El bosque estaba inmerso en un silencio roto solo por los ecos de las risas crueles de Sylara, que se mezclaban con el crepitar de las sombras consumiéndolo todo a su paso.
Su figura flotaba en el aire, majestuosa y terrorífica, con un aura de poder tan abrumadora que parecía destrozar la misma realidad.
Por donde pasaba, los árboles se descomponían en cenizas, la tierra se agrietaba y el cielo se teñía de un rojo agónico. Era como si el mundo mismo estuviera llorando su propia destrucción.
Kael permanecía arrodillado en el suelo, con Alyss en sus brazos, su cuerpo debilitado y cubierto de sangre. Ella respiraba con dificultad, cada aliento era un esfuerzo monumental, y sus manos, manchadas de su propia esencia vital, apenas podían sostenerse sobre su pecho.
Su mirada, tan intensa y llena de vida hasta hace poco, era ahora un reflejo apagado, aunque en lo profundo de sus ojos brillaba una luz tenue, una chispa que aún no quería extinguirse.
-Alyss... -susurró Kael, su voz entrecortada, cargada de una mezcla de preocupación, culpa y una ira creciente.
Sentía cómo la sangre de ella empapaba sus manos, cómo su peso, que antes parecía tan liviano, ahora era el de alguien que se desvanecía poco a poco.
Sylara, desde las alturas, observaba la escena con una expresión de triunfo absoluto. Su cabello negro se agitaba como serpientes vivas alrededor de su rostro, y sus ojos rojos brillaban con un deleite perverso. Su risa resonaba como un canto macabro en el aire, una melodía que prometía destrucción y sufrimiento.
-Siempre supe que Alyss era débil -dijo Sylara, con un tono burlón que cortaba como el filo de una daga- Una inútil. Patética. ¿Y esta es la gran hechicera que el reino esperaba para salvarlos? Qué decepción.
Las palabras golpearon a Kael como un látigo, pero fue la expresión de Alyss lo que lo desgarró. Aunque apenas podía moverse, aunque sus labios apenas se curvaban para intentar hablar, su rostro reflejaba la tristeza de alguien que aceptaba esas palabras como si fueran ciertas.
-No... -murmuró Kael, su voz temblorosa, mientras una ira nueva comenzaba a arder en su interior- No eres débil, Alyss.
Ella abrió los ojos lentamente, su mirada apenas capaz de sostener la de él. Una pequeña lágrima rodó por su mejilla, mezclándose con la sangre que manchaba su rostro.
-Lo siento... -susurró, con un hilo de voz- Por haberte atado a mí. Por haberte forzado...
Kael negó con la cabeza, su mandíbula tensa mientras apretaba los dientes.
-No pienses en eso ahora -dijo, su tono firme pero cargado de emoción- No te atrevas a rendirte.
Pero incluso mientras hablaba, sentía el peso de la situación aplastándolo. La luz dorada que había logrado invocar para protegerlos comenzaba a fluctuar, debilitada por la intensidad de su propia desesperación.
Sylara lo sabía. La hechicera oscura comenzó a descender lentamente, como un halcón que se acercaba a su presa, sus pies apenas tocando el suelo marchito mientras las sombras la seguían como una extensión de su cuerpo.
-Mira cómo luchas en vano, pequeño guerrero -dijo Sylara, con una sonrisa torcida mientras extendía una mano hacia él- ¿De qué sirve tu poder cuando tu corazón está lleno de dudas? ¿De qué sirve tu fuerza si no puedes siquiera proteger a una sola vida?
Kael sintió un nudo formarse en su pecho, pero no respondió. En cambio, cerró los ojos, intentando buscar dentro de sí mismo aquella chispa que había sentido antes, aquel poder que había brotado cuando el cinturón se había desintegrado.
Lo sentía ahí, como una llama débil que aún no se apagaba, pero su desesperación y su rabia lo hacían difícil de alcanzar.
-Déjala morir, Kael -dijo Sylara, con una voz que goteaba veneno- Así es como termina todo para los débiles. No puedes salvarla. Pero yo... yo puedo ofrecerte algo más. Puedo mostrarte un mundo donde no necesitarás a nadie, donde serás verdaderamente libre.
Kael abrió los ojos de golpe, y su mirada azul se encontró con la de Sylara.
-¿Libre? -dijo, con un tono que era casi un rugido- ¿Llamas libertad a lo que haces? Destruir todo a tu paso, esclavizar a los demás bajo tu oscuridad. Eso no es libertad. Eso es miedo. Eso es odio.
Sylara alzó una ceja, su expresión cambiando por un instante, como si las palabras de Kael la hubieran irritado. Pero su sonrisa volvió rápidamente, más cruel que nunca.
-Entonces veamos qué haces, pequeño héroe. ¿Puedes salvarla? ¿Puedes salvar a todos? O, como Alyss, ¿también caerás?
Kael sintió cómo una nueva ola de sombras se abalanzaba sobre ellos. La oscuridad era densa, casi tangible, y en su centro estaba Sylara, su risa llenando el aire mientras levantaba los brazos, canalizando más poder del que Kael había imaginado.
El escudo dorado que rodeaba a Kael y Alyss comenzó a agrietarse, los destellos dorados fragmentándose como cristal roto.
-¡No! -gritó Kael, apretando los dientes mientras intentaba mantener el escudo.
Su cuerpo temblaba bajo la presión, pero incluso entonces, no apartó la mirada de Alyss.
Ella, con las pocas fuerzas que le quedaban, alzó una mano temblorosa y tocó su mejilla. Su tacto era frío, pero en ese gesto había algo cálido, algo que Kael no pudo ignorar.
-Kael... no dejes que ella gane -susurró, su voz tan débil que apenas era audible- Tienes que detenerla... incluso si yo no...
Kael apretó su mandíbula, sus ojos llenándose de lágrimas que no dejó caer.
-No voy a dejarte. No voy a perderte.
Fue entonces cuando sucedió. La chispa en su interior se encendió, creciendo como una llamarada que consumía todo a su paso. Su cuerpo comenzó a brillar nuevamente, pero esta vez, la luz no era dorada, sino blanca y pura, como la primera luz del amanecer después de una noche interminable.
Las sombras que lo rodeaban comenzaron a retroceder, y Sylara frunció el ceño, claramente sorprendida.
-¿Qué...? -murmuró, sus ojos rojos centelleando con furia.
Editado: 10.01.2025