El Guardián y su Cisne

Capítulo 13

Ivanka

Me he puesto un vestido sencillo de algodón azul, uno que Eleanor aseguró que «resalta el fuego de mi cabello». Me lo he recogido el y unos cuantos mechones se han escapado enmarcando mi rostro.

Blake me espera en el vestíbulo. Viste con una aparente simplicidad que no logra ocultar la elegancia innata que posee: jeans oscuros que se ajustan a sus muslos poderosos y una camisa de cuello alto negra que acentúa la amplitud de sus hombros y la línea fuerte de su mandíbula, cubierta con su barba perfectamente definida. Cuando me ve, sus ojos realizan un recorrido lento y deliberado desde mis sandalias hasta mi rostro. No es la mirada rápida y analítica de un guardaespaldas. Es la de un hombre admirando a una mujer.

—Estás hermosa.

—Gracias —respondo, sintiendo cómo el calor asciende por mi cuello hasta mis mejillas.

Cuando llegamos y nos bajamos, la disposición de los guardaespaldas me hace sentir cómoda. No caminan pegados a nosotros como sombras protectoras. Se mantienen a una distancia respetuosa, dándonos un amplio margen de privacidad, sus miradas escanean el entorno sin invadir el espacio que ocupo con Blake.

Entramos al centro comercial, y por un momento, la multitud y el bullicio me abruman. Es la primera vez que estoy en un lugar tan público desde... no puedo recordarlo. Mi respiración se acelera, y un sudor frío me recorre la nuca. Blake lo nota al instante. Su mano encuentra la mía, sus dedos se entrelazan con los míos con una firmeza tranquilizadora.

—Estoy aquí —susurra, acercándose lo suficiente para que solo yo pueda escucharlo—. Nadie te hará daño. Respira conmigo.

Su presencia es un muro contra el que se estrellan mis miedos. Asiento, inhalando profundamente, sintiendo cómo su calma se filtra en mí a través de nuestro contacto. Caminamos así, con las manos entrelazadas, y el mundo exterior deja de ser una amenaza para convertirse en un telón de fondo.

El local de teléfonos es un espacio brillante y futurista. Blake se queda a mi lado, observándome con una paciencia infinita mientras examino los diferentes modelos.

—¿Cuál es el presupuesto? —pregunto.

Se encoge de hombros, un gesto despreocupado que hace que los músculos de su espalda se tensen bajo la tela negra.

—No hay límite. Elige el que más te guste.

Después de un rato, mis dedos se cierran alrededor de uno. Es delgado, elegante, con una cámara tan nítida que puede capturar los momentos con gran nitidez. Imagino todas las fotos de Luna que tomaré. ¡Se verá preciosa!

—Este me gusta —aviso, sin poder dejar de sonreír.

—Entonces ese será.

Me acerco al mostrador para pagar, con Blake a mi lado. El joven que nos atendió, un chico de mirada desenvuelta, procesa la compra. Luego, su sonrisa se dirige directamente a mí.

—Oye, si no es mucha molestia... —comienza, con un tono de voz que intenta ser casual—. ¿Podrías darme tu número? Me encantaría poder...

La pregunta me toma tan desprevenida que me quedo paralizada. Abro la boca para articular una negativa educada, pero no hace falta.

El brazo de Blake rodea mi cintura con una velocidad y posesividad que me dejan sin aliento. No es un gesto brusco, sino una reclamación. Me atrae con una suave e inquebrantable firmeza, hasta que todo mi costado se encuentra pegado a su cuerpo, desde el hombro hasta la cadera. Siento cada músculo, cada línea de su torso contra el mío. El mensaje es claro, posesivo e inconfundible: Mía.

—No, gracias —logro decir al joven, mi voz suena más firme de lo que esperaba, aunque pensé que saldría temblorosa por la proximidad de Blake—. No me siento cómoda dando mi número a extraños.

El chico palidece visiblemente bajo la mirada gélida y absolutamente letal que Blake le dirige por encima de mi cabeza. Asiente con rapidez y se concentra en la bolsa como si su vida dependiera de ello. Introduce también en la bolsa el chip con mi nuevo número y ni siquiera se atreve a ver los dígitos.

Salimos de la tienda, el brazo de Blake no se mueve de mi cintura. Su mano, grande y caliente, se posa en mi cadera, marcando su territorio. Caminamos así, unidos, y es como si una burbuja invisible se formara a nuestro alrededor, aislando el ruido del centro comercial.

—Ya salimos de la tienda. ¿Por qué sigues... así? —comento, mirándolo de reojo, sintiendo cómo un cosquilleo recorre mi espina dorsal.

Mira hacia adelante, su perfil es sereno, con una pequeña sonrisa que juega en sus labios.

—Porque desde que entramos aquí, nueve hombres te han mirado con una intensidad que no me agrada —responde, como si estuviera comentando el estado del clima.

Una sonrisa se dibuja en mis labios.

—Bueno, yo he perdido la cuenta de las mujeres que te han mirado como si fueras un dios vikingo caído del cielo y la respuesta a todas sus oraciones. Algunas parecían dispuestas a arrodillarse aquí mismo, y no precisamente para rezarte.

Se detiene en seco y por fin me mira. Luego, una sonrisa lenta y devastadoramente sexy ilumina su rostro, haciendo que las arrugas alrededor de sus ojos se marquen.




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