El hada y el dios del fuego.

Capítulo: 4.

Rosa ha escapado del dios del fuego, gracias a su espejo ha aparecido en el bosque de las hadas, una hermosa cascada es la que traslada a los seres inmortales que tienen un poder más débil al reino de los cielos, pero también hay medallones especiales que ayudan a quien lo desee llegar a este reino. Ya amaneció en todo el planeta Kepler.

 

Ella busca en su bolso la hoja del libro de la vida de Mark, al verla se pone muy feliz porque ella solita cambió el destino del dios de la guerra.

 

—¡Sí! ¡Qué alegría! Mi amado Mark está vivo, valió la pena arriesgar mi vida por él. —Murmura la joven mientras sostiene la hoja y la lleva a su pecho y sonríe.

 

La pequeña hada se va inmediatamente al reino de los cielos, ella necesita presentar sus credenciales en el palacio real. 

 

—Voy a ser la candidata ganadora. —Expresa ella aproximándose a la cascada.

 

Rosa voltea su medallón, de este sale una gran burbuja que la cubre y la traslada hacia los cielos. 

 

Al llegar al reino de los cielos Rosa camina deprisa por una de las calles de cristal, ella se acerca a la guardiana principal Abba, que es la encargada del palacio del dios de la guerra y le entrega sus credenciales, esta al ver que Rosa no tiene apellido, se entristece, luego anota su nombre en el libro de las candidatas, seguidamente su nombre sale inmediatamente en el cielo.

 

—¡¡Hey!! ¿Qué haces tú aquí? Eres una hada ordinaria. —Le grita una de las candidatas a Rosa, las demás jóvenes inmortales se acercan a Rosa y algunas le jalan mechones de su cabello, otras la empujan. 

 

—¡Verdad! ¡Vete!, es imposible que puedas ganar, eres una simple flor, una rosa blanca con sus raíces muertas. —Comenta otra.

 

—Eres un fracaso, aléjate de nosotras y no vuelvas a este reino. —Ordena otra con rabia mientras la empuja, Rosa mantiene una postura recta y sigue caminando entre las jóvenes.

 

—Eres la más inferior de todas las hadas, nuestra vergüenza, ¿cómo te atreves a venir y postularte en el palacio del dios de la guerra? —Insulta otra hada mientras mira a Rosa a los ojos.

 

Rosa sigue caminando sin prestar atención a las jóvenes, todas siguen hablando entre ellas de que Rosa es una buena para nada y no merece el puesto de ser sirvienta del dios de la guerra.

 

Rosa se detiene y se queda pensando en las palabras de las jóvenes, luego toca la espalda de una de las chicas, todas voltean y la miran con arrogancia, pero Rosa les habla con determinación y valentía, ella no tiene ni una pizca de miedo. 

 

—¿Saben qué? Yo no soy una flor insignificante, mi nombre es Rosa y soy quien cuida del árbol de la vida, es un privilegio que llevo haciendo por 1000 años, ustedes son las que no merecen estar aquí, algunas de ustedes son estúpidas hadas consentidas por los dioses y las demás son seres inmortales incapaces de salir adelante sin la ayuda de sus padres. —Les habla con tranquilidad Rosa a todas las hadas.

 

—Recuerden mi nombre y de donde vengo. Porque las derrotaré a todas en el examen. —Las jóvenes al escuchar aquellas palabras se ríen a carcajadas, Rosa sigue su camino a la gran cascada y vuelve a utilizar su medallón para bajar al bosque de las hadas.

 

Luego de estar en el bosque, ella utiliza su espejo para trasladarse a su palacio, al llegar se acerca a sus flores y las empieza a llamar.

 

—Margarita, Azucena, Jacinto, Narciso, ¡despierten dormilones! Los necesito.

 

Las flores empiezan a salir de sus materos y se convierten en cuatro seres muy perezosos.

 

—Déjanos dormir, por favor, —dice Margarita estirando sus brazos.

 

—Hola Rosa, ¿cómo has estado? —Saluda Jacinto con la mirada cariñosa.

 

Ella les sonríe con cariño a todos, en seguida les da agua y pan de maní a cada uno de los jóvenes y los pone a hacer calentamiento, muy cerca de los rayos del sol. Le cuenta a las flores sobre todo lo que le dijeron las demás candidatas.

 

—¡Esas víboras se atrevieron a burlarse de ti!, cuando las vea las voy a convertir en pequeños tallos y cada cabello de ella en hojas muertas. —Comenta Azucena molesta.

 

—¿Con qué poder puedes defender a Rosa? —Pregunta Narciso, con el pan de maní número cinco en su boca.

 

—Es cierto, Azucena, debemos fortalecer nuestro poder, para no dejar que nadie le haga daño a nuestra única amiga. —Proclama Margarita todavía con sueño.

 

—¡Mira quién habla! La más dormilona de todos nosotros. —Menciona Jacinto.

 

—¡Jacinto!, —grita la joven con vestido amarillo, airada se acerca al joven para golpearlo.

 

—¡Ya! Sin peleas, por favor, yo puedo defenderme sola, pero primero necesito curar mis raíces, —Manifiesta Rosa, algo triste.

 

—¡No estés triste!, ni le hagas caso a sus malos comentarios. —Habla Jacinto tocando el rostro de Rosa—. Cuentas con todos nosotros. —Añade Jacinto extendiendo sus manos hacia las demás flores.

 

—¡Gracias!, ustedes son mis únicos amigos y quiero ser muy honesta con ustedes, ¡necesito dinero! ¿Podrían usar su magia y prestarme? Todos ustedes saben que soy débil, necesito curar mi raíz inmortal para aprobar mi examen, la poción cuesta muchas monedas de oro. ¿Me van a ayudar?

 

Los jóvenes se hacen los que no escucharon y se levantan del suelo, ellos estaban descansando del calentamiento.

 

—Por favor, no se vayan, ¡ayúdenme!

 

—Rosa, si te damos nuestro poder, tardaremos mucho más tiempo para ser, hadas. —Expresa Margarita.

 

—Prometo ayudarlos todos los días a entrenar y a volver a recuperar sus energías y fuerzas. —Habla Rosa con los ojitos aguados.

 

—Rosa, no vale la pena, llevas 1000 años gastando tu dinero en pociones y medicamentos y no has logrado sanar tus raíces. —Proclama Azucena tomando la mano de Rosa y levantándola del suelo.




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