La niebla se extendía como un océano oscuro, lento pero imparable, ahogando al reino bajo su opacidad pesada. Era como si el tiempo mismo hubiera perdido su ritmo, arrastrando a todos los que vivían allí hacia un vacío de caos y desesperación.
La luz del sol, antes brillante y dorada, ahora apenas podía filtrarse a través del manto de sombras que Sylara había desatado desde el castillo.
En cada rincón, los aldeanos, abandonados a su suerte, se convertían en víctimas o depredadores.
La ley del más fuerte se había impuesto, y las calles se llenaron de gritos, llantos y el sonido de pasos apresurados mientras la oscuridad devoraba todo a su paso.
Pero en un rincón del bosque intacto, donde la magia antigua todavía latía como el último vestigio de esperanza, algo estaba cambiando.
Kael descansaba de su entrenamiento, sentado junto a una roca cubierta de musgo. Su espada, que había sido su compañera durante años de batallas, descansaba a su lado, reflejando el suave resplandor del arroyo cercano.
Sus ojos azules, normalmente brillantes y seguros, estaban ahora llenos de una mezcla de dudas y determinación.
Observaba a Alyss, que se encontraba sentada a unos metros de distancia, con las piernas cruzadas y los ojos cerrados. Parecía meditar, o quizás rezar, aunque Kael no podía estar seguro.
El bosque era silencioso, pero no de una manera incómoda. Era un silencio lleno de vida contenida, un murmullo constante de energía que parecía fluir a través de cada hoja, cada rama, cada corriente de agua. Este lugar era un refugio, un recordatorio de lo que todavía quedaba por salvar.
Kael exhaló profundamente, dejando que el aire fresco llenara sus pulmones. Pero incluso allí, lejos del alcance inmediato de Sylara, la incertidumbre lo carcomía.
Podía sentir la oscuridad del reino como un peso en su pecho, como si la conexión entre él y su hogar fuera algo tangible que ahora estaba siendo contaminado.
Sus pensamientos volvían constantemente a Alyss. Aunque todavía sentía una profunda desconfianza hacia ella, no podía ignorar lo que había visto en sus ojos antes de que cayera herida: una voluntad, aunque débil, de enfrentarse a su propia oscuridad. Y eso, más que su magia, era lo que lo mantenía a su lado.
Pero con cada golpe de su espada, con cada hora que pasaba en ese bosque, una pregunta lo perseguía: ¿Podría confiar en Alyss lo suficiente como para luchar junto a ella?
—Estás pensando demasiado —dijo de repente una voz suave.
Kael levantó la mirada, sorprendido, y vio que Alyss había abierto los ojos. Aunque su rostro todavía estaba pálido, sus labios mostraban una leve sonrisa.
Su cabello oscuro caía en mechones desordenados alrededor de su rostro, y sus ojos negros brillaban con una intensidad renovada.
—Es difícil no hacerlo —respondió Kael, su tono neutral, aunque su mirada traicionaba la tormenta dentro de él— Especialmente cuando el reino está al borde del colapso.
Alyss asintió lentamente, sus manos descansando sobre su regazo.
—Lo sé. Y sé que parte de ese caos es culpa mía.
Kael la miró fijamente, su mandíbula tensándose. No esperaba que ella admitiera algo así, y mucho menos de forma tan directa.
—¿Por qué lo dices? —preguntó finalmente, aunque en el fondo ya conocía la respuesta.
Alyss desvió la mirada hacia el arroyo, su expresión volviéndose distante.
—Porque dejé que mi miedo me controlara. Dejé que mis dudas se convirtieran en cadenas, no solo para mí, sino para ti también. Y por eso Sylara ganó tanto terreno. Mientras yo estaba ocupada temiendol a la soledad, ella tomaba todo lo que alguna vez me importó.
Kael permaneció en silencio, sus pensamientos girando en espiral. No sabía qué decir, pero en ese momento, algo en su interior se suavizó.
Alyss no era como Sylara. Su magia no provenía de un deseo de destrucción, sino de una lucha interna que la había debilitado.
Y, aunque todavía quedaban cicatrices de lo que había sucedido entre ellos, Kael comenzó a ver algo más en ella: una chispa de fuerza que estaba intentando encenderse.
Mientras tanto, en el castillo, Sylara se movía con gracia por los pasillos oscuros, su vestido negro ondeando detrás de ella como un río de sombras.
La niebla que había extendido sobre el reino respondía a cada uno de sus movimientos, como si fuera una extensión de su propio ser. Aunque estaba satisfecha con su dominio, algo en su interior la mantenía inquieta.
La figura que había visto en la niebla, aunque momentánea, había sido suficiente para plantar una semilla de irritación en su mente.
Sylara llegó a la sala del trono, donde el rey títere permanecía sentado, sus ojos escarlata vacíos pero vigilantes. En el aire flotaba un aroma metálico, una mezcla de sangre y magia que parecía impregnar cada rincón del castillo.
Sin embargo, Sylara no estaba sola. Frente al trono, en el centro de la sala, se encontraba el espejo mágico que contenía a la verdadera Sylara, la que una vez había sido una protectora del bosque y una guardiana de la luz.
Su cabello dorado brillaba débilmente en el reflejo, y sus ojos verdes estaban llenos de una desesperación que nunca parecía apagarse.
—Todavía luchas —dijo la Sylara oscura, con una sonrisa burlona mientras se acercaba al espejo— Es casi entrañable. Casi.
La Sylara del espejo golpeó la superficie con ambas manos, sus dedos dejando marcas de luz que pronto fueron consumidas por las sombras.
—Esto no es lo que somos —dijo, su voz rota pero llena de determinación— Esto no es lo que debo ser.
La Sylara oscura rió, su risa resonando en la sala como un eco que parecía venir de todas direcciones.
—¿De verdad crees que importa lo que "debías" ser? Esto es lo que eres ahora. Yo soy lo que eres ahora. La luz no tiene lugar en este mundo, querida. Solo la oscuridad perdura.
Sin embargo, incluso mientras hablaba, Sylara sintió una punzada en su interior. Aunque controlaba el reino, aunque la niebla se extendía con una fuerza imparable, algo la inquietaba.
Editado: 10.01.2025