La noche en Kuuraniemi era más oscura de lo normal. No había luna. No había estrellas. Solo el pantano, respirando como una criatura dormida.
Joel caminó sin linterna. No la necesitaba. El camino lo conocía y las flores negras se abrían a su paso, como si lo reconocieran.
Llegó al borde del agua. El silencio era absoluto. Pero él lo rompió.
—¡Aeloria! —gritó, con rabia—. ¡Quiero respuestas!
El agua se onduló. La niebla se levantó. Y ella apareció, pero no como sombra, no como reflejo, sino como mujer, pero esta vez más real.
Más humana. Más hermosa y más cruel.
Vestía un vestido negro que parecía hecho de humo. Su piel brillaba como mármol bajo la oscuridad. Su cabello rizado caía como cascadas de tinta. Y sus ojos… grises, con un verde que ardía como fuego contenido.
—¿Me llamaste, mi hermoso? —susurró, con una sonrisa que no prometía nada bueno.
Joel dio un paso atrás. Pero ya era tarde.
—¿Qué me hiciste?
Ella se acercó. No caminaba. Flotaba.
—Te concedí lo que deseabas. Lo que no dijiste. Lo que tu alma gritaba mientras tu boca callaba, ¿acaso quieres otro deseo?
Joel apretó los puños.
—Quiero que termine. Quiero que me liberes.
Aeloria lo rodeó. Su perfume era dulce y venenoso.
—Puedo hacerlo. Pero necesito algo a cambio.
Joel la miró. Dudó mientras que recordó lo que su tía le contó.
—¿Qué?
Ella se detuvo frente a él. Lo tocó en el pecho. Su mano era fría. Su voz, más aún.
—Un alma. Una sola. Que me ayude a romper las cadenas que me atan a este pantano.
Joel tragó saliva.
—¿Y si no lo hago?
—Seguirás siendo mío. Cada noche. Cada deseo. Cada delirio, hasta que no quede nada de ti, serás mío.
Joel cerró los ojos. El ardor en la marca se volvió fuego. Su cuerpo temblaba. Su mente se rompía.
—¿Y si lo hago?
Aeloria sonrió, una sonrisa más amplia pero más cruel.
—Serás libre. Y más que eso… serás mío por elección.
Joel dudó. Pero ella se acercó. Lo besó. Lo tocó. Lo envolvió.
Y él, como siempre, no pudo resistirse.
—Está bien —susurró—. Lo haré.
El pantano se iluminó. Las flores negras se cerraron. Y el agua se volvió roja por un instante.
Aeloria desapareció.
Pero su voz quedó en el aire.
> Elige bien. Porque el alma que entregues… será la que más te duela perder.
Ya la hora de la medianoche había llegado y el bosque estaba envuelto en una densa niebla. En medio de la oscuridad, Joel estaba de nuevo ahí, cuando la vió que se deslizaba entre los árboles, moviéndose con una gracia sobrenatural. El la siguió con la mirada fija en ella, incapaz de resistirse a su encanto.
El hada se detuvo de repente y se volvió hacia él, sus labios curvados en una sonrisa seductora. Sin decir una palabra, lo atrajo hacia ella con una mano delicada y fría como el hielo. Sus ojos grises brillaban con una intensidad que lo dejó sin aliento, y el fuego verde que ardió en ellos lo hizo temblar de excitación y miedo.
El hada lo miró con deseo mientras acercaba su cuerpo al suyo, su vestido negro se deslizaba como sombras alrededor de ella. Sus dedos acariciaron su rostro con una ternura que contrastaba con la lujuria que ardía en sus ojos. El humano se estremeció ante su contacto, sintiendo un placer prohibido recorrer cada fibra de su ser.
—Eres mío hermoso, ¿estas seguro de que quieres dejarme?
Pero Joel era incapaz de articular palabras.
Con un susurro casi inaudible, el hada susurró en su oído palabras que eran más un conjuro que una petición. Y Joel ahora completamente hechizado, se rindió a la pasión y la lujuria que lo consumían. En medio de la oscuridad y el terror que rodeaba su encuentro, se entregaron el uno al otro con una ferocidad que traspasaba los límites de lo humano.
Y así, en esa noche el hada y Joel se fundieron en un abrazo ardiente, dejándose llevar por la pasión y el deseo que los unía en un vínculo tan antiguo como el tiempo mismo. Y en ese momento, en medio del bosque encantado, la lujuria y la magia se mezclaron en una danza eterna de placer y locura.
—No te dejaré jamás —dijo Joel.
Y ella sonrió.