La noche cayó sobre el castillo como un manto opresivo, más pesada que cualquier oscuridad que Alyss hubiera conocido antes.
El escudo protector que Kael había reforzado permanecía intacto, pero su tenue brillo parecía frágil, como si pudiera romperse con el más mínimo suspiro de viento.
El silencio llenaba los pasillos, pero dentro de la sala principal, donde Alyss y Kael se encontraban, el aire estaba cargado de tensión, palabras no dichas y emociones reprimidas.
Kael permanecía inmóvil, obligado por la magia del cinturón, su cuerpo rígido pero sus ojos vivos, azules y ardientes como un cielo antes de una tormenta.
Alyss, por su parte, no podía dejar de mirarlo. Sus manos temblaban, todavía sintiendo el calor de su piel donde lo había tocado momentos antes, su frente todavía marcada por el beso que le había dado.
No podía apartar la mirada, no podía detener el torbellino de emociones que se agitaba en su interior. Su amor por Kael no era dulce ni sereno; era un huracán, violento y desesperado, un grito en el vacío de su soledad.
Kael rompió el silencio, su voz baja pero cargada de una furia controlada.
-¿Cuánto tiempo más, Alyss? ¿Cuánto tiempo más vas a mantenerme aquí?
Ella levantó la mirada, sus ojos negros brillando con una mezcla de culpa y desafío.
-No sé -respondió, su voz temblorosa pero firme- Hasta que estemos seguros. Hasta que Sylara sea derrotada.
Kael dejó escapar una risa amarga, sacudiendo ligeramente la cabeza.
-¿Seguros? Alyss, ¿crees que esto es seguridad? -dijo, levantando una mano para señalar el cinturón que lo ataba- Este cinturón no solo me encadena a ti, también encierra mi poder. ¿No lo ves? Estoy aquí, a tu lado, pero soy inútil. Soy una sombra de lo que podría ser.
Ella apretó los labios, su corazón latiendo con fuerza. Sabía que él tenía razón, pero el miedo era un monstruo demasiado grande para ignorarlo. Si lo liberaba, si le permitía ser libre, ¿qué pasaría con ella? ¿Qué haría si él decidía marcharse?
-Lo que hiciste hoy... -dijo finalmente, con la voz rota- Ese poder que mostraste... fue increíble. Pero no puedo dejarte ir, Kael. No puedo perderte. Me niego a seguir sola.
Kael cerró los ojos, respirando profundamente para contener la ira que hervía en su interior. Había sido un guerrero toda su vida, un hombre acostumbrado a la acción, a tomar decisiones difíciles y a proteger a los demás.
Ahora, estaba atrapado, impotente, obligado a obedecer a alguien que ni siquiera confiaba en él lo suficiente como para darle libertad.
-No lo entiendes -murmuró, su tono ahora más bajo, casi cansado- No es solo el cinturón, Alyss. Es todo esto. Tu miedo, tu obsesión... no puedes pedirme que te ame mientras me mantienes prisionero. Eso no es amor. Eso es egoísmo.
Las palabras golpearon a Alyss como una bofetada. Dio un paso atrás, como si las paredes mismas del castillo se hubieran cerrado sobre ella.
Quería gritarle que no era verdad, que su amor por él era real, que lo único que deseaba era estar a su lado. Pero, ¿era realmente amor lo que sentía, o era su propio miedo lo que la guiaba?
-No lo hago por egoísmo -susurró, más para convencerse a sí misma que a él- Lo hago porque... porque no sé cómo vivir sin alguien. Porque el mundo... es tan vacío sin compañía.
Kael la miró fijamente, sus ojos llenos de una mezcla de compasión y frustración. Podía ver su soledad, su necesidad desesperada de ser aceptada y amada. Pero eso no hacía su situación más soportable. Si algo, solo lo hacía más trágico.
-Alyss -dijo finalmente, con un tono más suave- Entiendo tu dolor. De verdad lo entiendo. Pero no puedes construir una conexión real basada en cadenas. Y mientras sigas insistiendo en controlarme, no solo me estás lastimando a mí, también te estás destruyendo a ti misma.
Alyss se quedó en silencio, sus manos temblando mientras apretaba los puños. Sabía que sus palabras eran ciertas, pero no podía enfrentarse a la idea de liberarlo, de abrir su mano y dejarlo volar. Porque, en el fondo, temía que, si lo hacía, nunca más lo volvería a ver.
Mientras tanto, fuera del castillo, la oscuridad que Sylara había sembrado continuaba extendiéndose. Los árboles se marchitaban, sus hojas cayendo como lágrimas muertas, y el aire mismo parecía vibrar con un zumbido opresivo.
Los habitantes del reino, aquellos que todavía quedaban, sentían el cambio. Los niños lloraban sin razón, los animales se agitaban en sus establos, y los ancianos murmuraban oraciones olvidadas, con la esperanza de que algún poder superior los escuchara.
Sylara observaba todo desde la distancia, su figura envuelta en un manto de sombras que se agitaba como un fuego negro. Sus labios estaban curvados en una sonrisa satisfecha mientras su risa resonaba como un eco siniestro a través de los cielos.
-Pobre Alyss -murmuró, sus ojos rojos brillando con un deleite cruel- Siempre tan desesperada, siempre tan rota. Es casi divertido verla luchar tan patéticamente.
Sus palabras eran un veneno dirigido al corazón de su rival, incluso desde la distancia. Sabía que su oscuridad estaba afectando a Alyss tanto como al reino. Y eso era lo que quería.
Dentro del castillo, Alyss finalmente rompió el silencio. Se acercó a Kael, sus pasos lentos, casi temerosos. Levantó una mano y tocó su mejilla una vez más, su tacto suave pero lleno de desesperación.
-No quiero que te pase nada, Kael -susurró, sus ojos encontrando los de él- No quiero perderte.
Kael no respondió. No podía. Había algo en su mirada, una mezcla de tristeza y resignación, que dejó a Alyss sin aliento. Podía sentir la verdad en él, una verdad que no podía ignorar: mientras lo mantuviera encadenado, nunca sería suyo.
Pero antes de que pudiera decir algo más, el escudo protector del castillo parpadeó, un destello de luz que iluminó la sala por un instante antes de desvanecerse. Algo estaba sucediendo, algo que ninguno de ellos podía ignorar.
Editado: 10.01.2025