El hada y el dios del fuego.

Capítulo: 11.

 




 

—¡No!, ¡no!, ¡no! —Rosa se levanta llorando. Adolf se ha quedado dormido y cuando sintió que Rosa se levantó asustada, él también lo hizo.

 

—¿Por qué, después de tanto tiempo, puedo volver a sentir esta sensación de miedo? — Dice Adolf respirando de manera acelerada—. Ha pasado tanto tiempo sin sentirme de esta manera, me siento tan extraño.

 

—Afortunadamente, fue solo un sueño —Dice Rosa sentada en su cama con lágrimas en sus ojos. —Rosa se vuelve a quedar dormida y Adolf también.


 

************

 

Los días pasan y Rosa no logra reparar la hoja de destino, Adolf tiene por costumbre ir al aposento de Rosa, mientras ella duerme él observa con detalle cada gesto y movimiento de ella. 

 

Cada sentimiento que Rosa siente Adolf también lo puede sentir, en su corazón todos esos sentimientos que estaban muertos han empezado a resurgir, él está confundido por todo lo que está sintiendo y no sabe cómo deshacer el hechizo, que el hada le lanzó. 

 

El tatuaje que tiene en su espalda del árbol ha crecido mucho, está verde y muy hermoso, él culpa a la pequeña hada de todo lo que le está pasando.

 

Despertar al hada todos los días lo pone de muy mal humor, ella es muy perezosa y todo lo hace con calma, eso lo tiene superestresado, en sus planes está matarla, aunque primero debe quitar el hechizo, ya que si el hada muere, él también lo hará.

 

—¡¡Despierta!! —Exclama Adolf empujando con su dedo los cachetes del hada.

 

—Diez minutos más, tengo mucho sueño. —Murmura Rosa tomando su sabanilla y cubriéndose todo el cuerpo.

 

—¡Tienes que arreglar el libro del destino! —Habla él tomando la sabanilla y jalandola del cuerpo del hada, más ella la tiene bien agarrada.

 

—¡No!, si estás muy aburrido, vete a contar todas las flores que están en mi jardín. —Manda el hada con la voz ronca. Rosa sostiene la sabanilla con fuerza, Adolf intenta quitársela a las fuerzas, el tatuaje que Adolf lleva en su espalda ha empezado a brillar.

 

Obligado por la orden que le dio el hada, el dios del fuego se aleja de ella y aparece en el jardín, intenta no contar las flores, se muerde los labios y aprieta los puños, aunque trata no puede llevarle la contraria al hada, obligado por una fuerza extraña para él, levanta su mano y cuenta flor por flor, él intenta parar; sin embargo, no puede, su cuerpo se ha convertido en un títere de la orden del hada y no le obedece.

 

—Una, dos —intenta bajar su mano.

 

—¿Qué me sucede? ¿Qué hechizo me hizo la pequeña hada?

 

Él piensa en la orden que ella le dio de contar las flores del jardín y en cómo el tatuaje le empezó a picar y una luz salió de su espalda.

 

Él cuenta, una por una, cada flor, no aparta la vista de ninguna de ellas.

 

—¡Basu! Treinta, ¡Basu! Treinta y uno. —Grita él, en voz alta, esperando que el hombre dragón venga rápido.

 

—Mi señor, ¿Qué puedo hacer por usted? —El joven aparece a su lado, Adolf no le responde, él sigue contando las flores, que algún día llegarán a hacer hadas—. Mi señor, ¿qué está haciendo? —

 

—Contando flores —dice él entre dientes, sus labios nombran cada flor por número. Su fiel sirviente está admirado de lo que su rey hace.

 

—¡Mi señor!

 

—Espera un momento —balbucea.

 

—Sí señor. —Basu se sienta en las escaleras hacia la entrada del palacio.

 

Después de 2 horas de pie en el jardín, el dios inmortal ha logrado contar todas las flores. Al terminar él hace varios movimientos a su mano, tanto tiempo en una misma posición, lo dejó acalambrado.

 

—¿Por qué hizo eso?

 

—Lo hice para recuperar todo mi poder. —Miente Adolf.

 

—Mi señor, si usted recupera todo su poder, vamos a poder vencer a las tropas del reino del cielo y poder recuperar todas nuestras tierras.

 

—Sí, lo sé, ese es mi plan, necesito que vayas a buscar algo muy importante, el libro de las hadas, en él podemos hallar alguna información sobre cómo romper el sello puesto por Rosa.

 

—Mi señor, el libro estuvo perdido por muchísimos siglos, lo encontramos hace poco enterrado en un árbol cerca del palacio real de su majestad, está en nuestro reino, guardado con llave, dentro de nuestros tesoros. —Parlotea el dragón.

 

—Ve por él. —Ordena Adolf con molestia, la mano la tiene muy cansada.

 

—Sí señor.

 

Después de una hora el único dragón que queda en el planeta Kepler llega al palacio del hada, él se presenta delante de Adolf con un gran rollo en la mano.

 

—Mi señor, este es el libro de las hadas, en él están todos los secretos de la diosa de las hadas y de su reino.

 

En ese momento entra Rosa y el dragón desaparece, no quiere preocupar a la joven con su presencia.

 

—Voy a salir. —Comunica Rosa arreglando su cabello— pobre de ti, creo que tanto tiempo en la torre han hecho que pierdas la cordura.

 

Adolf cuando ve a Rosa de inmediato le dice el número de las flores que contó.

 

—Son 12.389 flores. —Él intenta cambiar de tema de inmediato al escuchar lo que salió de sus labios—. ¿Por qué dices que perdí la cordura?

 

—¡Waooo! Eres muy obediente, no puedo creer que hayas contado todas las flores —se burla Rosa.

 

—Estúpida hada, tú quieres morir, ¿verdad?

 

—No. Yo mejor me voy. — Rosa se va del sitio sin esperar que él pueda decir alguna palabra.

 

Basu llega con el rollo del libro de las hadas, él empieza a abrirlo, pero es muy largo, así que abarca gran parte del palacio. Adolf empieza a revisar por parte el rollo que está escrito en letras negras, la hoja del rollo es verde como una hoja.




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