En la ciudad de Shai habita el dios enmascarado Lok. Nadie ha visto jamás su rostro, pues siempre lleva una máscara. Se rumorea que maneja la oscuridad, aunque la población inmortal de Kepler asegura que ese poder fue destruido hace siglos, cuando el antiguo dios, el rey Martín, invocó fuerzas oscuras y fue eliminado por su propio hijo, el poderoso dios Norcar, con la ayuda de los demás inmortales.
—¡Necesitamos crear un espíritu maligno! ¡Arrojen a todos los inmortales inútiles que lleguen al palacio buscando ayuda! —grita una mujer vestida de blanco. Varios guardianes, arrodillados a sus pies, aguardan su orden.
—Sí, mi señora —responden al unísono, sin atreverse a levantar la mirada.
En el corazón del palacio, una gran caldera recibe sacrificios para el dios de la oscuridad. Al absorber las almas inmortales, él otorga su poder a Lok, el dios de Shai.
Gritos desgarradores de hombres y mujeres llenan el aire al ser arrojados vivos al fuego. El palacio rezuma desesperanza. Pocos se atreven a trabajar en él, y quienes lo hacen, lo hacen por pactos de sangre o amenazas mortales.
Mientras tanto, Rosa llega a la ciudad. Camina entre los puestos del gran mercado con paso ligero. Lleva su cofre mágico oculto en el bolso: al ingresar en él, el cofre se encoge. Entra a una tienda de pociones y medicina herbaria, donde la recibe una voz áspera.
—¡Rosa! Me debes mucho dinero. O me pagas o te largas de mi tienda —grita Xilan, la testaruda dueña.
—Xilan, mi querida amiga, necesito tu ayuda. Debo entrar al palacio del dios de la guerra. Dame la poción eterna para sanar mis raíces —suplica Rosa, arrodillándose.
—¡Niña, levántate! Primero págame lo que me debes.
—Sí, sí… en un momento. También vengo por la poción —responde Rosa, nerviosa, mientras saca el cofre del bolso.
—Veamos cuánto traes —Xilan toma el cofre, examina las monedas de oro, las muerde y sonríe al comprobar su autenticidad.
—Estas monedas cubren tu deuda —dice mientras las pesa. Rosa sonríe, aliviada.
—Ahora sí, dame la poción eterna.
—La tengo. Pero esta medicina es poderosa, cuesta mucho. Estas monedas solo cubren lo que me debías. Trae más oro —Xilan le muestra el frasco y lo guarda en un cofre mágico que solo se abre con una gota de su sangre.
—Te prometo darte todo mi sueldo. Solo dame ese frasco, por favor —insiste Rosa con firmeza.
—Está bien. Con esto, tus raíces sanarán —responde finalmente, entregándole la poción.
—Gracias, Xilan. Sé que funcionará.
—Pero no es suficiente. Necesitas siete frascos más de la eternidad —dice la mujer con malicia.
—¿Siete más?
—Sí, Rosa. Serán mil años entregándome tu sueldo.
—No estoy segura, pero… por él, todo —suspira Rosa.
—¿Por quién?
—Nada… nada. ¿No somos amigas desde hace mil años? Hazme una rebaja, por favor.
—Nuestra amistad no tiene precio. No hay rebaja. Mil años o nada. Tú decides.
—Está bien… lo acepto. Pero cálmate —responde Rosa, resignada.
Un joven interrumpe la escena.
—Jefa, mire esta ropa.
Xilan se tensa al ver una túnica roja y un conjunto blanco.
—¡¿Por qué sigue aquí?! ¡Debía entregarse al palacio de Shai hace días!
—Nadie quiere ir, señora. Todos temen ese lugar.
—¡Entonces estás despedido!
—Pero si voy… podrían matarme.
—Dámela. Yo tengo una solución.
Se gira hacia Rosa con una sonrisa astuta.
—Hazme un favor: lleva esta ropa al palacio de Shai. A cambio, te doy los ocho frascos… y solo me pagas 500 años de tu sueldo —Xilan saca los frascos y se los entrega a Rosa.
—Toma uno en cada luna llena, justo a medianoche —explica.
—¡Gracias! —responde Rosa, saliendo de la tienda con prisa, sin sospechar que va como oveja al matadero.
Al llegar al imponente palacio negro, con escasa iluminación, Rosa saluda a los guardias. Ellos sueltan una risa burlona, pero la dejan entrar.
El ambiente dentro es tenso. Guardias corren por los pasillos buscando a alguien. Rosa, en silencio, solo observa, aterrada. Le indican dónde dejar el conjunto y entra en una habitación iluminada con un débil resplandor rojo.
Entonces, lo siente.
—¡Es imposible! ¿Qué hace aquí…?
Una hoja del gran Árbol de la Vida flota hacia ella. Rosa extiende la mano, cierra los ojos.
—Ven, pequeña. Te sacaré de aquí y te llevaré a donde perteneces.
Lee la hoja… y se estremece.
—¿La diosa de la guerra… está viva? No… no puede ser. Debo volver al Árbol y estudiar esto.
Guarda la hoja en su bolso y se acerca a un armario. Al abrirlo, encuentra a una joven llorando.
—¿Por qué lloras?
—Mi señora… soy de la tribu del fuego. ¡Quieren matarme!
—Puedo ayudarte. Te transformaré en aretes. Al salir, recuperarás tu forma.
La joven se arrodilla. Rosa la transforma en unos aretes blancos, se los coloca, guarda la ropa en el armario y sale.
Siente el peligro. Los pasos se acercan.
—¡Búsquenla!
—Nada por aquí.
—Tampoco por acá.
Rosa baja la mirada, intenta pasar desapercibida. Pero una fuerza la lanza contra la pared.
Los aretes caen al suelo. La joven reaparece.
Una mujer de rostro cruel se le acerca y la toma por el cuello.
—¿Creíste que podías engañarnos? Nadie se burla de mí —gruñe con voz de hielo.
—Yo solo…
La mujer la suelta, pero le corta el hombro con su espada.
—Tienes sangre dulce. Me gusta. Serás un excelente sacrificio para nuestro dios.
—¡No… por favor! —suplica Rosa, pero no aparta la mirada.
—¡Llévenla al caldero!
Los guardias arrojan a la joven inmortal al fuego. Rosa es la siguiente.
Pero antes de que la lancen, el tiempo se detiene.
Todo se mueve en cámara lenta.
Adolf aparece. En el aire, la toma en brazos y la aleja del caldero. Rosa se aferra a él, hundiendo su rostro en su pecho. Con un rugido salvaje, el dios del fuego destruye el caldero con una explosión de poder ígneo.