-----------Narrador omnisciente----------
En el corazón resplandeciente del planeta Kepler, se erige majestuoso el rey supremo Norcar, entronizado en una silla imponente forjada con diamantes puros y un mosaico deslumbrante de otras gemas preciosas.
Su aura irradia una luz casi solar, y su vestimenta consiste en una túnica larga de tejido etéreo, intrincadamente bordada con hilos de oro que danzan con cada movimiento. Sobre su cabeza descansa una corona de oro macizo, de proporciones generosas y un brillo cegador que refleja la magnificencia de su poder.
El monarca ha convocado a su hermano, el temido dios de la guerra Mark, pero la solemnidad de la reunión se extiende a todos los estratos de su corte: guardias de élite, guardianes ancestrales y consejeros sabios abarrotan el salón del trono, llenando el reino celestial con su presencia expectante.
—Mi señor, ¿acontece algo de gravedad? —inquiere el dios de la guerra Mark.
Su voz grave resuena en el silencio expectante mientras inclina profundamente su cuerpo y su cabeza en señal de respeto. Su armadura, habitualmente reluciente, parece opacarse ante la magnificencia de su rey.
—¡Levántate! —truena la voz profunda y resonante del rey Norcar, un eco de autoridad que llena la estancia.
Mark obedece de inmediato la orden de su soberano y endereza su imponente figura.
—Mark —comienza Norcar, su mirada penetrante fija en su hermano—. Has recuperado las tierras perdidas con valentía, has doblegado al rey del fuego y has dispersado a sus hordas. Has sofocado cada rebelión que intentó perturbar la paz de mi reino. Dime, ¿qué recompensa deseas por tus hazañas?
—Mi señor —responde Mark con humildad genuina—. La tribu del fuego ya se encontraba desarticulada, privada de la guía de su dios. Sin él, no eran más que una multitud salvaje e incontenible. Cumplí con mi deber, y el cumplimiento del deber no exige recompensa.
—Mi señor, vuestro hermano destila una modestia admirable —interviene Abba, una de las guardianas superiores del rey Norcar. Su voz es melódica pero firme.
—No necesito reconocimiento por ejecutar mis responsabilidades con rectitud —replica el dios de la guerra, inclinándose nuevamente con respeto antes de erguirse con la misma rapidez.
—Mi señor —prosigue Enzo, el ángel guardián Superior, su semblante serio—. Si bien Kay, el actual rey del fuego, palidece en poder ante su predecesor, el dios del fuego Adolf, su reino y él aún representan una latente amenaza para nuestro imperio.
—Ellos ya no son una amenaza —declara el dios de la guerra Mark con una firmeza inquebrantable, sus ojos oscuros fijos en el rostro de su rey Norcar.
Al escuchar el nombre de Adolf y la afirmación de su muerte, un leve carraspeo interrumpe la compostura del monarca.
—El rey Kay es débil, y como todos sabemos, su hermano ha perecido. Y si el dios del fuego Adolf aún respirara, yo mismo me encargaría de extinguir su llama. Jamás volverán a ser un peligro para nuestro planeta o nuestro reino.
—Sé de lo que eres capaz, Mark —concede el rey, su tono ahora más grave.
—Mi señor, aunque agradezco vuestra confianza, aún hay asuntos que me intrigan. ¿Podría saber el motivo específico de esta urgente convocatoria? —pregunta Mark, su curiosidad palpable.
—Acércate… —murmura el rey, indicándole a su hermano que se aproxime para compartir una información delicada.
Tras escuchar las palabras de Norcar, la expresión de Mark se ensombrece.
—Estas noticias son sombrías. Deberían haberme informado de la agitación en la torre Afral antes de que alcanzara este punto —reprocha Mark, dirigiéndose con paso rápido y visible molestia hacia un soldado inmortal, uno de los encargados de la seguridad de los reclusos de la temida torre.
—Hay detalles que desconoces, dios de la guerra —interviene el rey supremo Norcar, levantándose de su trono con majestad y colocándose al lado de su hermano—. El dios de la tribu del fuego, Adolf, no está muerto. Permanece encerrado en la cima más alta de la torre. Los guardias han reportado movimientos extraños recientemente; al parecer, su despertar es inminente, y si eso sucede, su poder resurgirá con él, sumiéndonos a todos en el caos.
—¡Está vivo! —exclama Mark, su voz teñida de incredulidad y sorpresa—. Eso es imposible. Cuando era joven, me aseguraron que todos los seres inmortales lo habían aniquilado.
—La antigua diosa de la guerra lo selló en secreto en la cúspide de la torre, un acto que le costó la vida —revela el rey Norcar con un tono sombrío—. No te informé a ti ni a los demás dioses para evitar sembrar el pánico entre los habitantes de nuestro planeta. Solo unos pocos conocían la verdad. Los Inmortales Superiores hemos impuesto un sello mágico en toda la torre para impedir el despertar de Adolf, pero incluso así, su poder está debilitando la protección. Debemos unir nuestras fuerzas y volver a sellar la torre juntos.
—¿Y cuál es la causa de este debilitamiento? —inquiere el dios de la guerra, con la valentía reflejada en su mirada directa.
—El sello que tejimos es virtualmente irrompible para cualquier fuerza externa —explica Norcar—. Sin embargo, hace mil quinientos años, el espíritu de Adolf despertó sin que ninguno de nosotros lo notara. Intentó liberarse, empleando su poder para destruir el sello. Falló gracias a la oportuna advertencia de un guardián, lo que nos permitió a todos los seres inmortales reunirnos y fortalecer la protección.
Al parecer, nuestra labor fue incompleta sin tu presencia. El dios de la guerra también debe contribuir al fortalecimiento de la torre. Durante todo este tiempo, su espíritu se ha estado fortaleciendo sigilosamente. Necesitamos tu poder, Mark.
—Entonces, partamos de inmediato hacia la torre —declara Mark con determinación.
—Debes beber del agua de la fuente sagrada, descansar y alimentarte antes de que emprendamos el viaje —ordena Norcar con autoridad.