La noche cayó sobre Kuuraniemi como una manta húmeda. El viento no soplaba. El bosque no cantaba. Y en el jardín, la flor negra seguía creciendo, como si se alimentara del silencio.
Joel estaba sentado frente a Leena. No hablaban. No se movían. Solo respiraban.
Hasta que ella comenzó.
—Yo también estuve enamorada —dijo, sin mirar a Joel—. Tenía diecinueve años. Él se llamaba Eliseo Íbamos a casarnos en primavera.
Joel no dijo nada, tampoco sabía que decir. Solo escuchó.
—Todo marchaba bien. Hasta que lo descubrí con mi mejor amiga. En mi casa. En mi cama.
La voz de Leena no temblaba. Pero sus manos sí.
—Cancelé la boda. Lo eché de mi vida. Pero él… no estaba dispuesto a dejarme ir.
Joel frunció el ceño.
—¿Qué hizo, tía?
Leena lo miró. Sus ojos estaban más oscuros que nunca.
—Pidió un deseo, Joel.
Joel se tensó.
—¿A ella?
Leena asintió.
—Al principio, no lo sabía. Solo notaba que algo había cambiado. Elíseo volvió a mi vida pero esta vez era más atento, más dulce. Casi convincente en sus palabras, era algo que me hipnotizaba.
—¿Y qué pasó después de esos cambios?
—Me di cuenta de que ya no era él. Su mirada estaba vacía. Su piel, fría. Y el pueblo… empezó a cambiar.
Joel se inclinó, atrapado por la historia.
—¿Cómo así? ¿a que te refieres con cambios?
—Él empezo a tener pesadillas. Gente desaparecida. Animales muertos. Un aura negra se instaló en Kuuraniemi. Nadie hablaba de ello. Pero todos lo sentíamos.
Leena se levantó. Caminó hacia la ventana. Afuera, el pantano parecía más cerca.
—Elíseo había vendido su alma. Y el precio… era mi vida.
Joel se quedó sin aliento.
—¿Qué? ¿como así?
—El deseo que pidió fue que yo nunca lo dejara. Que siempre fuera suya, por eso en varias ocasiones estuve a punto de darle una segunda oportunidad, pero las cosas se complicaron, porque aunque me hechizaba de cierta manera, yo estaba segura de lo que quería. Así que cuando el quiso acabar con eso. solo debía hacer algo.
—¿Que debía hacer tía?
—Pues para romper el vínculo… debía sacrificarme.
Joel se levantó. La marca ardía. El aire se volvió más denso.
—¿Y no lo intento? ¿o si?
Leena cerró los ojos.
—Lo intentó. Pero no lo logró. Yo escapé. Me escondí. Y busqué ayuda… en lugares que no se deberían de ir. pero no tenia mas elección.
Joel la observó. Por primera vez, sintió compasión. Y miedo.
—¿Y ella?
Leena volvió a sentarse.
—Joel... Ella no es un hada generosa. Da lo que deseas… pero te quita la vida. Por eso fue condenada a vivir entre pantanos y flores negras. Porque fue alguien poderoso… que no supo usar bien su poder y ha sido castigada por la reina de las hadas.
Joel tragó saliva.
—¿Y por eso nadie menciona su nombre?
Leena asintió.
—Porque nombrarla… es invitarla.
Joel sintió que el aire se congelaba. La marca ardía. Y en su mente, el nombre volvió a susurrarse.
> Aeloria.