El aire en el castillo crepitaba como si estuviera cargado de electricidad pura. Kael sintió una oleada de energía ascender desde su interior, como un río subterráneo que finalmente rompía la presa que lo contenía.
Era una sensación ardiente y poderosa, un fuego que había estado oculto, dormido bajo la superficie, hasta que la amenaza de Sylara lo encendió.
La luz celeste del cinturón brilló con tal intensidad que iluminó toda la habitación, y Kael dejó escapar un grito gutural mientras su cuerpo se liberaba, aunque fuera por un instante, de las cadenas mágicas que lo ataban.
Una onda expansiva de luz y calor brotó de él, golpeando la oscuridad que había comenzado a envolver el castillo.
El escudo mágico que Alyss había levantado, tambaleante y frágil hasta ese momento, se reforzó con una fuerza descomunal, expulsando la negrura que Sylara traía consigo.
La figura de la hechicera oscura se tambaleó hacia atrás, sus ojos rojos brillando con sorpresa y furia.
—¿Así que tienes un aliado, Alyss? —dijo Sylara con una sonrisa torcida, su voz rezumando veneno— Siempre supe que no podías hacer nada sola. Eres tan inútil como siempre.
Las palabras cortaron a Alyss como una hoja invisible, pero su atención estaba fija en Kael. Lo que acababa de presenciar era algo que nunca habría imaginado.
Había creído que el cinturón había anulado completamente su voluntad, pero esa explosión de poder había surgido de un lugar profundo, un lugar que ni siquiera su magia podía alcanzar.
Kael jadeaba, con el pecho subiendo y bajando mientras la energía que había emergido de él comenzaba a disiparse. Sentía su cuerpo arder, como si hubiera llevado su fuerza al límite en un solo instante. Pero el resplandor del cinturón no tardó en retomar su dominio.
La luz celeste que había iluminado la habitación se volvió fría y opresiva, envolviendo su torso y apagando la chispa de poder que había emergido. Kael sintió cómo su cuerpo se tensaba una vez más, incapaz de moverse por voluntad propia.
El cinturón no solo lo controlaba físicamente, sino que parecía alimentar la impotencia que sentía en su interior, reforzando su prisión.
Sylara lo observó desde la distancia, con una sonrisa llena de malicia mientras la oscuridad que la rodeaba se desintegraba frente al escudo fortalecido.
—Bien jugado, Alyss. Parece que tu juguete es más útil de lo que pensaba. Pero no te preocupes, querida. Volveré, y cuando lo haga, no quedará nada de tu patético refugio. Ni de ti.
Con un último destello de sombras, Sylara desapareció, su risa resonando en el aire como un eco cruel que se prolongó mucho después de que su figura se desvaneciera. Pero aunque su presencia había sido expulsada, el daño ya estaba hecho.
El bosque alrededor del castillo seguía marchito, los cielos nublados y pesados, y una sensación de desesperanza se extendía por el reino que una vez había brillado con luz y alegría.
Kael, aún jadeante, sintió cómo su cuerpo se relajaba ligeramente al desvanecerse la amenaza inmediata, aunque el cinturón seguía ajustándose a su torso como una jaula invisible.
Sus pensamientos eran un torbellino de emociones: frustración, impotencia, y una ira creciente hacia Alyss.
Sabía que el poder que había surgido en él podría ser la clave para derrotar a Sylara, pero también sabía que mientras el cinturón lo controlara, ese poder estaría fuera de su alcance.
Alyss lo miraba fijamente, como si intentara comprender lo que acababa de suceder. No podía creer lo que había visto.
La fuerza de Kael, esa luz que había brotado de él, era algo que nunca había presenciado antes. Se acercó a él, su voz temblorosa mientras hablaba.
—¿Qué fue eso, Kael? —preguntó, su tono cargado de asombro y una pizca de miedo— ¿Qué es ese poder?
Kael apretó los dientes, sintiendo cómo la magia del cinturón lo forzaba a responder. Intentó resistirse, pero era inútil.
—Es una habilidad innata —dijo con voz rígida, su mirada fija en el suelo— Una fuerza que proviene de mi interior. Pero no puedo controlarla completamente. Solo emerge cuando mi voluntad es lo suficientemente fuerte.
Alyss frunció el ceño, tratando de procesar sus palabras.
—¿Es por eso que pudiste reforzar el escudo? —preguntó, dando un paso más cerca.
Kael asintió lentamente, aunque su mandíbula seguía apretada por la frustración.
—Sí. Pero no puedo usarla mientras... mientras esto —dijo, señalando el cinturón— me ate. El poder necesita libertad. Necesita mi voluntad.
El corazón de Alyss se contrajo al escuchar esas palabras. Sabía que lo que decía era cierto, pero el pensamiento de liberarlo era como un abismo oscuro al que temía asomarse.
Si lo dejaba ir, lo perdería para siempre. Y sin embargo, mantenerlo encadenado significaba que nunca podría ser quien realmente era.
El silencio entre ellos se llenó con una tensión insoportable. Alyss dio un paso más cerca, levantando una mano temblorosa hacia el rostro de Kael. Sus dedos rozaron suavemente su mejilla, y él no se apartó, aunque su mirada seguía cargada de reproche.
—Kael —dijo en voz baja, casi un susurro— No quiero que te pase nada. No quiero perderte.
Kael la miró, y por un momento, la dureza en sus ojos pareció suavizarse. Podía ver el miedo en ella, la desesperación de alguien que había estado sola durante demasiado tiempo. Podía entenderlo, incluso compadecerla, pero eso no hacía su situación más aceptable.
—¿No entiendes, Alyss? —dijo finalmente, su voz llena de una mezcla de compasión y frustración— Mantenerme aquí, encadenado, no me protege. Nos pone a ambos en peligro.
Pero Alyss negó con la cabeza, sus dedos todavía en su mejilla. Había lágrimas en sus ojos, pero no las dejó caer.
—No puedo arriesgarme —dijo, su voz temblorosa— No puedo.
Kael cerró los ojos, dejando escapar un suspiro pesado. Cada palabra que ella decía era como una nueva cadena que se envolvía a su alrededor, cada gesto de preocupación un recordatorio de su impotencia.
Editado: 10.01.2025