Justo cuando Sama asiente con convicción, las puertas del salón se abren de par en par con un golpe seco. Una joven de cabello castaño claro y ojos brillantes como el cielo de Urano irrumpe con la respiración agitada.
—¡Madre, padre! ¿Qué sucede? —pregunta con la voz entrecortada, su mirada alternando entre los visitantes y sus padres.
La tensión en la sala cambia al instante.
Mark gira la cabeza, y por primera vez en su vida, siente que el tiempo se detiene.
La joven que acaba de entrar es una visión celestial. Su largo cabello azul cae como cascadas de los mares de Urano, brillante y etéreo. Sus ojos marrones, profundos y cálidos, reflejan la misma ternura y sabiduría que irradia su madre. Su piel, blanca como la nieve, también es un claro legado de ella.
Viste un elegante vestido azul profundo, adornado con diminutos cristales que atrapan la luz del salón del trono y la hacen parecer una estrella viva.
Mark, quien ha soportado en silencio el peso de un amor no correspondido por Rosa, siente algo distinto e inesperado en el pecho. Un calor desconocido le recorre el cuerpo, y su corazón late con fuerza, con una intensidad que no experimenta desde hace siglos. Es como si su alma reconociera, de forma instintiva, a la joven que tiene frente a él.
Ella también lo mira con fijeza, sin apartar la vista. Hay una chispa silenciosa, una conexión muda que ninguno de los dos comprende del todo, pero que ambos sienten al instante.
—Ella es nuestra hija, Iskra, la princesa de Urano —anuncia Simeón con un dejo de orgullo en la voz.
Mark parpadea, aún atrapado en aquella marea de emociones nuevas.
—Iskra... —susurra su nombre, como si saboreara cada sílaba sin darse cuenta.
La joven se sonroja levemente, pero mantiene su porte firme, sin permitir que la sorpresa quiebre su carácter.
—¿Por qué desean llevarse a mi madre? —pregunta con serenidad, cruzando los brazos con elegancia y determinación.
Sama se acerca a ella con dulzura y toma sus manos entre las suyas.
—Ha ocurrido algo terrible en Kepler, hija mía. La diosa de las hadas, Rosa… ha muerto. Se sacrificó para traer la paz al planeta. Pero existe una posibilidad, una delgada esperanza de traerla de vuelta. Y para eso, necesito regresar. Solo yo puedo ayudar.
Los ojos de Iskra se abren con asombro, sus labios se entreabren mientras intenta asimilar lo que acaba de escuchar.
—¿Rosa? ¿La misma Rosa de la que solías hablarme cuando era niña…? La que cantaba con las flores, la que hablaba con la luz...
—Sí —responde Sama con una suave sonrisa cargada de tristeza—. Siempre supe que Rosa era especial… pero ahora que ha dado su propia vida por todos, es nuestra responsabilidad salvarla. Es más que una diosa. Es esperanza pura. Ella eliminó la oscuridad, y gracias a eso, nuestro planeta y todo el universo están a salvo.
Iskra baja la mirada, sus pensamientos giran en espiral. El peso de aquellas palabras, y la mirada intensa de Mark sobre ella, la hacen temblar ligeramente por dentro.
Mark sigue sin apartar los ojos de ella. Hay algo en su presencia que le resulta irresistible, una energía poderosa pero, al mismo tiempo, gentil. Es como si Iskra irradiara una fuerza ancestral, una calma envuelta en fuego azul.
Adolf, al notar la mirada fija de su compañero, le da un codazo sutil, disimulando una sonrisa burlona.
—Deja de mirarla así, Mark.
Mark parpadea, volviendo abruptamente a la realidad.
—No lo puedo evitar... Es hermosa —murmura, aún absorto.
Iskra alza la vista hacia él y una pequeña sonrisa traviesa aparece en sus labios.
—¿Es así como todos los hombres de Kepler se presentan?
Mark ríe suavemente, con un brillo genuino en los ojos.
—No... Solo los que han sido bendecidos con la oportunidad de ver algo tan maravilloso.
Iskra se ruboriza, pero se recompone rápidamente, ocultando su leve desconcierto con elegancia.
—Quiero ir con ustedes —dice la joven, con la voz firme.
Sama suspira, acariciándole la mejilla con ternura.
—No puedes, hija. Tú quedarás a cargo de Urano en nuestra ausencia.
Iskra se tensa al oír esas palabras.
—¿Yo? —pregunta, con incredulidad y un dejo de temor.
—Eres mi hija. La futura reina de este planeta —responde Sama con suavidad—. Eres fuerte, más de lo que crees. Confío en que sabrás gobernar con sabiduría y corazón.
Simeón asiente, con una sonrisa que irradia orgullo.
—Tienes mi sangre y la de tu madre. Eres la heredera legítima. Y Urano te necesita.
Iskra toma aire, como si buscara fuerza en lo más profundo de sí. Durante unos segundos, su rostro refleja la tormenta interior… hasta que alza el mentón con determinación.
—Haré que se sientan orgullosos.
Mark no puede evitar sonreír con admiración. Hay en ella una grandeza que va más allá de la belleza.
Cuando Sama, Simeón, Mark y Adolf se preparan para partir, Iskra se acerca a Mark en el último momento, con pasos decididos y mirada intensa.
—Espero que regreses algún día... —susurra, su voz cargada de algo más que simple cortesía.
Mark se sorprende, pero su expresión pronto se suaviza con una sonrisa segura.
—Lo haré —promete, con una convicción que no necesita juramentos.
Antes de que pueda añadir algo más, la energía del portal los envuelve a los cuatro, y en un destello luminoso, desaparecen, dejando atrás el planeta azul.
Pero en el corazón de Mark, una nueva luz ha nacido, silenciosa y poderosa.
Nota:
Mark siempre fue un guerrero firme, pero en silencio arrastraba el peso de un amor prohibido. Amó a Rosa desde la distancia, sabiendo que jamás sería correspondido, no solo por el corazón de ella, sino por la voluntad de su hermano, quien le prohibió amar a alguien fuera de su destino.
Sin embargo, en este capítulo, una nueva chispa nace. Iskra irrumpe en su mundo como un rayo inesperado, y algo en su interior cambia. No es solo admiración… es un destello de esperanza, el inicio de algo distinto. Tal vez, por fin, Mark pueda mirar hacia adelante sin dolor en el corazón.