El hada maldita

Jardín

Joel se miraba al espejo con una mezcla de fascinación y miedo, habían pasado unos meses, no había ido al gym porque en ese pueblo es

Su cuerpo había cambiado. No de forma drástica, pero sí suficiente para notarlo. La piel más tersa. Los ojos más claros. La sonrisa más afilada. Incluso su voz tenía un eco distinto, como si resonara más profundo.

Y las miradas… las miradas lo seguían. Era la sensación del pueblo entre todas las mujeres.

Ya que las mujeres del pueblo lo observaban con deseo. Algunas con miedo. Otras con una mezcla que no sabía cómo interpretar. Pero empezó a notar que cada vez que alguien se acercaba demasiado, algo ocurría.

Una caída. Un accidente. Una desaparición.

Joel empezaba a sentir que no era coincidencia. Pero tampoco podía detenerlo. y así fue como La paranoia se instaló como una sombra detrás de cada pensamiento. Sentía que lo seguían. Que lo espiaban. Que el bosque murmuraba su nombre.

—¿Por que mi tía tuvo que vivir tan cerca de algo así? —se quejaba cada vez que miraba por la ventana.

Cuando Leena regresó, lo encontró en la cocina, preparando café como si nada pasara. Pero su viaje no había sido por querer andar de paseo. Sino porque se sentía en la obligación de saber que era lo que estaba ocurriendo.

Se sentó frente a él. No dijo nada durante un largo rato. Solo lo observó.

—¿La invocaste? —preguntó al final, con voz baja pero firme.

Joel sonrió. Una sonrisa cargada de ironía.

—¿A quién?

—No te hagas el que no sabes. Porque sabes perfectamente a que me refiero —dijo con un tono serio la mujer.

—Te refieres ¿A la criatura mágica? ¿la que cuentan que vive en el pantano? No, tía. He sido muy obediente, en ese sentido. aunque yo no creo en esos cuentos.

Leena apretó los labios. Su mirada se volvió más dura.

—Te he visto. Joel. Caminando entre los árboles. Tocando las flores. Escuchando cosas que no deberías oír.

Joel se encogió de hombros.

—Solo quería aire fresco. ¿Eso también está mal? Además el bosque parece lindo de día. Me encanta la naturaleza, por eso es una de las razones que he venido aquí.

Leena se levantó. Caminó hacia la ventana. Señaló el jardín que rodeaba la casa.

—¿Sabes por qué planto esas flores? ¿Por qué mantengo ese círculo intacto? ¿Por que cada día, trabajo para que mis flores estén vivas, con sus colores vibrantes?

Joel no respondió.

—Porque si las negras crecen aquí… ya no hay vuelta atrás y no quiero que un niño que se cree la gran cosa solo porque posee un palo en medio de sus piernas, rompa lo que tanto trabajo me ha costado mantener.

El silencio se volvió espeso y Joel se levantó, molesto.

—Yo solo vine a pasar unas vacaciones en paz. No pedí cuentos de hadas ni sermones de brujas.

Leena lo miró. Y por primera vez, sus ojos no mostraban miedo. Mostraban algo peor.

Resignación.

—Entonces ya es tarde.

Joel se detuvo, porque el ardor detrás de su oreja volvió. Más fuerte. Más profundo.

Y en el jardín, entre las flores blancas… una negra empezaba a abrirse.



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En el texto hay: hada, amorprohibo, leyendas terror

Editado: 20.10.2025

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