El Hechizo Del Corazón Cautivo

La Ruina de la Luz

La noche parecía no terminar jamás. En lo alto de la torre negra que rasgaba el cielo, las dos Sylaras se enfrentaban finalmente. Una batalla que el mundo llevaba siglos temiendo, aunque ninguno lo supiera. Luz contra oscuridad. Memoria contra olvido. El alma contra su sombra.

La Sylara de la luz flotaba apenas unos centímetros por encima del suelo. Su vestido blanco se movía como agua bajo la luna, y su cabello dorado brillaba con una suavidad que hacía doler los ojos. En su frente ardía un símbolo antiguo: una lágrima luminosa, tatuaje celestial que marcaba la pureza de su esencia.

Frente a ella, Sylara oscura, coronada en sombras, la contemplaba con una sonrisa cruel. Su manto se deshacía en humo cada vez que se movía, y sus ojos rojos parecían vacíos de alma, pero llenos de hambre.

-Has venido a morir -dijo la Sylara oscura, con voz de trueno contenido- Eres el último reflejo de algo que el mundo ha dejado de necesitar.

La Sylara de la luz no respondió con palabras, sino con un suspiro. Un solo suspiro, y del suelo nacieron espinas de luz que comenzaron a girar a su alrededor. Su voz, cuando finalmente emergió, fue como el sonido de una oración olvidada:

-No vine a vencerte. Vine a recordarte quién eras.

Un instante después, la batalla comenzó.

El cielo se partió. Rayos de luz dorada cayeron desde lo alto, chocando contra torbellinos de sombras puras. Cada hechizo de la Sylara luminosa era como una canción que se tejía en el aire: pétalos de fuego blanco, runas flotantes, estelas de viento sagrado.

Cada ataque de la Sylara oscura era una pesadilla: gritos encerrados en proyectiles de sombra, látigos hechos de miedo, nubes negras que borraban el alma de quienes las respiraban.

Las dos eran reflejo y negación. Cada movimiento era poesía y destrucción. Cada mirada, un espejo de lo que pudieron haber sido juntas, de lo que alguna vez fueron. Pero la oscuridad no conoce límites.

Sylara oscura alzó ambas manos al cielo, y del centro de su pecho surgió la Corona de las Almas Caídas, una diadema forjada con las voluntades que había devorado. Su poder aumentó como un latido monstruoso, y su magia se volvió absoluta. Con un grito desgarrador, desgarró el aire mismo, atrapando a la Sylara luminosa en un torbellino de vacío puro.

-¡No hay redención para lo que ya fue consumido! -gritó, con la voz cargada de rencor eterno.

La Sylara de la luz luchó, resistió, su cuerpo deshaciéndose lentamente, su luz parpadeando como la última estrella del amanecer.

-No vine a salvarte -susurró, mientras su cuerpo comenzaba a disolverse- Vine a perdonarte.

Un estallido silencioso inundó la torre. La Sylara de la luz se fragmentó como cristal, su alma convirtiéndose en una lluvia de polvo brillante que fue arrastrada por el viento. No gritó. No lloró. Desapareció con una serenidad que partió el corazón del mundo.

La oscuridad triunfó. Sylara oscura descendió lentamente, ahora con el poder total corriendo por sus venas. Su piel relucía con un brillo antinatural, su voz tenía el eco de los abismos, y su magia temblaba como un corazón enfermo que había aprendido a latir por sí solo. La torre tembló. El cielo se volvió completamente negro.

-Soy completa -murmuró, y su sonrisa se ensanchó con una belleza aterradora- Y ahora nadie podrá detenerme.

Muy lejos de allí, Alyss cayó de rodillas, con el grito contenido de alguien que ha sentido la muerte de una hermana, de una parte de sí misma. Su pecho ardía. No por una herida física, sino por el estremecimiento del alma.

-No... -susurró- No... por favor.

Kael corrió a sujetarla.

-¿Qué pasó?

Alyss lo miró, y en sus ojos ya no había lágrimas. Solo un abismo de impotencia.

-Sylara de la luz ha muerto. La oscuridad es más fuerte que nunca. Y ahora solo quedamos nosotros.

Kael apretó los dientes. Su brazo envolvió el cuerpo tembloroso de Alyss.

-Entonces nosotros la enfrentaremos. Aunque seamos los últimos.

Y así lo supieron: ya no eran los protagonistas de una historia de redención. Eran los últimos testigos del fin del mundo y los únicos capaces de impedirlo.




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