El hada y el dios del fuego.

Capítulo: 3.

—¡Hermano! ¡Un hada ha caído en la torre Afral! —exclama, alarmado, el dios de la guerra al dirigirse a su rey.

—No podemos hacer nada. El sello ya está completo. Una vez cerrado, no puede abrirse —responde el rey con la mirada fija en la imponente torre. Luego, sin decir más, desaparece envuelto en una nube de humo, dejando a su hermano atrás.

El dios de la guerra observa con tristeza el lugar donde el hada ha caído, impotente ante lo que acaba de presenciar.

Dentro de la torre, la pequeña hada flota lentamente, envuelta en una atmósfera densa y misteriosa. Una fuerza invisible e inmensa la arrastra sin compasión hacia el centro, donde un hombre duerme profundamente. Ella intenta gritar, clama por ayuda, pero su voz se pierde en el vacío; nadie responde.

La fuerza la arrastra con violencia hacia el dios del fuego. Él levita en el aire, con los ojos cerrados, envuelto en una quietud solemne. La hada no puede controlar su cuerpo; es como si el destino mismo la empujara hacia él. Sin intención, sus labios se encuentran en un beso cargado de poder y destino.

Al instante, una explosión de llamas multicolores brota de sus cuerpos, envolviéndolos en un resplandor cegador. Ambos, con los ojos cerrados, se rinden ante la energía que los une. En ese momento, el vínculo se forma: uno poderoso, irrompible... y peligroso.

El toque de la hada en el pecho del dios le transmite parte de su esencia. Con ello, logra despertarlo de su largo y profundo sueño. Sus ojos, rojos como brasas ardientes, se abren lentamente, pero en cuestión de segundos cambian a un azul intenso... luego a un verde vibrante. Es como si un cortocircuito sacudiera su interior, desestabilizando su ser.

Se besan con un deseo incontenible, con un anhelo que ninguno comprende, y sin saberlo, sellan un lazo que muchos querrán destruir.

Al abrir los ojos, Rosa ya no está con él. Ahora yace en el suelo de una celda helada. Ramas congeladas se extienden por las paredes, y un pequeño árbol cubierto de nieve domina el centro de la habitación. Parece muerto. Rosa se acerca con curiosidad, extiende la mano y, al tocarlo, una intensa luz verde brota de su tronco. El árbol responde a su presencia.

—¿Qué le hiciste? ¿Qué me hiciste? —una voz femenina retumba con fuerza en la habitación.

Desde una esquina oscura, el espíritu del dios del fuego observa, apoyado contra la pared. Sus ojos están llenos de odio... hacia su propio cuerpo. Rosa, confundida, se aproxima y ve a la mujer.

—¿Quién eres? —pregunta con la voz temblorosa—. ¿Qué haces con mi cuerpo?

—Soy tú... y tú eres yo —responde la mujer con frialdad—. Explícame, ¿por qué estoy dentro de ti? ¿Por qué tú estás dentro de mí? ¿Eres una bruja? ¿Vienes a robar mis poderes?

—¡Estás loco! No soy una bruja, soy un hada. ¡No sé qué pasó! Solo quería salvar a alguien y terminé atrapada aquí, dentro de esta torre. ¿Y qué hiciste con el árbol?

—No es asunto tuyo. ¡Ven! ¡Acércate! ¡Déjame verte bien!

Rosa, dudando, se aproxima al cuerpo que ya no le pertenece. El espíritu del dios la toma bruscamente del brazo y la obliga a acercarse a su rostro. En ese instante, ella ve sus propios ojos... y comprende: su espíritu ha abandonado su cuerpo y ha tomado posesión del del dios.

Grita, horrorizada, al tocar su nuevo cuerpo. Sus manos son distintas. Su voz ya no suena igual.

—¿Eres un fantasma? ¿Es esto un mal sueño? ¿Una pesadilla? —murmura.

El espíritu del dios se abalanza sobre ella y la sujeta del cuello, apretando con fuerza.

—¡Ayuda! ¡Auxilio! —grita Rosa, desesperada.

—¡Suéltame! —susurra su espíritu, atrapado en el cuerpo del gran dios.

—¡Cállate! Dime, ¿qué me hiciste? ¿Qué haces dentro de mí? —vocifera Adolf, fuera de sí.

—¡No lo sé! Solo nos besamos... ¡y sucedió esto!

Adolf la suelta, temblando de ira.

—¿Y ya? ¿Solo eso? ¡Tuviste que haber hecho algo más!

—¿Y tú qué propones que hagamos ahora? —pregunta Rosa, tocándose el cuello adolorido.

—¡Debería matarte! —responde él con rabia ardiente.

—Si lo haces, destruirás tu cuerpo. Nunca volverás a él, y quedarás atrapado dentro de mí... para siempre —responde Rosa, aterrada, pero firme.

Ella tiembla al estar tan cerca de su propio cuerpo, al escuchar su voz salir de otra boca, al sentir el peso del caos que los envuelve.

—¡Vamos a intentarlo! —gruñe él, y vuelve a tomarla del cuello, apretando con más fuerza.

Rosa forcejea. Su rostro se torna pálido. Pero de pronto, Adolf también comienza a jadear. El aire le falta. Lo que siente su cuerpo, él también lo experimenta. Eso lo asusta.

Con un rugido de frustración, suelta su cuerpo. Rosa cae al suelo, tosiendo con fuerza... y él, al mismo tiempo, también tose. Ambos jadean, víctimas de la misma maldición.

Después de unos minutos de tensa calma, el espíritu de Adolf —atrapado en el cuerpo del hada— toma una piedra del suelo y la lanza con fuerza contra uno de los muros de la torre. Al impactar, una pequeña abertura se forma entre las grietas de la estructura mágica.

—Por ahí es por donde debemos salir. —Su voz resuena con firmeza—. Usa mi cuerpo para ampliar el sello. Ahora tienes mi poder... ¡úsalo!

Rosa lo mira con terror. No sabe cómo canalizar una energía tan intensa y salvaje. Tiembla mientras alza los brazos del dios de la guerra, pero ninguna chispa, ningún destello... nada sucede.

—¡No sé cómo hacerlo! —grita frustrada, sintiéndose pequeña e inútil.

—¡Hada tonta! Si conseguimos salir, recuperarás tu cuerpo. ¡Vamos, sigue intentándolo! —exclama Adolf, impaciente pero decidido.

Ella vuelve a levantar los poderosos brazos del dios, concentrándose con todas sus fuerzas. Pero el silencio se mantiene, y el poder no responde.

—No sé quién eres, pero si estás encerrado aquí, es porque eres un criminal. ¡Quieres engañarme para que te libere! —lo acusa Rosa, retrocediendo un paso.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.