El Hechizo Del Corazón Cautivo

La Risa De Las Sombras

El bosque se estremeció.

No fue un simple susurro de hojas agitadas por el viento ni el crujido casual de ramas bajo el peso de algún animal nocturno. Fue algo más profundo, más visceral, como si la tierra misma hubiese inhalado y retenido el aliento.

Los árboles, esos viejos guardianes que habían visto siglos pasar, parecían temblar en sus raíces, y el aire se volvió denso, cargado de un peso que oprimía el pecho y enrarecía la respiración.

Incluso las criaturas que habitaban el bosque se sumieron en un silencio sepulcral, como si intuyeran la llegada de algo que no podían comprender, pero que sabían temer.

Alyss lo sintió primero, un escalofrío que le recorrió la espalda como una mano helada. Estaba en el salón principal de su castillo, con Kael a pocos pasos de distancia.

Él estaba de pie, su postura rígida como una estatua, el cinturón mágico brillando débilmente en su torso. Aunque sus movimientos estaban controlados, su espíritu seguía siendo un incendio latente, un fuego que ni siquiera la magia de Alyss había logrado extinguir.

Ella lo miraba de reojo, cautivada por la fuerza que irradiaba incluso en su cautiverio, pero también atormentada por el abismo que se extendía entre ellos.

—¿Qué es esto? —preguntó Kael de repente, su voz grave rompiendo el silencio.

Aunque obedecía las órdenes de Alyss, no pudo ocultar el leve temblor en sus palabras. Algo se agitaba en el aire, algo que su instinto de guerrero reconocía como un peligro inminente.

Alyss no respondió de inmediato. Sus ojos, profundos como la noche, estaban fijos en la ventana, donde el horizonte parecía oscurecerse con cada segundo que pasaba.

Un vago resplandor carmesí teñía las nubes, como si el cielo estuviera sangrando. El viento había cambiado; ya no era un murmullo suave, sino un gemido que arrastraba consigo un susurro apenas audible, palabras antiguas y fragmentadas que parecían reír.

—Sylara —murmuró finalmente, su voz apenas un hilo de sonido.

El nombre quedó suspendido en el aire, cargado de un peso que parecía doblar los muros del castillo. Kael frunció el ceño, sus ojos azules, tan intensos como el océano antes de una tormenta, se clavaron en Alyss.

—¿Quién es Sylara? —exigió, su tono frío y distante, como si con cada palabra marcara aún más la distancia que los separaba.

Alyss lo miró, y por un momento, la verdad de su situación la golpeó con toda su fuerza. Lo había traído a su lado para llenar el vacío en su corazón, pero ahora, bajo esa mirada helada, se daba cuenta de que solo había agrandado el abismo.

Había deseado ser su refugio, su puerto seguro, pero en su intento desesperado, se había convertido en su carcelera. Y sin embargo, a pesar de todo, no podía dejar de amarlo. Su amor por Kael era una llama que la consumía desde dentro, una mezcla de deseo, culpa y un dolor insoportable.

—Es una hechicera —dijo finalmente, desviando la mirada hacia el horizonte teñido de rojo— Una que no conoce límites. Sylara no busca el poder, Kael. Ella busca la destrucción.

Kael la observó en silencio, sus puños apretados a los costados. No confiaba en Alyss, no después de todo lo que le había hecho.

Pero el aire mismo parecía susurrarle que las palabras de la hechicera eran ciertas. Cada fibra de su ser le gritaba que algo terrible se acercaba, algo que haría temblar al mundo entero.

En la distancia, Sylara reía.

Estaba de pie en el claro de un bosque que parecía marchitarse bajo su presencia. Las flores se cerraban, los árboles se encorvaban, y el cielo se oscurecía como si el sol se negara a mirarla.

Su cabello, negro como la medianoche, caía en cascadas desordenadas alrededor de su rostro, y sus ojos, de un rojo intenso, brillaban con un deleite perverso. Era hermosa, pero no con la belleza de la vida, sino con la del fuego que consume todo a su paso.

—¿Puedes sentirlo, pequeña Alyss? —murmuró, como si la otra hechicera pudiera escucharla— El final está llegando, y tú no tienes a dónde correr.

Sylara levantó una mano, y el aire a su alrededor pareció quebrarse como vidrio. De su palma surgió un torbellino de sombras que se extendió por el bosque, consumiendo todo a su paso. Era un espectáculo aterrador y hermoso, como un cuadro pintado con la paleta de la muerte.

—Oh, qué dulzura será verte caer —dijo, riendo suavemente mientras contemplaba el caos que se desataba a su alrededor.

En el castillo, Alyss sentía cada movimiento de Sylara como un latido doloroso en su pecho. Sabía que la otra hechicera no se detendría hasta destruirlo todo. Pero también sabía que no podía enfrentarse a ella sola. Kael era su única esperanza.

—Te necesito, Kael —dijo, su voz quebrada mientras daba un paso hacia él.

Su mirada imploraba algo más profundo que obediencia; pedía comprensión, aunque sabía que no la recibiría.

Kael la miró con una mezcla de incredulidad y desprecio.

—¿Necesitarme? —su voz era un filo cortante— Me necesitas, pero no como soy. Me necesitas encadenado, amordazado por tu magia. ¿Eso es lo que llamas necesidad, Alyss? ¿Eso es lo que llamas amor?

La palabra cayó entre ellos como una piedra en un lago tranquilo, creando ondas que lo transformaron todo.

Alyss apartó la mirada, incapaz de sostener la intensidad de sus ojos. Sabía que Kael tenía razón, pero admitirlo era un peso que no podía cargar.

—No tengo elección —susurró, su voz apenas audible— Si te libero, me abandonarás. Y si me abandonas...

—Si te abandono, te quedarás sola otra vez —terminó Kael por ella, su tono amargo.

Alyss sintió cómo las lágrimas quemaban en sus ojos, pero las contuvo. No podía permitirse ser débil, no ahora.

—No entiendes... —empezó a decir, pero Kael la interrumpió.

—No, Alyss. Eres tú quien no entiende. La fuerza que necesitas de mí no puede ser arrancada por obligación. Mi voluntad es lo único que puede salvarte, y tú misma la has destruido.




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