Ivanka
Esta tarde, el almuerzo se desarrolla con una tranquilidad que ya empieza a sentirse familiar. La luz del mediodía se derrama por los ventanales, bañando la mesa y haciendo que los cubiertos brillen. Blake está sentado a la cabecera, su presencia es imponente incluso en la relajación. Lleva una camisa negra de lino, con las mangas enrolladas hasta los codos, revelando los tatuajes que serpentean por sus antebrazos. A su lado, Luna, mi pequeña y brillante cómplice, está absorta en la misión arquitectónica de construir una pirámide con sus trocitos de zanahoria.
Eleanor ha dejado en el centro de la mesa una colorida ensalada de quinoa y un suculento salmón al horno con eneldo. Los aromas se mezclan en el aire: hierbas frescas, cítricos, el perfume de lo casero.
Blake deja su tenedor a un lado con un suave clic y toma su vaso de agua. Sus ojos, del color de la tierra húmeda después de la lluvia, se posan en mí con una curiosidad serena que acelera levemente mi pulso.
—¿Y bien, Ivanka? ¿Cómo te has sentido estos últimos días? Aquí, en casa.
La pregunta me toma por sorpresa. Miro mis manos, luego hacia los jardines inmaculados que se ven tras el cristal.
—Bien —respondo, y la palabra sabe a verdad en mis labios—. Me siento… más fuerte. Menos como una intrusa. Aunque a veces… la casa es tan grande. Y tan silenciosa. Hay momentos en los que el aburrimiento es demasiado.
Espero una justificación, una lección sobre los peligros que acechan, una reprimenda por mi ingratitud. Pero Blake no hace nada de eso. Asiente lentamente, como si mis palabras solo confirmaran algo que ya sabía.
—Me lo imaginaba —asiente, y su mirada no se desvía de la mía—. La salida al parque… me hizo ver las cosas con más claridad. Entendí que es un error, que es contraproducente, vivir siempre entre algodones. Los peligros existen, Ivanka. No voy a mentirte. Abraham está ahí fuera, y no descansaré hasta que deje de ser una amenaza. Pero la solución no puede ser encerrarnos para siempre. Eso no es vivir; es otra forma de cautiverio. La solución es enfrentar esos peligros. Estar preparados. Ser más listos, más rápidos, más fuertes. Eso es lo que hemos estado haciendo aquí, ¿verdad?
Sus palabras me impactan. No son solo un permiso; son una filosofía. Un reconocimiento de que la vida, con todos sus riesgos, merece ser vivida.
—Entonces. ¿Puedo salir? —pregunto, y mi voz suena pequeña, llena de una esperanza que no me atrevo a contener del todo.
—Sí. Siempre acompañada, por supuesto. Es una condición no negociable. Con Liam y Ethan. O conmigo.
El tintineo de mi cuchillo al caer sobre el plato es un sonido estridente. Luna alza la vista, sus enormes ojos cafés se abren más, captando la electricidad del momento.
—¿Lo dices en serio? ¿No tengo que estar aquí encerrada? —la pregunta sale en un suspiro cargado de incredulidad.
Una ceja de Blake se eleva, una sombra de ofendida dignidad cruza su rostro.
—¿En qué condiciones crees que te quiero tener, Ivanka? —pregunta, y su tono tiene un filo leve, pero cortante—. ¿Secuestrada? ¿Presa?
La palabra, tan cruda, tan cargada del horror que viví, debería helarme la sangre. Pero en su boca, en este contexto, suena a absurdo. A liberación. Porque no, nunca me he sentido su prisionera. Su protegida, sí. Su responsabilidad, tal vez. Pero nunca su rehén.
—¡Entonces puedo llevar a Luna! —exclamo, la emoción burbujeando en mi pecho y saliendo por mi boca antes de que mi cerebro pueda detenerla—. ¿Verdad? Podríamos ir a una juguetería, o una heladería, o simplemente a caminar por el mercado de las flores.
Antes de que Blake pueda articular una respuesta, formar una negativa con esa boca firme que ahora veo con nuevos ojos, Luna entra en acción. Abandona su pirámide de zanahorias y se aferra al brazo de su padre, mirándolo con una súplica que podría derretir el acero.
—¡Por favor, papi! ¡Por favor, por favor, por favor, por favor! —su vocecita es un torrente de anhelo puro—. ¡Di que sí! ¡Amo, amo, amo estar con Ivanka! ¡Sería lo más divertido del mundo mundial!
Observo la batalla en el rostro de Blake. Es un espectáculo fascinante y conmovedor. El protector feroz, el hombre que ha levantado murallas infranqueables alrededor de su hija, se enfrenta al padre que anhela verla reír, explorar, ser una niña normal. Veo el miedo, ese viejo conocido, luchando contra el amor, ese motor infinitamente más poderoso. Veo el cálculo de riesgos chocar con el deseo de verla feliz. Y luego, veo cómo la resignación, esa rendición gloriosa ante el amor, se impone.
Un suspiro profundo, que parece arrastrar consigo años de cautela excesiva, escapa de sus pulmones.
—Está bien. Pueden salir juntas —sus ojos se clavan en los míos, y la ternura desaparece, reemplazada por la frialdad del estratega que dicta los términos de un tratado—. Pero las reglas son inquebrantables, ¿entendido? Siempre, siempre con los guardaespaldas. O conmigo. Sin excepciones. Sin discusiones. Si Liam o Ethan dicen que es hora de irse, se van. Inmediatamente.
La alegría que estalla dentro de mí es tan intensa, tan pura y liberadora, que es casi dolorosa. Extiendo mi mano, sobre la madera de la mesa de comedor, con la palma abierta. Luna, captando la intención al instante, choca su pequeña mano contra la mía con un sonoro «¡Chócalas!», su risa contagiosa llena la sala.
Editado: 28.10.2025