El escudo protector se desmoronó con un estruendo que resonó como un lamento en todo el bosque. Las luces que lo componían se desvanecieron, consumidas por la oscuridad que Sylara enviaba como un manto de muerte.
Dentro del castillo, Alyss observó el destello final con el corazón acelerado. Sabía que ya no quedaba tiempo, que el momento de tomar una decisión había llegado.
Se giró hacia Kael, quien la miraba fijamente, su expresión una mezcla de expectativa y desconfianza. En sus ojos azules brillaba una chispa de esperanza, aunque estaba teñida de frustración.
Alyss tragó saliva y alzó la mano. Sus dedos temblaron mientras pronunciaba el hechizo que desataría el cinturón mágico.
Las palabras flotaron en el aire, cargadas de un dolor profundo y de la certeza de que con cada sílaba, estaba renunciando a algo más que a su magia: estaba renunciando a lo único que había llenado su vacío.
El cinturón comenzó a brillar intensamente, sus destellos celestes iluminando la habitación como un amanecer inesperado.
Lentamente, se desprendió del torso de Kael y cayó al suelo con un sonido sordo. Pero antes de que pudiera tocar las baldosas, se desintegró en una nube de luz, dejando solo el silencio tras de sí.
Kael se quedó inmóvil por un momento, su cuerpo temblando mientras sentía la libertad regresar a él. Era como si un peso invisible hubiera sido arrancado de sus hombros.
Su respiración se volvió profunda y constante, sus músculos relajándose mientras una oleada de energía recorría cada fibra de su ser. Desde sus pies hasta su cabello, un resplandor dorado comenzó a envolverlo, destellos mágicos que se movían como ríos de luz líquida.
Su armadura reflejaba el brillo con una intensidad casi divina, y sus ojos azules resplandecieron como un océano al mediodía.
Por primera vez en semanas, Kael era dueño de sí mismo.
—Finalmente —murmuró, con un tono que era una mezcla de alivio y enojo. Levantó una mano, flexionando los dedos como si probara su propia fuerza, y luego miró a Alyss— ¿Por qué ahora?
Alyss lo observó, su mirada cargada de tristeza y amor no correspondido.
—Porque ya no importa, Kael —dijo, con un hilo de voz— Te necesito libre. Pero no para mí. Sino para detenerla.
Antes de que Kael pudiera responder, Alyss se giró y corrió hacia la puerta. Su capa negra ondeaba detrás de ella como las alas de un cuervo, y sus manos ya comenzaban a brillar con un tenue resplandor blanco. Kael la llamó, pero ella no se detuvo.
Sabía lo que debía hacer. Sylara estaba allí afuera, destrozándolo todo, y si ella no hacía algo, no quedaría nada por lo que luchar.
El bosque la recibió con un aire gélido que mordía su piel. La oscuridad se extendía como una plaga, sofocando cualquier rastro de vida y luz.
Pero Alyss no se detuvo. Cada paso que daba era una declaración de su decisión: prefería morir enfrentando a Sylara que volver a su eterna soledad.
En el centro del bosque, Sylara flotaba en el aire, rodeada por un torbellino de sombras vivientes.
Su risa resonaba como el eco de un millar de gritos, y sus ojos rojos brillaban con una crueldad infinita. Al ver a Alyss, su sonrisa se ensanchó.
—Oh, querida —dijo, con un tono burlón— ¿Por qué molestarte? Siempre supiste que no podrías detenerme.
Alyss no respondió. Extendió las manos, y de sus palmas surgieron rayos de luz blanca que cortaron la oscuridad como espadas.
Las sombras de Sylara se retorcieron y gruñeron, pero la hechicera oscura no pareció preocupada. Al contrario, sus risas se hicieron más intensas.
—¿Luz contra oscuridad? —se burló— Qué predecible. Qué patético.
La batalla comenzó con un estallido de energía que sacudió el bosque y se sintió en todo el reino. Rayos de luz y sombras chocaban en el aire, creando explosiones que iluminaban el cielo nocturno.
El pueblo observaba desde la distancia, sus corazones llenos de temor y desesperanza. Era como si el destino del mundo se decidiera en ese enfrentamiento, una lucha entre la esperanza y la destrucción.
Kael, que había seguido a Alyss desde el castillo, se detuvo al borde del claro. Observó la batalla con el corazón en un puño, sintiendo cada impacto como si golpeara directamente su pecho.
Sabía que el poder de Alyss no era suficiente para vencer a Sylara. Lo sabía porque, incluso en su máxima expresión, la luz de Alyss estaba teñida de dudas, de miedo. Y contra alguien como Sylara, eso no sería suficiente.
—¡Alyss! —gritó, pero su voz se perdió en el caos.
El enfrentamiento continuó hasta que, finalmente, la fuerza de Alyss comenzó a desvanecerse. Sylara rió con deleite al ver a su oponente tambalearse, sus rayos de luz debilitándose.
Con un gesto de su mano, envió una oleada de sombras que envolvió a Alyss y la lanzó al aire. La hechicera gritó mientras caía, su cuerpo girando sin control hacia el suelo.
Kael reaccionó sin pensar. Con una velocidad casi sobrenatural, corrió hacia ella y la atrapó en sus brazos justo antes de que impactara contra el suelo.
La sangre de Alyss empapó sus manos, caliente y pegajosa, y su respiración era débil, apenas un susurro. Sus ojos, que siempre habían brillado con una intensidad oscura, estaban ahora apagados, llenos de dolor.
Desde las alturas, Sylara los observaba con una sonrisa cruel.
—Siempre supe que Alyss era débil —dijo, su voz resonando en todo el bosque— E inútil. Estas son las consecuencias de ser tan patética.
Su risa, fría y despiadada, llenó el aire mientras una nueva oleada de oscuridad se extendía por el reino, consumiendo todo a su paso. El castillo de Alyss comenzó a desmoronarse bajo el peso de la sombra, y las pocas luces que quedaban en el bosque se extinguieron.
Kael, arrodillado en el suelo con Alyss en sus brazos, sintió una ira profunda surgir en su interior. No podía permitir que terminara así. Cerró los ojos y se concentró, buscando esa chispa de poder que había sentido antes.
Editado: 10.01.2025