El hada y el dios del fuego.

Capítulo: 37.

El tiempo parece haberse detenido. Adolf sostiene a Rosa entre sus brazos, su respiración entrecortada mientras observa su rostro pálido.

Mark, de pie a unos metros, aprieta los puños, su mirada alternando entre Rosa y Adolf. Aunque el odio hacia el rey del fuego arde en su interior, la angustia por ella lo consume.

El silencio pesa entre los dos dioses, ambos incapaces de ignorar la fragilidad del hada en ese momento. Dos enemigos que, por primera vez, comparten la misma inquietud.

Pero entonces, el furor de Mark rompe la quietud.

—¡Suéltala! —grita Mark, dando un paso al frente—. ¿Por qué la besaste? ¡Ella no te pertenece! —Su voz vibra con furia, pero hay algo más en su tono… algo parecido al miedo.

Adolf ni siquiera parpadea.

—Sí me pertenece —responde con voz grave, sosteniendo a Rosa con firmeza—. Ella y yo somos uno. Algo que tú jamás podrías entender.

Con suavidad, Adolf aparta un mechón de cabello del rostro de Rosa. Su respiración es irregular, pero constante, una prueba de que sigue con vida. Entonces, un leve temblor en sus labios le confirma que, aunque débil, está bien.

Mark entrecierra los ojos, su incredulidad se transforma en desprecio.

—No me digas que… —una risa seca escapa de su garganta—. ¿Te enamoraste? Tú, un hombre cruel y sin corazón, ¿enamorado de un ser de luz como Rosa?

Adolf esboza una sonrisa ladeada, cargada de burla.

—Tú eres el dios de la guerra y la amas. Yo soy el rey del fuego y la amo. Somos iguales, Mark. Ambos hemos derramado sangre. Ambos somos guerreros. Y, sin embargo, ella eligió quedarse conmigo. No puedes hacer nada para cambiarlo.

Mark frunce el ceño, su mandíbula se tensa.

—Le hiciste algo… —su voz es más baja, pero está cargada de ira contenida—. Ella jamás querría estar contigo. Jamás dejaría el palacio de la diosa de las hadas, su hogar.

—¿Eso crees? —Adolf inclina la cabeza, su mirada ardiendo con desafío—. Lárgate, Mark, antes de que me canse de hablar y acabe contigo.

Mark no se inmuta. Su postura es firme, su mirada afilada.

—No te tengo miedo —responde, su voz cargada de determinación.

El aire entre ellos se vuelve pesado, como si el bosque mismo contuviera la respiración ante el inminente choque de titanes.

Adolf recuesta a Rosa con cuidado contra el tronco de un árbol imponente. Su mirada se endurece al girarse hacia Mark, su enemigo, su rival.

Sin más advertencias, alza una mano y desata una ráfaga de bolas de fuego. Mark esquiva cada una con reflejos felinos, su cuerpo moviéndose con precisión letal.

Con un gruñido, desenvaina su espada y la alza hacia el cielo. Un rayo de luz desciende y se canaliza a través de la hoja, disparando destellos cegadores hacia Adolf.

Pero el rey del fuego no se inmuta. Levanta la mano y, con un movimiento de pura arrogancia, captura los rayos, absorbiéndolos en su piel incandescente. Luego, con un chasquido de sus dedos, los devuelve con el doble de intensidad.

Mark apenas tiene tiempo de reaccionar.

El impacto lo lanza varios metros atrás, su cuerpo chocando contra el suelo con violencia.

El estruendo de la batalla resuena en el bosque, despertando a Rosa. Su corazón da un vuelco al ver a Mark en el suelo, su costado chamuscado por la energía que él mismo había desatado.

Sin pensarlo, corre hacia él.

—¿Estás bien? —su voz tiembla de angustia mientras sus manos temblorosas tocan la herida ardiente en su costado.

Mark aprieta los dientes, su cuerpo tenso por el dolor.

—Vámonos de aquí —súplica, su respiración entrecortada.

Pero Rosa sacude la cabeza.

—No puedo, Mark… Vete tú —susurra, su tono dulce, pero inquebrantable.

Mark la mira con incredulidad. Luego, su expresión se endurece.

—Jamás —murmura, su voz cargada de determinación.

—Entonces, tendré que ser sincera contigo… —susurra Rosa, con la voz cargada de pesar—. No puedes protegerme de tu hermano, el rey del planeta Kepler. Norcar cree que soy una traidora por ayudar a Adolf. Pero jamás traicionaría a mi rey ni a mi reino. Sin embargo, ya no hay vuelta atrás. No puedo regresar. Si lo hago, tu hermano no tendrá piedad… me matará.

Mark la mira fijamente, su mandíbula se tensa.

—Juro que te protegeré —afirma con determinación.

Pero Rosa baja la mirada, su expresión quebrándose en tristeza.

—No podrás. Si lo intentas, tú también morirás.

Antes de que Mark pueda responder, una voz llena de rabia los interrumpe.

—¡Hazle caso, Mark, y lárgate de mis tierras! —ruge Adolf, sus ojos ardiendo con furia al ver a Rosa tan cerca de él.

Mark no retrocede ni un paso.

—No me iré —afirma con fiereza—. Saldré de aquí con ella… o no me voy.

Los músculos de Adolf se tensan. Su mirada se oscurece. Con un movimiento ágil, desenvaina su espada de fuego. El brillo incandescente de la hoja ilumina la penumbra del bosque.

Rosa lo ve. Y lo entiende.

El siguiente golpe será para Mark.

—¡No lo mates, por favor! —grita Rosa, su voz quebrándose entre lágrimas.

Adolf se detiene, su cuerpo paralizado por un dolor que no es solo suyo, sino de ella. La conexión que comparten lo obliga a sentir el desgarro en su alma.

Es en ese instante que una luz cegadora se materializa entre ellos.

Vasco, el dios de la luz, aparece de repente, interponiéndose entre Mark y Adolf como un muro de resplandor.

Pero lo que nadie sabe es que Vasco es también Lok, el traidor que maneja las sombras bajo un velo de engaño. Nadie sospecha de su doble identidad.

—¡Detente! —ordena Vasco, su voz resonando con autoridad—. Yo lo sacaré de tus tierras.

Mark, sorprendido, pero agradecido, lo observa.

—Amigo… No puedo irme sin ella —su voz es un susurro cargado de tristeza.

Vasco mantiene su mirada firme.

—Ella ha tomado una decisión. Déjala ir… o ambos moriremos.

Adolf suelta un suspiro tenso y, sin decir una palabra, guarda su espada, eligiendo evitar una pelea innecesaria por el bien de Rosa. Con pasos firmes, se aleja de Mark y Vasco, dirigiéndose hacia ella. Sin dudarlo, toma su mano y la atrae hacia su pecho en un abrazo protector, como si al rodearla con sus brazos pudiera alejarla del peligro y de la incertidumbre que la atormenta.

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