—Por favor suéltame. —Adolf la tiene rodeada por la cintura y con su quijada en el cuello de ella.
—¿Estás nerviosa? —Le pregunta él volteándola y mirándola a los ojos.
—No, para nada. —dice Rosa tratando de soltarse de los brazos del dios del fuego.
—Entonces, quédate quieta. ¿Sabes que hueles muy rico? —Habla Adolf, mientras agarra un mechón del cabello del hada y lo pasa por su nariz.
—Si no salgo, van a venir por mí. —Tartamudea ella mientras coloca sus manos en el pecho de Adolf y lo empuja.
—Está bien, ve. —Habla él mientras la suelta, Rosa sale de su habitación; sin embargo, él toma su mano y entrelaza sus dedos.
—Por favor, quédate aquí, si te ven, puedes meterme en un gran problema. —Ruega Rosa.
—No quiero que me dejes solo. —Expresa— ¿Y si me entregas?
—Eres terco. ¡Azucena! ¡Azucena! —La flor sale de la maceta y se convierte en una joven con el cabello marrón y un vestido blanco, en su cabeza tiene una corona de flores en forma de trompeta, sus hojas son rosadas y amarillas.
—¿Qué pasa Rosa? ¿Por qué gritas? —Pregunta la flor, ella bosteza y estira sus manos.
—Hazme un favor, ve a ver quién toca, y dile que estoy ocupada, invéntate lo que quieras, pero que no pase.
—¿Y quién es este? — Pregunta la joven con apatía.
—¡No me mires! Ve hacer lo que Rosa te acaba de decir, o si no quemaré todo este hermoso jardín. —Adolf en su mano enciende fuego y la flor se asusta.
—Sí, mi, señor. —gaguea ella.
Azucena sale corriendo hasta la entrada del palacio, en el pasillo, ve al recién llegado, es alto, piel clara, pelo largo y ojos azules.
—Mi señor, bienvenido. ¿Dígame que lo trajo a nuestro palacio?
—Ayer se escaparon unos delincuentes de la Torre Afral, y vine a ver si todo aquí está en orden.
—El Palacio es muy seguro, no ha venido ningún inmortal pecaminoso a querer quemar nuestro jardín. —Dice la flor con la respiración agitada y sus manos temblorosas.
Mark ve todo a su alrededor, el jardín es muy hermoso, él sonríe de lado, sabe que Rosa hace un buen trabajo en este palacio y eso lo hace feliz.
—¿Dónde está la aprendiz y guardiana del palacio? Llevo muchos días que no la veo.
—Mi señor, ella se está preparando para el examen que va a presentar en el palacio de los dioses.
—¡Está bien!, entonces me retiro. —Mark se voltea y la flor lo agarra por el brazo.
—Mi señor, desea pasar y buscarla en el palacio, su visita va a ponerla muy feliz y usted podría aprovechar de orientarla, para que ella salga muy bien en su examen. —Parlotea la futura hada, mientras toma con fuerza el brazo del dios de la guerra.
—¡No!, no quiero molestarla, me retiro. —Mark se suelta de su agarre.
—Mi señor, pase y búsquela. —Insiste la joven.
—No es necesario, venía a preguntarle ¿cuándo vuelve la inmortal superior Sama? Pero en vista de que está ocupada, mejor me retiro, vendré, en otra oportunidad, muchas gracias.
—¡Espere! —Murmura ella.
Mark supone que esta flor está nerviosa por su presencia en este lugar, él está acostumbrado a que las hadas se le ofrezcan, así que prefiere retirarse del palacio. La flor corre hacia el aposento de Rosa. Rosa y Adolf, ven al dios de la guerra irse.
—No dije nada malo, ¡por favor déjela ir! —Exclama la flor abriendo la puerta.
—Retírate, no te quiero volver a ver. —Grita Adolf, él tiene a la pequeña hada sentada en sus piernas con una mano le tapa la boca y con la otra le acaricia su larga cabellera.
La flor temblando entra a su maceta.
—No llores. —Le dice el dios del fuego a Rosa, ella le muerde la mano y él la suelta. —¡Salvaje!
—Todo es tu culpa, es tu culpa. La primera vez que Mark me visita y no pude hablar con él. —Lloriquea Rosa.
—¿Qué tiene ese bueno para nada, que no tenga yo? Olvídate de él y concéntrate en nosotros. —Se burla sin ganas Adolf, él se voltea y seca las lágrimas que caen por sus mejillas, todo por culpa del hada.
—Quiero preguntarte, ¿dónde obtuviste esta hoja del destino? —El dios del fuego cambia la conversación y de su bolsillo saca la hoja.
—La conseguí ayer en el palacio de la ciudad Shai. —Habla entre dientes el hada, ella limpia sus lágrimas y se sienta en su cama— ¡No sé a quién le pertenece! —Agrega Rosa
—Siendo así, ¿la robaste?
—Todos los libros del destino tienen que estar aquí, por eso la traje de vuelta.
—¿Dónde está tu maestra?
—¿Por qué preguntas por ella? No me mires así, ella está de viaje desde hace muchísimos años. —Informa Rosa.
—¿Tú eres su aprendiz?
—Sí, la única que tiene.
—¿Sabes arreglar hojas del destino?
—Por supuesto.
—Entonces, mi pequeña flor, quiero que hagas algo para mí, si lo haces, prometo dejarte tranquila. —Adolf empuja a Rosa en la cama y cae encima de ella, ella lo ve con molestia.
—¿De verdad prometes irte? —Habla ella, sus ojos brillan de esperanza e ilusión.
—Sí, mi pequeña hada, pero primero debes reparar esta hoja del destino.
—¡¡Está bien!! —Exclama ella, arrebatándole la hoja del destino y levantándose de la cama. Adolf se acuesta boca arriba, coloca sus manos por detrás de su cuello y cierra los ojos.
—¡Oye! Levántate de mi cama.
—Necesito descansar.
—Vamos, levántate, aquí no te puedes quedar, ¿qué van a pensar las flores de mí? Ven y te muestro tu habitación. —Ella lo empieza a jalar por los pies, él abre los ojos y con fastidio se levanta de la cama.