El Hechizo Del Corazón Cautivo

El Lazo Entre La Luz Y La Espada

El bosque dormía, pero su sueño estaba lleno de murmullos. Entre las hojas que susurraban con la brisa nocturna y la luz de las estrellas que caía en fragmentos sobre la tierra, dos almas permanecían juntas, atrapadas en el instante donde el miedo y la esperanza convergían. Kael y Alyss seguían sentados junto al tronco caído, sus manos aún entrelazadas como si, de alguna manera, ese contacto fuera lo único que los mantenía anclados a la realidad.

El calor de sus pieles hablaba en el silencio que los envolvía. Era un lenguaje sin palabras, una promesa sin necesidad de ser pronunciada.

Kael, con la mirada fija en el cielo oscuro, sintió la vulnerabilidad en el aire. La de Alyss, sí, pero también la suya propia. Nunca había sido bueno con los sentimientos, nunca había creído en la necesidad de hablar sobre ellos. Pero con ella… con ella sentía que no tenía que explicarlo, que de alguna manera ella entendía la batalla dentro de él.

Alyss, por su parte, sentía el peso de su pecho alivianarse por primera vez en mucho tiempo. El miedo a la soledad, el miedo a ser rechazada, a ser vista como un monstruo por lo que había hecho, no desapareció completamente… pero algo lo estaba suavizando. Kael no le apartaba la mirada, no la juzgaba, y eso hacía que su corazón latiera con un ritmo diferente, no por miedo, sino por algo más cálido, algo desconocido.

—¿Crees que realmente podemos hacerlo? —preguntó Alyss en voz baja, rompiendo el silencio.

Kael desvió la mirada del cielo hacia ella, su ceja arqueándose ligeramente.
—¿A qué te refieres?

—A vencerla —susurró Alyss—. A derrotar a Sylara. A salvar al reino.

Kael dejó escapar un suspiro profundo. Era una pregunta que había evitado responderse a sí mismo. Sabía que la lógica dictaba que sus posibilidades eran mínimas. La Sylara oscura tenía poder, tenía control y había esparcido su corrupción por todo el reino. Pero lo que Kael no se atrevía a admitir era que, en el fondo, había comenzado a creer en algo más allá de la lógica.

Se giró hacia Alyss y la miró fijamente. Su cabello oscuro caía sobre su rostro como una sombra delicada, y sus ojos reflejaban la luz de la fogata con un brillo suave y profundo. Era tan diferente a cuando la había visto por primera vez: ya no era la hechicera aterrada que lo había encadenado a su lado por miedo a la soledad. Ahora había algo más en ella. Algo que despertaba en su interior una sensación que no podía nombrar, pero que ardía como una flama tranquila dentro de su pecho.

—No lo sé —admitió finalmente—. Pero quiero creer que sí.

Alyss lo miró, y en su rostro apareció una sonrisa pequeña, pero sincera.

—Yo también —susurró.

El silencio entre ellos cambió. Ya no era un vacío incómodo ni una barrera invisible. Era un puente, un hilo invisible que los unía. Y en ese hilo, Kael sintió algo nuevo, algo que no había sentido en mucho tiempo: confianza.

Alyss giró su mano y, con un gesto tembloroso, entrelazó sus dedos con los de Kael con más fuerza. No como una súplica desesperada, sino como una elección consciente. Ella no lo estaba reteniendo. Esta vez, él podía irse si quería. Pero Kael no quería.

Él también cerró los dedos alrededor de los de ella.

La noche avanzó, pero ninguno de los dos se movió. Finalmente, cuando la luna estaba en su punto más alto, Kael habló de nuevo.

—¿Por qué decidiste luchar? —preguntó, su tono más suave de lo habitual.

Alyss no respondió de inmediato. Miró la fogata frente a ellos, observando cómo las llamas danzaban con una gracia hipnótica. El fuego, como el amor, como el poder, era algo que podía consumir o dar calor.

—Porque me di cuenta de que no quiero ser una sombra más en este mundo —dijo finalmente—. Siempre creí que necesitaba controlar para ser amada, pero ahora… ahora quiero algo diferente. Quiero luchar por algo más grande que mi miedo. Y quiero hacerlo contigo.

Kael sintió cómo sus palabras se filtraban dentro de él, más allá de su piel, más allá de su carne. No era solo la misión lo que los unía. Algo más estaba naciendo entre ellos, algo que se enredaba en el aire y en sus almas como raíces de un árbol creciendo en la oscuridad.

—Entonces luchemos juntos —dijo Kael, apretando ligeramente su mano — No porque no tengamos otra opción, sino porque queremos hacerlo.

Alyss alzó la mirada hacia él, y en sus ojos había algo más que confianza. Había un sentimiento incipiente, tímido, pero genuino. Kael lo vio, y sintió su propia respuesta crecer en su interior.

—Gracias, Kael —susurró Alyss.

Kael tragó saliva, sintiendo una calidez extraña extenderse por su pecho. Era más fácil pelear que enfrentar esto, pero no quería huir.

—No me des las gracias todavía —murmuró, una pequeña sonrisa tirando de la comisura de sus labios— Aún tenemos una guerra que ganar.

Alyss sonrió también, y en ese momento, por primera vez en mucho tiempo, el miedo dentro de ella no era más fuerte que la luz que comenzaba a despertar.

En las sombras, Sylara, la hechicera oscura, sintió una perturbación. Se encontraba de pie en una torre alta del castillo, su mirada perdida en la noche, cuando una sensación gélida recorrió su columna. No era miedo. No era ira. Era algo peor.

Era duda. Cerró los ojos por un momento, tratando de localizar el origen de esa sensación. Y entonces lo supo. Alyss estaba cambiando. Kael estaba cambiando. Su control sobre la desesperanza que los había alimentado estaba empezando a resquebrajarse. El amor, el lazo entre ellos, era la chispa que podría incendiar su mundo.

—No lo permitiré —susurró, su voz llena de veneno.

Extendió una mano y la oscuridad comenzó a retorcerse a su alrededor como serpientes hambrientas. Si la luz crecía entre ellos, entonces ella misma la ahogaría antes de que floreciera por completo.

Alyss y Kael aún no lo sabían, pero la tormenta ya se estaba gestando. Su amor naciente era el arma más poderosa contra la oscuridad… y también el blanco de su furia.




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