El palacio se erguía como un corazón corrupto en el centro de un reino que se desmoronaba.
Desde sus torres, la niebla negra fluía como venas tóxicas, extendiéndose lentamente por las calles, envolviendo casas, tiendas y plazas en una opacidad que parecía robar el aire mismo.
Cada bocanada de aquella niebla cargada con la magia oscura de Sylara era como inhalar fragmentos de desesperación.
En la sala del trono, ahora convertida en un reflejo de la oscuridad que reinaba, el rey permanecía inmóvil frente a Sylara. Su figura, antes noble y fuerte, estaba ahora torcida por la influencia de la hechicera.
Sus ojos escarlata eran pozos vacíos que ya no conocían compasión ni justicia, y su voz, cuando hablaba, resonaba como un eco vacío. Era un títere, un hombre cuya voluntad había sido absorbida por completo, dejando solo una cáscara obediente.
Sylara, sentada en el trono con un vestido que parecía tejido con la noche misma, observaba a su creación con satisfacción.
Su sonrisa era amplia y cruel, y sus dedos jugueteaban con una copa de cristal negro llena de un líquido espeso y oscuro. El reino estaba a sus pies, y la ley del caos era ahora su nuevo credo.
-Mira lo que has hecho -murmuró, sus palabras dirigiéndose tanto al rey como a sí misma- ¿No es esto hermoso? Un mundo donde no hay leyes, donde no hay límites. Solo fuerza. Solo ambición.
Desde la ventana, observaba cómo la niebla descendía sobre el reino. Las calles, antes llenas de actividad, ahora eran un caos de saqueos y gritos.
Las personas, despojadas de la protección de los guardias, se convertían en lobos hambrientos. La ley del más fuerte reinaba, y Sylara disfrutaba cada segundo.
Sin embargo, su atención se desvió cuando una figura apareció en la niebla, su silueta alta y definida, rodeada por un tenue resplandor que parecía desafiar la oscuridad. Sylara frunció el ceño, dejando su copa a un lado mientras se inclinaba ligeramente hacia adelante.
-¿Quién eres? -murmuró, sus ojos rojos brillando con un destello de irritación.
La figura continuó avanzando, lenta pero segura, y cada paso parecía hacer retroceder la niebla, aunque fuera apenas unos centímetros.
El contraste era palpable: la niebla se retorcía como un animal herido alrededor de aquella presencia, incapaz de consumirla del todo.
Sylara chasqueó los dedos, y un remolino de sombras surgió a su alrededor. Su sonrisa, aunque tensa, regresó, y se levantó del trono con una gracia que solo podía describirse como peligrosa.
-Si crees que puedes desafiarme, pequeño héroe -dijo en voz baja, aunque su tono estaba cargado de amenaza-, estás a punto de descubrir lo que sucede cuando la luz se atreve a caminar entre las sombras.
En el bosque, Kael estaba sumido en un entrenamiento que parecía más una guerra interna que una práctica de combate. Cada golpe de su espada contra las piedras endurecidas resonaba con una furia que iba más allá de la física.
Era un grito silencioso contra sus propios temores, una batalla constante entre la libertad que había recuperado y la desconfianza que aún lo perseguía.
Su cuerpo estaba cubierto de sudor, y su respiración era pesada, pero su mente era un torbellino de pensamientos.
Pensaba en Alyss, en su fragilidad, en su sacrificio. Pensaba en cómo lo había liberado, pero también en cómo lo había atado, no solo con el cinturón, sino con algo mucho más profundo: su vulnerabilidad.
-¿Por qué sigo aquí? -murmuró entre dientes, su voz llena de frustración.
Su espada descendió una vez más, partiendo una roca en dos, pero el alivio que buscaba no llegaba.
Levantó la mirada hacia Alyss, que seguía descansando en el lecho de hierbas. Aunque su rostro se veía más saludable, aún había una sombra en su expresión, una que Kael reconocía bien: la sombra del miedo.
Y, sin embargo, había algo en ella que no podía ignorar. Una fuerza, pequeña pero constante, que luchaba por salir a la superficie.
¿Cómo podía odiarla y, al mismo tiempo, sentir la necesidad de protegerla?
Kael cerró los ojos, dejando caer la espada al suelo. Su pecho subía y bajaba con fuerza mientras trataba de calmarse.
Si quería enfrentar a Sylara, si quería salvar al reino, no podía permitirse estas dudas. Pero confiar en Alyss, en alguien que lo había encadenado por miedo, no era algo que pudiera hacer fácilmente.
Alyss, por su parte, comenzaba a despertar por completo. Sentía su cuerpo más ligero, aunque aún débil, y cuando abrió los ojos, la luz del bosque la envolvió con un calor que parecía casi maternal.
Podía escuchar el murmullo del arroyo cercano y el sonido de los golpes de Kael, cada uno resonando como un recordatorio de su lucha.
Cerró los ojos nuevamente, permitiéndose unos momentos de introspección. Sylara había logrado algo que Alyss nunca había creído posible: hacerla dudar de sí misma por completo.
Pero ahora, mientras respiraba el aire puro del bosque, comenzaba a entender algo que había ignorado por demasiado tiempo.
No era su poder lo que la hacía débil. Era su miedo. Su miedo a estar sola. Su miedo a no ser suficiente. Y si quería enfrentarse a Sylara, si quería proteger a Kael y al reino, tendría que dejar de lado ese miedo. Tendría que convertirse en la luz que siempre había temido ser.
En el castillo, Sylara finalmente dejó de observar. La figura en la niebla había desaparecido, pero la inquietud permanecía. Regresó a la sala del trono, donde el rey seguía inmóvil, esperando su próxima orden.
-El juego está cambiando -murmuró, mientras alzaba una mano y las sombras se arremolinaban a su alrededor- Pero no importa. No importa quién seas o qué poder creas tener. La oscuridad siempre gana.
Con un movimiento elegante, Sylara extendió una nueva ola de niebla que cubrió el castillo y comenzó a avanzar más rápido hacia el bosque.
Pero mientras lo hacía, no pudo evitar mirar una vez más hacia la ventana. En el horizonte, algo estaba cambiando. Una luz, apenas perceptible, parecía parpadear a través de la niebla.
Editado: 10.01.2025