El hada y el dios del fuego.

Capitulo 50: Fin.

Mark y Norca llegan al reino de las hadas, donde Rosa permanece sola tras la partida de Sama hacia su planeta.

Ambos se acercan con respeto y cautela.

Norcar es el primero en hablar, inclinando ligeramente la cabeza.

—Rosa… Bienvenida de vuelta. Y… lo siento. No supe reconocer quién eras. No vi a la diosa de las hadas ante mis ojos.

Rosa, con serenidad, le tiende la mano.

—Te perdono, Norcar. Todos tenemos nuestros momentos de ceguera.

Él asiente, aliviado, y se despide amablemente, dejándolos a solas. Desea darles su espacio, comprendiendo que es un momento solo de ellos.

Adolf no está presente. Ha dejado que Rosa pase el día con Sama y su esposo, sabiendo lo importante que era para ella reconectarse con sus raíces, con su origen, con su madre… aunque no de sangre. Confíaba en que ese reencuentro sería reparador, lleno de palabras necesarias y silencios que sanan. Lo que jamás imaginó es que Sama partiría tan pronto de regreso a su planeta.

Mark permanece en silencio por unos segundos, observándola con una expresión intensa, pero suave. Luego, sin decir palabra, la abraza con fuerza.

—Bienvenida de vuelta, Rosa —susurra.

Ella le devuelve el abrazo, percibiendo la sinceridad en su voz, en su gesto.

Cuando se separan, Mark la mira con una sonrisa melancólica, una que guarda años de silencio, de sentimientos nunca pronunciados.

—Perdóname por todos estos años en los que no te demostré lo que sentía por ti.

Rosa parpadea, sorprendida.

Mark ríe bajito y niega con la cabeza.

—Eres alguien muy especial para mí… y creo que llegué a amarte más de lo que quise aceptar.

Ella abre la boca para responder, pero él levanta una mano con gentileza, pidiéndole que no diga nada aún.

—Pero ahora… conocí a otra persona. Y por primera vez… siento que puedo tener una vida distinta. He decidido marcharme al reino de Sama y Simeón, en Urano. Allí no hay guerras… solo paz. Y eso es lo que quiero ahora. No más batallas. El Dios de la Guerra ha terminado su ciclo.

Rosa lo mira con tristeza, pero también con una comprensión profunda que brota de su alma.

—Espero que encuentres la felicidad, Mark. De verdad.

Él le revuelve el cabello con un gesto tierno, y le dedica una última sonrisa antes de alejarse.

—Tú también, Rosa. El mundo aún necesita tu luz.

Y así, con pasos firmes, Mark se dirige hacia el horizonte, desapareciendo entre la bruma del bosque encantado que conecta con el reino celestial.

Cuando se va, Rosa cierra los ojos por un momento.

Siente que una etapa de su vida ha llegado a su fin.

Que el pasado, con todo su peso y belleza, finalmente encuentra su lugar.

Y en su pecho, queda solo una certeza:

El futuro la espera. Y por primera vez en mucho tiempo… está lista para vivirlo.

El amanecer llega, tiñendo el cielo con tonos dorados y rosados. El reino de las hadas despierta en silencio, como si respetara lo que está a punto de ocurrir.

Mark se encuentra de pie, con los brazos cruzados, contemplando el horizonte. A su lado, Norcar, su hermano, lo observa en silencio, como si intentara memorizar cada detalle de aquel momento.

—Así que te vas… —dice Norcar, rompiendo la quietud.

Mark asiente, esbozando una pequeña sonrisa cargada de nostalgia.

—Sí.

El silencio vuelve, pero no es incómodo. Es denso, lleno de años compartidos, de batallas ganadas, de heridas, tanto visibles como invisibles.

—Pensé que estarías a mi lado por siempre, Mark.

El Dios de la Guerra baja la cabeza, dejando que el viento despeine sus cabellos oscuros.

—Yo también lo pensé… Pero encontré mi camino. Uno distinto.

Norcar lo mira con intensidad.

—¿Y ese camino… está lejos de aquí?

—Sí. Muy lejos, pero también… cerca de mi paz. —Hace una pausa y añade—: En el planeta Urano conocí a alguien. La hija de Sama. Tuvimos una conexión única. Con ella, quiero construir algo nuevo, unir mi vida con la suya. Dejar atrás la guerra y sembrar la paz.

El viento sopla con suavidad, como si aprobara sus palabras.

—Perdóname por dejarte solo —murmura Mark, la voz teñida de emoción.

Norcar niega con la cabeza y sonríe.

—Nunca estuve solo, Mark. Siempre te sentí cerca, incluso en la distancia. Y aunque tus pies se alejen… tu esencia seguirá aquí, conmigo.

Mark le da una palmada en el hombro, un gesto sencillo, pero lleno de gratitud.

—Gracias, hermano.

—No necesitas agradecerme —responde Norcar, mirándolo con orgullo—. Pero déjame hacer una última cosa, antes de que partas.

Mark lo observa con curiosidad.

Norcar se endereza, alzando la voz con solemnidad.

—Desde hoy, ya no eres el Dios de la Guerra. Te declaro el Dios de la Paz. A donde vayas, la paz te acompañará. Y no olvides que este siempre será tu hogar… y que siempre cuentas conmigo.

Mark siente que el pecho se le aprieta. No por tristeza, sino por la emoción de cerrar un ciclo… y comenzar otro.

Se abrazan con fuerza, un lazo de sangre, de historia, de eternidad.

—Gracias, hermano —susurra Mark.

Y con esas palabras, da media vuelta. Camina hacia el portal que lo llevará al reino de Urano, sin mirar atrás.

Porque sabe que ahora… por fin, está en paz.

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Sama y Simeón están de regreso en el planeta Urano, la suave luz azulada del lugar los envuelve como un manto cálido. En los jardines del palacio, su joven hija —de cabellos del color del océano y ojos marrones como la tierra fértil— corre a su encuentro con una enorme sonrisa… pero esta se desvanece al instante al notar la ausencia de quien espera con ansias.

—¿Y Mark? —pregunta, con la voz quebrada por una punzada de decepción.

Sama y Simeón intercambian una mirada silenciosa, cargada de comprensión.

—Él… decidió quedarse en el planeta Kepler—responde Sama con dulzura.




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