Adolf ruge con furia, una llamarada brota de su garganta como el rugido de un volcán. Sus ojos arden como soles gemelos mientras alza su espada de fuego, ahora envuelta en una intensidad abrasadora. Da un salto que sacude el suelo bajo sus pies y, con un grito de guerra, se lanza contra Vasco.
La hoja flamígera corta el aire con un silbido mortal, rasga la oscuridad como un relámpago de juicio divino.
El impacto es devastador.
La espada de Adolf atraviesa el pecho del Dios Desconocido, y una llamarada estalla desde el punto de contacto, ilumina todo el campo de batalla como si el mismo sol hubiera descendido a la tierra.
—¡NOOOOO! —grita Silvia con desesperación, su rostro se deforma por el terror y la incredulidad. Su grito atraviesa el aire como un lamento desgarrador que hiela la sangre.
Pero es demasiado tarde.
Vasco tambalea hacia atrás, con la hoja aún incrustada en su cuerpo. Sus manos tiemblan. Mira a Adolf con incredulidad, y por un instante, el tiempo se detiene.
Una grieta aparece en su máscara.
La luz del fuego se refleja en ella... y, con un crujido final, la máscara se parte en dos, cae al suelo en silencio.
El rostro oculto queda al descubierto.
Y entonces, el mundo entero parece contener el aliento.
Mark, testigo de la escena desde los cielos, inclina su rostro con tristeza. A su alrededor, los ángeles lo miran en absoluto asombro. Sus rostros están cubiertos de tristeza, de confusión… y de traición.
—Todo en la vida… siempre sale a la luz —dice el ángel mayor, con una voz tan antigua como el universo.
—Vasco, ¿por qué lo hiciste? Éramos amigos… ¿por qué dejaste contaminar tu corazón? —susurra Mark con lágrimas en los ojos.
Su cuerpo se estremece mientras la energía de Adolf lo consume. Las llamas purificadoras lo envuelven por completo: sus ropas, su piel, sus recuerdos, su historia. Grita… pero no de dolor físico. Grita como quien se despide de lo que alguna vez fue.
En segundos, el cuerpo de Vasco cae de rodillas, y luego se deshace, convertido en cenizas que el viento arrastra hacia el horizonte.
Silvia observa la escena, paralizada. El odio, la venganza, la locura… todo comienza a resquebrajarse dentro de ella. Por primera vez, su mirada vacila.
Y frente a ella, Rosa avanza.
Su aura verde resplandece con una intensidad jamás vista. Su poder vibra como un canto antiguo, invoca la esencia de las hadas… la esencia de la vida misma.
—Silvia —dice Rosa con firmeza, alzando su mano—. Ya no queda nadie para proteger tu odio. Esta guerra termina ahora.
Silvia cae de rodillas con un grito desgarrador, su alma se rompe en mil fragmentos. Las lágrimas corren por su rostro como ríos de culpa y rabia, y sus manos temblorosas se aferran a su cabeza, se cubren los oídos como si pudiera escapar del eco de la verdad.
—¡Vasco… VASCO! —grita con el corazón desbordado de desesperación.
Pero solo el silencio responde.
Rosa lo ve, y no duda.
Cierra los ojos, invoca lo más profundo de su poder, la energía es pura y ancestral. El viento gira a su alrededor, cargado de luz y esperanza. Una intensa aura verde brota de su cuerpo como una llama divina.
—¡SE ACABÓ! —grita con fuerza, y su voz retumba en la naturaleza en su máximo esplendor.
La luz estalla en todas direcciones, envuelve a Silvia en una explosión purificadora que ilumina el campo de batalla. La antigua diosa de la guerra grita, retrocede mientras su cuerpo es atravesado por esa energía luminosa que la despoja de su oscuridad.
Su silueta tiembla… y luego se desvanece entre el resplandor.
Por un instante, todo queda en silencio.
Una calma falsa.
Una respiración contenida en el pecho del universo.
Y entonces…
De las cenizas de Vasco y de los restos de Silvia, una sombra gigantesca comienza a alzarse. Su forma se retuerce en el aire como una serpiente hambrienta, crece con cada segundo.
Los pocos muertos vivientes que aún quedan en pie, tambaleantes y sin alma, se desintegran al instante, como polvo arrastrado por el viento… sus restos son absorbidos por aquella oscuridad creciente, se funden con ella, alimentan su poder. La criatura que emerge no es solo una sombra… es el eco de toda la maldad que alguna vez tocó el planeta Kepler.
El viento se torna helado.
Las nubes se arremolinan con furia, y un torbellino de energía oscura estalla, sacude el campo de batalla.
En lo alto, donde Norcar y su ejército observan, el cielo se oscurece como si una noche eterna hubiera caído sobre ellos. Incluso los dioses titubean. El ejército celestial retrocede, temblando ante la abominación que se alza.
—¿Qué es eso...? —susurra uno de los ángeles, incapaz de apartar la vista.
Su cuerpo está envuelto en sombras densas y vivas. Garras enormes y afiladas se extienden desde sus brazos, capaces de desgarrar la realidad misma. De su espalda brotan alas hechas de humo y fuego, y en su pecho late un núcleo de energía oscura… el corazón corrupto de Vasco y Silvia.
Sus ojos son brasas vivas, dos soles rojos de odio y destrucción.
Y cuando ruge de nuevo, su voz resuena por todo el planeta Kepler, hace sangrar los oídos de los Inmortales y estremece los pilares de los cielos.
Rosa da un paso atrás, asombrada por la criatura frente a ella.
—¿Qué… es eso? —murmura, sintiendo que algo antiguo y perverso acaba de despertar.
Adolf se coloca frente a ella, extiende una mano protectora.
La criatura alza la cabeza y ruge con furia, su mirada se clava en Rosa.
Y entonces, el mundo comprende que la verdadera batalla… apenas comienza.
Los guerreros del Reino del Cielo, los ángeles, e incluso Adolf y Rosa sienten un escalofrío recorrerles la espalda.
Norcar aprieta los dientes.
—No puede ser…
Mark traga saliva.
Norcar y Mark quedan paralizados al verlo. Sus ojos se abren con horror y un recuerdo enterrado en lo más profundo de su memoria se abre paso.