El hada y el dios del fuego.

Capítulo: 7.

 

En el río que divide los tres reinos, está Adolf, junto a su fiel guerrero, el gran dragón, su nombre es Basu, ellos ven hacia el río con esperanza de volver algún día a su reino, el río es muy grande como el mar, es de agua dulce, en lo más profundo del río están las almas de todos los seres inmortales que han muerto.

En el planeta, todos los que mueren, son quemados y sus cenizas lanzadas a este río. Esta es su tradición desde los comienzos de los tiempos.

Aunque con el paso del tiempo, el reino de los cielos, al tener más poder, se ha adueñado de muchas tierras del dios del fuego.

Norcar, ha querido entrar a las tierras de las hadas, la cual por 30.000 años han estado deshabitadas, solo la inmortal superior Sama ha estado encargada del árbol de la vida y ahora que está de viaje, dejó a Rosa, que aunque muchos la consideran insignificante y poca cosa, ella vale más, de lo que cualquier ser inmortal puede imaginar.

El dios del cielo no ha podido entrar a estas hermosas tierras, porque existe un tratado, que lo prohíbe, estas tierras son sagradas, cuando la diosa de las hadas regrese ella decidirá lo que hará con dicho lugar, nadie conoce su paradero, ni su apariencia, aunque muchos la han buscado no han podido hallarla.

—Mi señor, ese sello que usted posee es muy poderoso, si usted no puede romperlo, entonces solo la diosa de las hadas puede hacerlo, usted sabe que ella es más poderosa que cualquier ser inmortal en todo nuestro planeta.

—¿Habías visto algo semejante a lo que tengo en la espalda? ---Intenta averiguar Adolf con la mirada algo perdida en el gran río.

—No, mi señor, eso es algo muy extraño, según los libros, únicamente la diosa de las hadas puede hacerlo, de esa manera ella marca a su destinado, pero no creo que la diosa de las hadas lo haya elegido a usted, eso es imposible.

—¿Dónde está ella? Necesito hablar con el rey y la reina del reino de las hadas. —Pregunta el dios del fuego al dragón Basu, él camina a los lados algo desesperado.

—Ellos fueron aniquilados, cuando usted fue encerrado, sucedió la masacre en el reino de las hadas, el dios Norcar culpó al reino del fuego de haber tomado venganza contra ellos por él haberlo encerrado a usted en la torre Afral, le doy mi palabra que el reino del fuego jamás daño a seres tan especiales como son las hadas.

—Él mismo, puede ser el culpable, de la desaparición de un reino completo, Norcar seguro los apuñaló por la espalda. —Bufa Adolf con molestia e indignación.

—Yo creo que Rosa, es la única descendiente directa de la realeza, ella pertenece al reino de las hadas. —Intuye el dragón.

—Me temo que no podré volver a hacerle nada. —Refunfuña el dios.

—Mi señor, si ella es la única descendiente, ¡tal vez es la diosa de las hadas!

—No sé, eso lo veo inviable, según ella es débil.

—Tal vez su poder no ha despertado. —Continúa Basu.

—Puras tonterías es lo que dices.

—Mi señor Adolf, si Rosa es la diosa de las hadas, ella tiene que proteger a los tres reinos y eliminar a los dioses malignos. Las hadas son neutrales y no se involucran en conflictos.

—¿Rosa la diosa y yo, su destinado? Jajaja es lo más insólito que he escuchado en toda mi vida. —Habla con sarcasmo mientras se acerca al río y lanza una piedra, esta rebota tres veces en las aguas y luego se hunde.

—Sería poco ético, atacar a Rosa, si ella es la diosa, merece nuestro respeto.

—Todo lo que dices son leyendas, ella fue la que se interpuso en mi camino, nunca he tenido una debilidad y ahora esa pequeña no puede serlo. ¿Cómo podría yo, estar relacionado con una simple flor?

—Tienes razón —Basu se arrodilla al suelo— dije algo incorrecto, perdóneme.

Adolf empieza a llorar, no obstante, su cara es de molestia.

—Estas lágrimas se deben a esa simple flor. —Murmura, el ser inmortal, apretando su puño. —Esa pequeña hada debe morir, no puede ser mi debilidad.


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En su gran palacio, Rosa llora desconsoladamente. Ella ha tenido un mal día, está cansada, estresada y hambrienta.

—Perdí una de las pociones, ¿ahora qué hago? Nunca podré sanar mis raíces mortales, seré débil por siempre, yo quería ser sirvienta de Mark, quería entrar al palacio de los dioses.

—Rosa, te dimos todo nuestro poder, ¿cómo se te ocurre perder algo tan importante como esa medicina? —Margarita, una de las flores la reprende, las otras tres flores miran de mala forma a su amiga Margarita y le hacen seña que guarde silencio.

—Todo es culpa de ese maldito delincuente.

 

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Horas más tardes Adolf ha llegado al reino de las hadas, no sabe si entrar al palacio, o seguir observando a Rosa desde lejos.

La pequeña hada está en su alcoba pensando en lo difícil que se le va a hacer recuperar esa poción, y terminar el tratamiento para curar sus raíces inmortales y ser fuerte como las demás hadas que han salido de los materos y trabajan para los dioses.

—¿Qué voy a hacer? No me puedo dar por vencida, debo ganar ese examen, —Ella se infunde ánimo, se levanta de su cama y se dirige a la salida.

Al salir de su palacio, Rosa ve al dios del fuego, él con su cara seria y sus manos cruzadas la mira con detenimiento.

—¿Otra vez tú? ¿Cómo me encontraste?

—No importa en qué parte del mundo estés, siempre te encontraré, necesito asegurarme que estés a salvo.

Rosa corre a su encuentro, se coloca en frente de él, ella no tiene miedo, está más decidida que nunca a ponerle un freno al acosador de Adolf.

—No quiero tu protección, gracias por tu amabilidad, tú eres un delincuente, un prófugo, si alguien se entera de que estoy contigo me meterás en grandes problemas. — Rosa con su dedo empuja al dios—. Si realmente te importa mi seguridad, mantente muy lejos de mí, tan lejos como está el planeta de los humanos.




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