El Hechizo Del Corazón Cautivo

El Precio del Tiempo

El vacío era espeso como humo antiguo. Alyss flotaba en una dimensión sin forma ni dirección. Ni arriba ni abajo. Ni frío ni calor. Solo un gris eterno, como si el mundo se hubiera desvanecido entre sus dedos. Su cuerpo parecía suspendido en una red invisible, inerte, y su alma temblaba, desnuda, expuesta.

Entonces, una voz de mujer surgió como un eco etéreo, dulce y devastadora a la vez. No venía de un lugar específico, sino de todas partes. Entraba por los poros del alma. Cada palabra se sentía como un susurro de cristal quebrándose.

-Alyss...

Un estremecimiento la recorrió.

-Usaste la magia para tus deseos no para la justicia. No por la luz. Por eso estás aquí. Por eso tu vida fue segada.

Alyss intentó hablar, pero no tenía boca. Ni voz. Su conciencia era apenas un soplo. Y la voz, implacable, seguía.

-Primero le colocaste a Kael un cinturón de obediencia. Lo encadenaste en cuerpo y alma solo porque deseabas que te amara. Creíste que el amor podía forzarse como quien siembra en tierra yerma y espera flores.

La dimensión vibró. Como si la misma tela del espacio juzgara esas palabras.

-¿En qué fuiste diferente de Sylara? Ella también usó su poder para subyugar para reducir a polvo la voluntad de reyes, sabios, madres, niños. Tú hiciste lo mismo. Solo que disfrazaste tu egoísmo de carencia.

Alyss tembló. Aunque no recordaba con claridad lo que la voz decía, algo en su interior se desmoronaba.

-Y cuando tu amado estuvo a punto de morir, ¿qué hiciste? No pensaste en los que dependían de ti. No pensaste en el equilibrio. Usaste la magia prohibida del tiempo solo para él. Otro acto imprudente. Egoísta.

El aire de la dimensión se volvió espinoso, como si cada palabra fuese un dardo que se incrustaba en su esencia.

-Por eso tu alma fue condenada a este exilio. Moriste como una hechicera que olvidó la esencia de la magia. Y lo peor de todo...

El silencio se hizo aún más insoportable.

-... es que la verdadera víctima en toda esta historia fue Kael. De las dos, fue él quien más sufrió. Tú lo encadenaste. Sylara lo destruyó. Y él resistió por amor.

Una lágrima sin forma descendió por su conciencia.

-Pero ahora.....ahora él tendrá su libertad. Ha sido devuelto a un tiempo anterior, sin tu sombra ni la de Sylara. Vivirá una vida pacífica. Con sus amigos. Con su familia. Con sus recuerdos intactos, excepto por ustedes dos.

La frase cayó como un golpe final.

-Y tú... tú regresarás a tu bosque. Olvidarás quién fuiste. Pero no olvidarás tu anhelo. Querrás ser amada. Lo buscarás. Lo desearás. Lo suplicarás. Y nadie responderá.

Una energía oscura emergió del fondo del abismo, envolviendo a Alyss con un fulgor violeta. Su cuerpo tembló mientras era expulsada de la dimensión.

-La batalla entre tú y Sylara no ha terminado. Pero ahora ya no eres su rival. Y Kael ya no es tu amor. Estás sola para enfrentarla y tu magia está muy por debajo de la suya. Estarás sola hasta que aprendas a amar, hasta que te des cuenta que el verdadero amor jamás debe ser forzado.

Y así, Alyss desapareció, envuelta en niebla oscura.

El bosque la recibió con un susurro de viento helado. Alyss cayó entre raíces y hojas húmedas, sin memoria, sin nombre en la boca. Despertó poco a poco, con la mirada ausente y la piel más pálida que la luna. Su mente era un laberinto incompleto.

No recordaba a Kael. No recordaba la batalla. Pero el deseo seguía allí: ese anhelo irracional de que alguien la ame. Ese impulso silencioso que latía bajo su piel como un hechizo inconcluso. Y con él, el viejo veneno resurgía más fuerte que nunca.

En lo alto de la torre del castillo, Sylara contemplaba el cielo nocturno con una sonrisa contenida. Más hermosa. Más terrible. Más invencible. Sus pasos resonaban como sentencias. Su mirada ya no buscaba resistencia.

Porque no quedaba nadie que pudiera desafiarla. Alyss había olvidado. Kael había sido liberado. Y ella reinaba sin sombra.

Pero entonces, en una tierra distinta, en una hora que no existía aún, Kael despertó. Estaba en un campo florido a las afueras de su aldea natal. El aire era dulce, los pájaros cantaban pero su mente era un laberinto en llamas.

-¿Dónde... estoy?

Reconocía el lugar. Reconocía su cuerpo. Pero no su corazón. Había un vacío en él que dolía como una herida reciente. Como si algo o alguien le hubiese sido arrancado de cuajo.

-¿Quién... soy... realmente?

A lo lejos, voces conocidas lo llamaban. Amistosas. Familiares.
Pero en su interior, algo lloraba. Y el eco de ese llanto no pertenecía a este mundo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.