El Hechizo Del Corazón Cautivo

El Reino Sombrío

La mente del rey era un campo de batalla. En el corazón de su castillo, mientras el sol comenzaba a ponerse y teñía el cielo con tonos naranjas y púrpuras, el monarca se encontraba en su sala privada, rodeado de documentos y cartas que esperaban su atención.

Sin embargo, su rostro estaba pálido y cubierto de sudor frío. En su interior, una lucha invisible rugía con la intensidad de una tormenta.

Sylara había entrado en su mente como un susurro, suave y seductor, como una brisa que prometía alivio en medio de un día caluroso.

Al principio, eran solo palabras. "Descansa", "Confía en mí", "Todo será más fácil si dejas de luchar".

Pero las palabras pronto se convirtieron en imágenes: visiones de su reino transformado en un paraíso oscuro donde no había necesidad de leyes ni reglas.

Cada promesa estaba cargada de una sensación de alivio tan intensa que era difícil no caer en la tentación.

Pero el rey resistía. Con los puños apretados y la mandíbula tensa, trataba de mantener su mente clara. Era un hombre fuerte, conocido por su justicia y valentía, pero nunca antes había enfrentado un enemigo tan insidioso.

-No... -murmuró, su voz temblorosa pero firme- No cederé.

En la profundidad de su mente, Sylara rió. Una risa suave al principio, pero que pronto se transformó en un eco cruel y retumbante.

-Oh, querido rey -susurró su voz, serpenteando entre sus pensamientos como humo- ¿Por qué luchar tanto? Mira tu reino. Los aldeanos viven con miedo, tus guardias no son suficientes, y tus leyes solo mantienen un orden superficial. Yo puedo darte el verdadero poder. Puedo liberarte de todo esto.

El rey gritó, llevándose las manos a la cabeza, tratando de expulsar la influencia de la hechicera. Pero cada vez que lo hacía, sentía cómo la oscuridad crecía, cómo se extendía por los rincones más vulnerables de su mente, llenando cada espacio con dudas y promesas falsas.

Sylara, escondida en una habitación lujosa del palacio, estaba radiante. Sentada en un trono improvisado, con un vestido violeta que parecía tejido con sombras vivas, sus labios se curvaron en una sonrisa llena de deleite.

Su magia se extendía a través del aire, una conexión invisible entre ella y el rey, y sentía cómo su control sobre él aumentaba con cada segundo que pasaba.

-Casi está hecho -murmuró, alzando una copa de vino y observando su reflejo en el líquido oscuro-. Siempre es tan sencillo con los humanos. Sus mentes son campos fértiles para la duda, y yo soy una jardinera paciente.

En el sector intacto del bosque, Kael entrenaba sin descanso. Su cuerpo, fortalecido por años de combate, se movía con precisión mientras lanzaba ataques con su espada, golpeando un árbol endurecido por un antiguo encantamiento.

Cada golpe resonaba en el claro, y su respiración pesada era el único sonido que rompía el silencio.

Aunque físicamente estaba en el bosque, su mente estaba en el castillo, imaginando a Sylara y las atrocidades que probablemente estuviera cometiendo. Una y otra vez veía su rostro cruel y sus ojos rojos mientras su espada descendía con fuerza.

No era solo ira lo que lo motivaba, sino también un nuevo sentido de propósito: proteger el reino, a los aldeanos y, aunque le costara admitirlo, a Alyss.

A unos pasos de distancia, Alyss descansaba en un lecho de hierbas curativas. Su piel, antes pálida y marcada por heridas, comenzaba a recuperar un leve brillo.

Sin embargo, su mente seguía atrapada en un torbellino de emociones. Cada vez que cerraba los ojos, veía las palabras crueles de Sylara resonando en su cabeza:

Siempre serás débil.

Alyss apretó los puños sobre las mantas que la cubrían. Sabía que Sylara tenía razón, al menos en parte. Sus dudas y temores la habían hecho vulnerable. Había dejado que su miedo la dominara, y por eso había fallado no solo en proteger el bosque, sino también a Kael.

Pero algo en su interior comenzaba a cambiar. Si quería enfrentar a Sylara, si quería salvar a Kael y al reino, tendría que superar esas sombras dentro de sí misma.

Kael se detuvo, su espada bajando lentamente mientras giraba hacia Alyss. La observó por un momento, sus ojos azules brillando con una mezcla de desconfianza y algo más cálido que no podía ignorar. Había comenzado a ver más allá de sus errores, más allá de sus miedos.

En su interior, un sentimiento nuevo comenzaba a nacer, aunque lo rechazaba con terquedad.

¿Cómo podía amar a alguien que lo había esclavizado? Pero, ¿cómo podía ignorar su sacrificio, su dolor y su lucha por redimirse?

-Te recuperarás pronto -dijo Kael, su voz baja pero firme.

Alyss abrió los ojos y lo miró. Quiso responder, pero las palabras murieron en su garganta. En cambio, asintió lentamente, con una pequeña chispa de determinación brillando en su mirada.

En el castillo del rey, la batalla mental finalmente llegó a su fin. Sylara había ganado.

El rey, con el rostro cubierto de sudor y los ojos desorbitados, dejó escapar un grito antes de caer al suelo, arrodillado frente al vacío.

Cuando alzó la vista nuevamente, sus ojos habían cambiado. Eran de un rojo escarlata intenso, brillando con la misma oscuridad que consumía su mente.

Sylara, sintiendo su victoria, apareció en la sala con un movimiento elegante.

-Levántate, mi rey -dijo, su voz cargada de triunfo.

El rey se levantó lentamente, su expresión ahora vacía de toda voluntad propia. Sylara levantó una mano, y un gesto suyo fue suficiente para que los guardias reales, leales hasta ese momento al rey, se transformaran en esculturas de ónix negro.

El sonido del cambio resonó como un trueno, y una densa niebla oscura comenzó a extenderse desde el castillo hacia todo el reino.

Sylara observó el caos con una sonrisa satisfecha. Afuera, los aldeanos miraban con horror cómo la niebla avanzaba, marchitando las plantas y oscureciendo el cielo. Y entonces, la primera orden del rey bajo el control de Sylara fue anunciada:




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