La hechicera Hécate y su poder de consumir y absorber parte de los poderes ajenos, tornándose su cabello en rojo carmesí tan vivos como la sangre y sus ojos de un violeta completamente irreal estaba allí en esa parte del bosque una vez más.
Todo estaba tan oscuro como cada vez que era invierno y sabía que en cualquier momento comenzaría a nevar.
Hécate (O Adara, como ahora la conocían) miró a los lados para ver si alguien más la había seguido. No le era de extrañar que en cualquier momento podría llegar ese Dios de los Rayos y los demás Olímpicos o aquel rey de los muertos al que todos los mortales temían.
Ella podía llegar a dar más miedo que él porque sabía que aunque ese tal Hades vivía en la oscuridad, no tenía el corazón tan oscuro como lo tenía ella.
O tal vez si.
No lo conocía.
Movió la cabeza de lado a lado para despejar sus pensamientos y trató de consumir la energía del árbol de la vida. Parecía estar poseída, sin rastro de su verdadero ser.
Toda la tierra envuelta en una capa blanca comenzó a convertirse en agua a su alrededor y la hechicera al levantar las manos, pudo ver con claridad que en la izquierda tenía una llama de fuego tan grande que le rodeaba el brazo entero y en la derecha el agua cristalina comenzó a bailar en sus dedos, extendiéndose hasta su codo.
Nunca creyó poder controlar el agua, pero tenía que agradecer su encuentro con Poseidón.
Una sonrisita de satisfacción se apoderó de su rostro y fue así como con un chasquido de dedos, el árbol de la vida se consumió en cenizas y al tirar el líquido que provenía de su mano derecha, humo de color violeta salió de esa zona.
Lo que no sabía es que las chispas mortales que salieron de allí se dirigían a ella, dándole de lleno en el pecho.