la de Luna, aguda y jubilosa, y la de Blake, profunda y genuina; se mezclan en el aire de la tarde, y por un momento, un momento precioso y robado, logro olvidar a los guardaespaldas vigilantes, olvido la amenaza de Abraham, olvido los secretos que pesan sobre nosotros. Solo veo a un padre y a su hija, disfrutando de un simple día de parque. La imagen me golpea con una fuerza dolorosa, llenando un vacío en mi pecho que ni siquiera sabía que existía.
—¿Empujas también a Ivanka, papi? —pregunta Luna de repente, señalando con su dedo regordete el columpio vacío a su lado.
Blake se queda paralizado por un microsegundo, el movimiento del columpio se detiene. Nuestras miradas se encuentran por encima del cabello rubio de Luna. Hay una pregunta silenciosa, casi de desconcierto.
—Claro —dice Blake, y su voz suena un poco más ronca de lo habitual.
Me siento en el columpio, sintiéndome nerviosa, pero la risa despreocupada de Luna me envuelve, dándome valor. Blake se coloca detrás de mí. Su sombra me cubre, y luego siento el contacto. Sus manos, esas mismas manos que me han guiado en los movimientos del Krav Magá, que han sostenido un arma, que han acariciado la cabeza de su hija con una ternura que contradice todo lo demás, se posan en mi espalda. No con la fuerza que podría ejercer, sino con una presencia firme, cálida, innegable. Empuja.
El mundo se balancea hacia adelante y hacia atrás. El aire me azota el rostro, liberador, llevándose consigo por un instante el peso de las preguntas sin respuesta. Cierro los ojos, y en la oscuridad detrás de mis párpados, solo existen las sensaciones: el empuje constante y seguro de sus manos en mi espalda, un punto de contacto que quema a través de la tela de mi suéter; la risa de Luna, un cascabel de pura alegría que es la banda sonora de este momento irreal; y la dolorosa, hermosa y efímera ilusión de normalidad, de pertenencia, de ser parte de esta pequeña familia fracturada.
Editado: 28.10.2025