El Hechizo Del Corazón Cautivo

Ecos de Luz y Sombras

La noche se volvía más densa. Ya no era sólo oscuridad lo que cubría el mundo, sino una especie de luto suspendido en el aire, como si el mismo cielo llorara en silencio por la pérdida de la Sylara de la luz. Alyss y Kael no intercambiaron palabras desde que supieron de su caída. A veces, el silencio era más elocuente que cualquier lamento.

Pero el tiempo de llorar había pasado. Ahora era el tiempo de actuar.

El despertar de los hechizos olvidados

Alyss se adentró en lo profundo del Bosque de los Valles Dormidos, un lugar antiguo, donde los árboles eran tan altos que se perdían en la niebla y tan sabios que sus raíces tocaban recuerdos enterrados por siglos.

Allí, según los susurros de los textos antiguos, aún podía encontrarse el eco de las palabras perdidas: hechizos olvidados, ocultos del mundo cuando la luz empezó a flaquear.

Sus pies descalzos tocaban la tierra con respeto. Cada paso era un ruego, cada suspiro, una súplica.

-Si queda algo de luz... -susurró, con los ojos cerrados, posando ambas manos sobre el tronco de un árbol milenario- Que me sea entregada ahora. Por ella. Por todos.

El árbol respondió con un gemido profundo, y de su corteza comenzaron a surgir vetas de luz azul que se enroscaron alrededor del cuerpo de Alyss, envolviéndola con una magia viva. Su piel ardía, su mente se abría, y su alma se agitaba como un río bajo la luna. Imágenes pasaban por su mente: manos tejidas con viento, palabras en lenguas que no existían, estrellas latiendo en la punta de sus dedos.

Entonces lo supo. No necesitaba usar magia como la había aprendido. Debía recordarla como se recuerda un amor perdido.

Abrió los ojos, y los tatuajes que ahora brillaban en sus brazos como constelaciones eran la prueba de que algo había despertado. Una nueva versión de sí misma, no perfecta, pero real.

El regreso al reino caído

Mientras tanto, Kael caminaba en solitario bajo una capa gris y sucia, cubriéndose el rostro, tratando de parecer uno más entre los condenados. La capital, que una vez fue su hogar, era irreconocible. Las calles estaban vacías, no por falta de vida, sino porque la vida misma se había arrodillado.

Los ojos de los ciudadanos eran grises, vidriosos. Caminaban en silencio, realizando tareas mecánicas. Nadie se miraba. Nadie reía. Los comerciantes vendían sin hablar. Los niños no jugaban. Los guardias no patrullaban: simplemente estaban, como estatuas vivientes esperando una orden que podía significar muerte.

Kael sentía su garganta cerrarse con cada paso. Recordaba esa plaza donde solía entrenar con sus compañeros. Esa calle donde la anciana del pan le regalaba dulces a los niños. Ese puente donde juró que defendería su reino hasta el fin.

Ahora todo era ceniza sin fuego. Y su alma era un puño cerrado.

Tenía una misión: encontrar a alguien que no hubiera sucumbido. Un alma aún libre. Tal vez una bruja escondida, un niño con poder latente, un sabio que no hubiese sido corrompido del todo. Pero hasta ese momento, el silencio era su única respuesta.

Entró a una antigua taberna en ruinas. El olor a humedad se mezclaba con el recuerdo fantasmal de cerveza y carne asada. Subió lentamente las escaleras hacia una habitación conocida. Allí solía encontrarse con su mejor amigo de juventud: Thirien, el guerrero de las manos rápidas y el corazón más noble que Kael hubiese conocido.

Empujó la puerta... y ahí estaba.

Thirien, de pie, con la espada aún colgada a la espalda, con la misma postura orgullosa de siempre. Pero sus ojos, aquellos ojos castaños que solían encenderse de entusiasmo y furia, ahora eran tan grises como las paredes.

-Thirien... -susurró Kael- ¿Eres tú?

El otro no respondió..Kael dio un paso, el corazón golpeándole el pecho como un tambor de guerra.

-¿Me recuerdas? Solíamos pelear codo a codo. Tú y yo... éramos hermanos.

Thirien alzó lentamente la cabeza. Algo se estremeció en su mirada. Apenas una chispa. Kael la vio. Quiso aferrarse a ella.

-¡Lucha, maldita sea! ¡Tú eres más fuerte que esto!

Pero entonces, Thirien sonrió. No una sonrisa cálida. No una sonrisa humana.

-Kael... -dijo con voz hueca, como si no naciera de su garganta, sino de otro lugar más profundo y maligno- La emperatriz sabía que vendrías.

Kael retrocedió un paso, su espalda chocando contra la pared.

-No... -susurró.

Thirien desenvainó la espada.

-Y me ha pedido que te lleve ante ella.

La habitación se oscureció. Las ventanas se cerraron solas. La puerta se bloqueó con un golpe invisible. Kael quedó atrapado. Y frente a él, el reflejo marchito de un amor fraternal que ya no existía.

En otra parte del bosque, Alyss sintió un estremecimiento. La conexión que había desarrollado con Kael, hecha de luz, se quebró por un instante. Cayó de rodillas, jadeando, mientras los árboles enmudecían.

-Kael... -susurró, con la voz hecha de miedo.

El corazón del mundo latía más rápido. Y la oscuridad, ahora completa, reía.




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