El Hechizo Del Corazón Cautivo

El Encuentro De Las Almas

El bosque, que hasta hace un momento parecía estar envuelto en una calma expectante, se llenó de una luz que no venía del sol ni de las estrellas.

Era un resplandor cálido, suave, pero poderoso, como si la misma esencia del amanecer hubiera decidido manifestarse en un solo punto.

Sylara de la luz, con su vestido blanco ondeando como un río de esperanza, se detuvo frente a Kael y Alyss. Su presencia parecía respirar vida al bosque: las hojas temblaban como si saludaran, y las flores que antes dormitaban bajo el peso de la oscuridad comenzaron a abrirse, revelando colores tan vivos que parecían irreales.

Alyss sintió su corazón detenerse por un instante. La figura frente a ella no era simplemente hermosa; era un recordatorio doloroso de todo lo que había fallado en ser.

Sylara parecía encarnar la perfección que Alyss siempre había anhelado alcanzar, pero que sus miedos habían mantenido fuera de su alcance. Su luz era tan intensa que parecía exponer cada rincón oscuro del alma de Alyss, cada duda, cada error, cada mentira que se había contado a sí misma.

Kael, por su parte, permanecía de pie, su espada firmemente sujeta en su mano derecha. Había algo en la mirada de Sylara que lo desarmaba, un brillo en sus ojos verdes que hablaba de una tristeza antigua y un poder incalculable.

Sentía que estaba ante alguien que no solo había sufrido, sino que había transformado su sufrimiento en una fuerza inquebrantable.

—Sylara… —murmuró Alyss, su voz temblorosa.

La mujer asintió ligeramente, su cabello dorado capturando la luz de la fogata y multiplicándola hasta que pareció envolver todo el claro.

—Sí, ese es mi nombre —respondió, su voz resonando como un eco de campanas distantes— Pero no soy solo Sylara. Soy lo que ella era, lo que fue arrebatado por la oscuridad.

Sylara se giró hacia Kael, sus ojos verdes encontrándose con los de él. Su mirada no era intimidante, pero había en ella una intensidad que parecía atravesarlo, como si pudiera ver cada rincón de su alma.

—Eres fuerte —dijo, con un tono suave pero firme— Pero tu fuerza está encadenada por el pasado. Por tu desconfianza. Por tus heridas.

Kael apretó los dientes, desviando la mirada, pero no dijo nada. Sabía que ella tenía razón. La desconfianza hacia Alyss, el rencor que todavía albergaba, eran cadenas invisibles que lo retenían, impidiéndole luchar con todo su potencial.

Sylara se acercó a Alyss, sus pasos ligeros como el roce del viento sobre el agua. Cada movimiento suyo parecía cargado de propósito, como si cada instante de su existencia estuviera guiado por una verdad profunda.

—Y tú… —dijo Sylara, su tono más suave— Tu magia no es débil, Alyss. Lo que la debilita es tu miedo. Tu luz está ahí, escondida bajo capas de dudas y sombras. Pero es real. Y, si lo permites, puede brillar más allá de lo que imaginas.

Alyss sintió lágrimas formarse en sus ojos, pero no las dejó caer. Quería hablar, quería defenderse, pero las palabras se atoraban en su garganta. Sylara había dicho en un momento lo que Alyss llevaba toda su vida tratando de ocultar.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó Kael finalmente, su voz firme pero cargada de curiosidad.

Sylara lo miró de nuevo, y esta vez su expresión era más solemne.

—Estoy aquí porque el reino no tiene tiempo. La Sylara que viste, la oscura, es parte de mí. Es lo que la oscuridad hizo de mí. Y aunque he logrado separarme, mi poder todavía está dividido. Mientras ella exista, seguirá extendiendo su influencia, y no puedo detenerla sola.

Se acercó al fuego, extendiendo una mano hacia la llama. La luz del fuego pareció responder a su toque, intensificándose hasta que su color pasó de un naranja cálido a un blanco resplandeciente.

—Por eso los necesito a ustedes dos —continuó— Alyss, tu magia puede igualar la de la Sylara oscura, pero no mientras tus miedos te gobiernen. Kael, tu fuerza es inmensa, pero necesitas confiar. Si no podemos unirnos, no tenemos ninguna posibilidad de derrotarla.

Kael miró a Sylara, luego a Alyss, y su corazón se llenó de una mezcla de emociones conflictivas.

Había algo en la forma en que Sylara hablaba, en su absoluta claridad, que hacía que sus propias dudas parecieran pequeñas.

Pero cuando miraba a Alyss, todavía veía la sombra de su desconfianza, aunque algo en su interior comenzaba a cambiar.

—¿Y si no somos suficientes? —preguntó Kael finalmente, con un tono que traicionaba su duda.

Sylara lo miró con una leve sonrisa, pero su expresión era seria.

—Lo serán —dijo—. Porque deben serlo. No hay otra opción.

Mientras tanto, en el castillo del rey, la Sylara oscura sentía un malestar que no podía ignorar. Caminaba por los pasillos oscuros con pasos largos y decididos, sus manos apretadas en puños.

La niebla que había extendido por el reino comenzaba a retroceder en algunos puntos, y aunque su influencia sobre el rey y el caos seguía intacta, podía sentir la presencia de algo que desafiaba su dominio.

—Ella está libre —murmuró, sus labios curvándose en una mueca de desprecio— Esa versión débil y patética de mí misma.

Se detuvo frente al espejo roto que había contenido a la Sylara de la luz y observó los fragmentos esparcidos por el suelo. Cada pedazo reflejaba una parte distorsionada de su rostro, como si el cristal intentara mostrarle algo que no quería ver.

—Si crees que puedes vencerme… —susurró, su voz un veneno que llenaba el aire— Estás más equivocada de lo que jamás has estado.

Extendió una mano, y las sombras a su alrededor comenzaron a agitarse, como serpientes vivas que respondían a su llamada.

Su poder estaba creciendo, y con él, su deseo de destruir no solo a la Sylara de la luz, sino a cualquier cosa que se interpusiera en su camino.

En el bosque, Sylara levantó la vista hacia las estrellas, que comenzaban a aparecer en el cielo despejado. Había una calma en su expresión, pero también una urgencia que parecía impregnar cada movimiento.




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