El hada maldita

Aerolia.

Las tragedias que una vez habían dejado de suceder en Kuuraniemi, habían vuelto una vez más. Y la primera víctima era la chica que vendía la leche, pues esta no volvió. Su madre apareció una semana después, pidiendo ayuda para buscarla.

Dijo que había salido a entregar los pedidos y nunca regresó.

—Oh, ¿como puede suceder algo así? —pregunto Leena, algo le decía que eso no era buena señal.

Joel no dijo nada. Pero esa noche, soñó con ella, que estaba en el pantano, flotando entre flores negras, con los ojos abiertos y la boca llena de agua.

Luego de eso, otra joven, una turista que se perdió en el bosque, apareció de repente en la puerta de la casa de Leena.

—Por favor, no se donde estoy —suplico—. Estoy de vacaciones, salí a pasear y luego de unos tragos aparecí en el bosque.

Joel la ayudó a encontrar el camino de regreso… pero antes, la besó. Solo una vez. Solo por diversión, a pesar de las fachas, la joven era muy hermosa.

Pero dos días después, la encontraron en la orilla del lago. Desorientada. Murmurando palabras en un idioma que no era el suyo. No recordaba su nombre. Solo repetía una frase:

—Ella me está mirando.

Después Joel empezó a evitar los espejos. No por miedo a su reflejo… sino porque, a veces, no lo encontraba.

Y cuando se miraba, veía cosas que no estaban allí: una sombra detrás de él, una sonrisa que no era suya, o unos ojos que parpadeaban con un destello verde.

Sentia que esa marca invisible, la cual no podía verse ardía más fuerte cada vez que alguien lo deseaba. Como si se alimentara de eso. Como si de verdad el hada lo hubiera convertido en un anzuelo.

Una noche, mientras se lavaba las manos, vio algo en el espejo. No su rostro. No el baño. Sino el pantano. Y en el centro, ella, una hermosa mujer con un estilo gótico.

—¿Te gusta lo que eres ahora? —susurró—. Porque esto… apenas comienza mi hermoso.

Joel cerró los ojos. Cuando los abrió, el espejo solo mostraba su cara. Pero sus pupilas… ya no eran negras.

Eran grises. Con un leve destello verde.

—¿que me esta pasando?

Semanas después, aquella mañana era gris donde el cielo parecía hecho de ceniza.

Leena se puso su abrigo de lana, con los botones torcidos y el gesto más serio que Joel le había visto desde que llegó.

—Voy al pueblo de al lado. Volveré pronto. No hagas tonterías.

Joel se encogió de hombros, como siempre.

—¿Qué tipo de tonterías? Yo me porto bien tía.

Leena lo miró, con algo de enojo, pero mezclado con un miedo.

—No vuelvas al pantano, niño. Por una vez en tu vida, escucha. Obedece. Porque si no… las cosas te irán bastante mal y yo no podré hacer nada.

Joel no respondió, su mirada bastaba ya como un regaño. Solo la vio alejarse por el sendero, envuelta en niebla.

Pero la advertencia no lo detuvo sino que lo empujó más.

Desde que esa hermosa mujer lo había tocado allá en el pantano, algo dentro de él ardía. Literalmente. Cada vez que pensaba en el pantano, el dolor detrás de su oreja se intensificaba. Como si la marca lo jalara. Como si el cuerpo ya no fuera del todo suyo.

Intentó resistirse a eso los próximos días. Salió a caminar. Se encerró en su habitación. Pero el ardor no cesaba. Y entonces, como si algo lo guiara, empezó a husmear por la casa.

La casa de Leena era vieja, con rincones que olían a humedad y muebles que crujían como si tuvieran voz. En el desván, detrás de una caja de fotos, se encontró un cuaderno.

Era pequeño, de cuero desgastado, con páginas amarillentas y bordes mordidos por el tiempo. Lo abrió, pero la primera frase lo congeló.

"Si pronuncias su nombre frente al lago, el agua no te devuelve el reflejo…”

Joel tragó saliva. Era la misma advertencia. La misma que había escuchado en sus sueños, en boca de la chica del pueblo, y en todos sus habitantes, así como también en los susurros del bosque.

Pasó las páginas. Había dibujos: flores negras, símbolos extraños, ojos que no eran humanos. Y entonces lo vio.

Un nombre.

Hermoso.

Porque sonaba como viento entre árboles, como agua cayendo sobre piedra. Su significado, según el cuaderno, era “la que concede sin alma”. Joel lo leyó en voz baja. Un susurro apenas.

—Aeloria…

Pero nada ocurrió.

Era de día. El sol apenas se filtraba por la ventana. Pero el ardor en su oreja se volvió insoportable. Como si algo lo quemara desde dentro. Joel cayó de rodillas y el cuaderno se deslizó por el suelo. Y entonces lo sintió.

Una presencia, pero no en la habitación, sino como en su cuerpo.

Como si algo se hubiera despertado.

Se levantó, temblando. Se miró al espejo. No había nada extraño. Pero cuando giró la cabeza, creyó ver una sombra detrás de él. Alta. Femenina. Con alas negras.

Parpadeó. La sombra desapareció.

Pero el nombre seguía en su mente. Repetido. Grabado.

«Aeloria. Aeloria. Aeloria.»

Y aunque no lo sabía, ya lo había pronunciado frente al lago. Porque el lago… estaba dentro de él, desde el primer momento en que su intención era invicarla.



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En el texto hay: hada, amorprohibo, leyendas terror

Editado: 20.10.2025

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