El Hechizo Del Corazón Cautivo

El Dolor del Invencible

El castillo de Sylara se erguía como un sepulcro inmortal, latiente, jadeante, como si su piedra fuera carne y su sombra una extensión de su voluntad.

Allí, bajo los cimientos más profundos, en las entrañas del abismo, existía una prisión secreta. No estaba hecha de barrotes ni cadenas. Estaba hecha de espejos encantados, de hechizos que revelaban las partes más escondidas del alma.

Kael fue arrojado allí por las manos de quien una vez consideró su hermano. Thirien, de mirada apagada y corazón ahogado en la niebla, fue el ejecutor de aquella entrega. No dijo palabra. Solo obedeció.

La celda de Kael no tenía forma definida. Era un cubo hecho de reflejos fluctuantes donde cada pared proyectaba una parte distinta de su ser: su niñez, su miedo, su amor por Alyss, su dolor, su esperanza. No podía cerrar los ojos.

Cada vez que lo hacía, los espejos se volvían más brillantes y punzantes, mostrándole escenas alteradas: Alyss gritando su nombre y huyendo, Thirien clavándole una espada por la espalda, su propio rostro transformado en el de una criatura sin alma.

Y en medio de todo estaba ella.

Sylara.

Vestida con una túnica que parecía hecha de humo y perlas de sangre, caminaba alrededor de Kael como una diosa insaciable, observando cada grieta que la tortura iba creando. Su voz era un susurro que perforaba los oídos con miel envenenada.

-Eres fuerte -dijo mientras acariciaba con un dedo su mandíbula, con el placer de una bestia que saborea a su presa- Pero todo lo fuerte puede romperse si se presiona lo suficiente.

Kael estaba encadenado, no a la piedra, sino a su propia conciencia. Una magia oscura, hecha de culpa y confusión, lo mantenía postrado de rodillas. Podía moverse, pero cada intento le costaba más pedazos de sí mismo.

-¿Por qué haces esto...? -gimió con voz desgarrada - ¿Qué ganas?

Sylara sonrió con cruel delicadeza.

-Tu destrucción no es el objetivo, Kael. Es solo la lección que quiero dejarle a Alyss. Cuando te vea vencido, gritando, suplicando por misericordia entonces entenderá que no hay victoria posible sin someterse a mí.

Y así, la tortura continuó. No era solo dolor físico. Era peor: era emocional. Era mental. Era Sylara introduciéndose en su mente para mostrarle versiones distorsionadas de su pasado. Para hacerle creer que Alyss lo había abandonado. Que Thirien lo había odiado siempre. Que su vida entera había sido una mentira, una cadena de fracasos ocultos por su propia vanidad.

Los gritos de Kael no eran los de un guerrero. Eran los de un alma que se desgarraba desde adentro, los de un corazón que ardía sin llama.

A un lado, de pie como un soldado muerto, Thirien observaba. No decía nada. No podía. La voluntad le había sido robada. Pero su cuerpo temblaba. Sus ojos parecían llorar sin lágrimas. Dentro de su cráneo, algo golpeaba, intentaba despertar.

Pero la prisión mágica de Sylara era absoluta. Sylara se giró hacia él, satisfecha, como quien muestra una obra de arte.

-Mira lo que le hago a tu mejor amigo, Thirien. ¿Sientes ese eco en tu pecho? Es el residuo de tu humanidad inútil. Eres mío, y él también lo será.

Y volvió a clavar sus garras mentales en Kael.

-¿Alyss? -susurró-. ¿De verdad crees que te ama? ¿Que vendrá? Ella ha huido. Está construyendo un mundo sin ti. Y tú... tú solo serás ceniza sin nombre.

Pero Kael resistía. Porque su alma, aunque dolida, estaba tejida con amor verdadero. Porque cada recuerdo auténtico con Alyss era una llama que Sylara no podía apagar del todo. Porque aún con la mente hecha jirones, su espíritu no cedía.

-No... -gimió- Yo... sé quién soy...

Y la magia del espejo crujió.

Lejos de allí, en lo profundo del bosque, Alyss sintió cómo algo dentro de ella se rompía. Cayó de rodillas, los dedos arañando la tierra húmeda. El grito de Kael había cruzado los límites del espacio, perforando el tejido mismo de su conexión. Un grito no con voz, sino con alma.

-Kael... -susurró, con los ojos anegados- No...

Se levantó, temblorosa pero decidida. El viento le susurraba que era una locura. Que ir sola al castillo era suicidio. Pero no le importaba.

-Si muero por él, que así sea -murmuró- Pero no lo dejaré morir solo.

Con un hechizo nuevo trazado sobre su piel y su corazón encendido con una luz que solo el amor verdadero podía invocar, Alyss comenzó a caminar hacia el castillo oscuro.

La sombra se alzaba. Pero la esperanza aún respiraba.




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