La noche cayó sobre el mundo como un manto de terciopelo denso, salpicado por pocas estrellas que parecían titilar con miedo. Más allá, el castillo de Sylara seguía envuelto en su cúpula de sombras, palpitando con un odio silencioso que se sentía incluso desde la distancia. Pero en un pequeño claro entre las ruinas de un antiguo templo de piedra, Kael y Alyss encontraron refugio.
Allí, la brisa no era hostil. Los árboles, aunque silentes, no parecían muertos. Y la luna, redonda y alta, filtraba su luz plateada entre las ramas, tiñendo de blanco los perfiles de los amantes que se preparaban, tal vez, para su última noche.
Habían encendido una pequeña fogata. Las llamas danzaban con movimientos suaves, proyectando sombras móviles sobre sus rostros, como si los secretos de ambos aún intentaran encontrar forma para salir.
Pero no hacían falta confesiones. Todo lo no dicho palpitaba en el aire, vivo, tembloroso, como el primer aliento de un beso que todavía no ha sido dado.
Kael se sentó en una piedra a pocos pasos de Alyss, que se había envuelto en una capa delgada, con la mirada perdida en el fuego. Por un momento, ninguno habló. Las palabras serían demasiado pobres para lo que sentían.
Finalmente, fue Kael quien rompió el silencio.
-¿Tienes miedo?
Alyss asintió sin mirarlo.
-Sí... Pero no de morir. -Su voz era una brisa cálida, susurrada entre las llamas- Tengo miedo de no haber vivido lo suficiente antes de que el final llegue.
Kael frunció suavemente el ceño, con los ojos fijos en las chispas que subían como luciérnagas moribundas.
-¿Y qué sería vivir para ti?
Alyss lo miró entonces, sus ojos negros brillando con una intensidad nueva, como si cada emoción guardada durante años quisiera hablar al mismo tiempo.
-Vivir sería... esto -dijo- Estar contigo. No tener que encadenarte para tenerte cerca. No tener que temer que me abandones sino saber que te quedas porque tú lo eliges.
Kael la observó por un largo instante. En sus ojos había una ternura que muy pocos habían conocido. Él, que siempre fue acero, ahora era carne y alma. Se levantó lentamente y caminó hasta ella. Se arrodilló a su lado y tomó sus manos.
-Alyss -susurró-. Nadie me obligó a quedarme. Estoy aquí porque algo en ti... me llama. Como si te hubiera estado buscando incluso antes de conocerte. Como si mi alma supiera tu nombre antes de que yo lo aprendiera.
Alyss tragó saliva, y sus dedos temblaron entre los de Kael.
-¿Y si mueres mañana?
Kael no respondió con palabras. En cambio, levantó su mano y acarició con lentitud la mejilla de ella. Su pulgar rozó la línea de su mandíbula, su aliento se mezcló con el de ella. Y entonces la besó, pero no como antes. No como un descubrimiento, sino como una entrega.
Fue un beso lento, profundo. Un beso que hablaba de lo que vendría, y de lo que no sabrían si volverían a tener. Los labios de Kael se movían con reverencia, como si cada roce fuera una plegaria. Alyss se aferró a su cuello, y sintió cómo las lágrimas le corrían por el rostro, no por tristeza, sino por la insoportable belleza del momento.
Amarse así, justo antes del abismo, era como bailar sobre el filo de una espada.
Después, se recostaron juntos sobre una cama improvisada de musgo y mantas. Kael la abrazó desde atrás, su brazo rodeando su cintura, su mentón apoyado en su hombro. El calor de sus cuerpos era la única defensa contra el frío de la noche y de lo que vendría al amanecer.
Alyss cerró los ojos y dejó que su espalda sintiera el ritmo constante del pecho de Kael.
-¿Qué somos ahora? -preguntó ella, casi dormida.
-Somos dos mitades que se encontraron tarde -respondió Kael- Pero aún estamos a tiempo.
Un silencio tierno los envolvió, como un velo de estrellas invisibles. Y en la oscuridad, la magia entre ambos seguía creciendo, invisible pero poderosa, tejida entre sus respiraciones, sus temblores, sus heridas. Era la magia del amor descubierto, del perdón merecido, del deseo de ser mejor por el otro.
Esa noche, no hubo gritos ni promesas de eternidad. Solo hubo presencia. Cuerpo contra cuerpo. Alma contra alma. La última llama antes del amanecer.
En la distancia, desde lo alto del castillo, Sylara observaba. Sus ojos brillaban como carbones encendidos mientras veía las auras de Kael y Alyss unirse como dos constelaciones que colisionaban en una danza imposible.
-No -murmuró, con los dientes apretados- No lo permitiré.
Y alzó sus brazos al cielo oscuro, comenzando a reunir su poder. El castillo entero respondió con un estremecimiento. La última batalla se acercaba. Pero esta vez, no sería entre sombras y espadas.
Sería entre dos corazones y el abismo.