El hada y el dios del fuego.

Capítulo: 10.

 

Rosa lleva dos días arreglando el libro del destino de la exdiosa de la guerra Silvia, ella tiene mucho sueño, ya qué lleva dos días levantándose temprano y acostándose muy tarde arreglando la hoja.

—Nunca he reparado un libro tan dañado, como este. —Piensa Rosa, mientras observa al dios del fuego enfrente de ella.

Adolf está cansado de ver a la flor, intentando reparar el libro y nada que lo logra, así que se acerca a ella, la toma del brazo con fuerza y la levanta de la silla donde está sentada.

—¿De verdad eres la aprendiz de Sama?

—Claro que sí. Soy la única aprendiz de mi maestra. —Responde Rosa con orgullo, mirando directamente a los ojos al dios.

—No creo que lo seas, y si de verdad lo eres, ¿Por qué estás haciendo tan mal tu trabajo? ¿Es qué acaso no sabes reparar la hoja del destino? —Pregunta Adolf con su voz pedante.

—He trabajado tan duro para reparar la hoja del destino, no he podido descansar y tú me vienes a decir eso. —Rosa quita la mano del dios de su brazo y se aleja un poco de él.

—Deja de poner excusas.

—Casi muero en la ciudad Shai, y no he dormido por tu culpa, de paso tú me amenazas, insultas y pellizcas, mi piel está llena de moretones, así nunca podré reparar esta hoja del destino. —Comunica ella con el ceño fruncido.

—No te preocupes si descanso esta noche, mañana pondré acomodar la hoja del destino. —Agrega Rosa rápidamente, al ver que al Dios del fuego se le han puesto los ojos rojos.

—Eso espero o si no atente a las consecuencias.

—¿Sabes qué debes irte? No te puedes quedar un día más aquí, vuelve mañana por esta hoja del destino, no aguanto más tus amenazas. —Expresa muy enojada.

—Eso no sucederá, ni lo sueñes, yo de aquí no me voy hasta que no repares la hoja del destino.

—Aquí no te puedes quedar, si regresa mi maestra Sama, te va a echar a patadas de este lugar, y si los guardias del reino de los cielos se dan cuenta de que estás aquí, te van a volver a encerrar; ¡así que vete!

—Está bien, pequeña hada, entonces, ¿dónde más nos podemos quedar? —Pregunta con los brazos cruzados el ser inmortal.

—¿Nos podemos? Tú estás loco, yo me quedo aquí en mi palacio, tú no sé, donde te dé la gana, menos aquí.

—No me iré. Donde tú estés, yo voy a estar, no olvides que tú me perteneces.

—Maldito imbécil, yo soy una insignificante hada, no tengo nada especial, ni mi poder es lo suficientemente fuerte. Búscate otra y olvídate de mí.

—Me quedo y punto.

—Preocúpate por mi reputación, una joven soltera como yo, no puede estar con un hombre a solas como tú. Yo me quedaré esta noche en mi palacio, necesito recuperar mis fuerzas para poder reparar este libro, y más nunca volver a verte.

—Está bien, piensa y haz lo que quieras, pero esta noche yo también me quedaré aquí. —Él se retira a la habitación que el hada le dio, dejando a Rosa sola.

Ha Rosa le ha dado hambre así que se levanta y prepara dos tortas de zanahoria para la cena, luego de comer se levanta del comedor y le lleva una torta al dios del fuego, toca la puerta de la habitación, pero nadie abre, así que ella decide entrar, Adolf está acostado en la cama que era de Sama, la diosa superior inmortal. Al sentir entrar al hada él habre sus ojos.

—Muchas gracias. —Le dice sentándose y llevando de inmediato la torta a su boca. Ella le ofrece vino.

—Llevo mucho tiempo viviendo sola, así que te agradezco que guardes silencio y no deambules por el palacio. Si alguien se entera de que tú estás aquí, yo podría morir por tu culpa. 

—Mi pequeña hada, mientras yo esté aquí, nadie se va a atrever a lastimarte.

—Jajaja, me da risa, te crees tan poderoso, y simplemente eres un delincuente que pertenece a esa tribu, tú tampoco tienes nada de especial.

—Si tú lo dices, espero que con los días, no te arrepientas de tus palabras. —Rosa le da la espalda.

—¡Hey tú! ¡Detente ahí! —Grita Adolf, al hada, mientras ella intenta salir de la habitación.

—¿Y ahora qué quieres?, ¡qué fastidio contigo! —La joven hada voltea de mala gana y mira al dios inmortal con los ojos entrecerrados.

—Lo diré de nuevo y espero que no se te olvide, no te puedes perder de mi vista, no vayas a ningún lugar sin mi permiso, duerme aquí, no te alejes de mí. —Adolf se acerca a la joven, pero ella lo empuja.

—Tus cambios de humor me están produciendo una gran migraña, ¿miles de años encerrado hicieron qué se te olvidaran los rituales? En nuestro planeta está prohibido que durmamos juntos. Ya es suficiente con que estés aquí en el palacio, a causa de eso estoy rompiendo muchísimas reglas, todo por tu culpa. 

El dios del fuego la mira con ira, ella se ha atrevido a empujarlo con tanta fuerza. Es que acaso no sabes quién es él.

—Es tan inocente que no se ha dado de cuenta quién soy realmente. —Medita Adolf.

—¿Tienes miedo qué durmamos en la misma cama? ¿Qué crees tú que podría pasar? —Rosa no puede responderle, ella se ha ruborizado, Adolf la mira y se acerca más a ella. Rosa se aleja, abre la puerta de la habitación y sale, él se queda de pie junto a la entrada de la recámara.

—Quería decirte algo. —Habla Rosa abriendo nuevamente la puerta del aposento de Adolf.

—Dime.

—Hay alguien más, en mi corazón. —Informa el hada.

—A mí no me importa, quién esté en tu corazón, igual me perteneces.

La joven voltea sus ojos, lo mira con rabia y se va a su habitación, dejando a Adolf con la palabra en su boca.

Rosa llega a su aposento muy agotada, enciende la luz y encuentra a Adolf acostado en su cama.

—¿Tú qué haces aquí?

—Te dije que no te alejaras de mi vista.

—Y yo te dije que no podemos dormir juntos, entiende que eso va en contra de nuestras leyes.

—Soy un delincuente, nunca me han importado esas leyes.

—Vete de mi habitación, o si no no respondo.

—¿Me estás amenazando?

—Sí, te estoy amenazando, estúpido, inmortal, pecaminoso. ¿Te gusta aquí? ¡Quédate entonces!, yo me voy a la otra habitación. —Adolf cierra sus ojos y Rosa sale de su aposento.




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