El Hechizo Del Corazón Cautivo

Fragmentos de Un Alma Rota

Parte I: Kael y las huellas de lo invisible

El amanecer iluminaba el pueblo de Kael con una suavidad dorada, como si todo lo que había ocurrido fuese solo una pesadilla antigua. Los techos brillaban con rocío, los niños jugaban con canicas de cristal, y los árboles susurraban con la brisa de la paz.

Kael lo tenía todo. Su gente lo saludaba con respeto. Su madre lo abrazaba cada mañana. Sus amigos entrenaban con él, y las viejas canciones del reino volvían a sonar en las tabernas. Pero en su pecho habitaba un silencio antinatural.

No sabía por qué, pero al caer la noche, cuando el mundo dormía y el fuego de su hogar crepitaba suavemente, Kael se perdía en pensamientos que no podía entender. A veces tenía visiones: un bosque envuelto en niebla, una torre negra, un rayo de luz dorada. Unos ojos oscuros. Una voz que lo llamaba desde lejos con un nombre que no conocía.
A veces despertaba con lágrimas y no sabía por quién.

—Kael —le dijo Thirien una noche, sirviéndole una copa de vino en la taberna— Estás distraído. ¿En qué piensas?

Kael miró a su amigo. Sabía que debía estar feliz. Que tenía una vida plena. Pero la respuesta se enredó en su garganta.

—No lo sé —dijo, con la mirada perdida en el fuego— Es como si hubiese algo… alguien… que olvidé. Pero que no me olvida a mí.

Y en su interior, algo palpitaba. Un juramento sin forma, hecho entre el amor y el abismo. Aunque no lo recordaba, su alma no había olvidado.

Voy a buscarla. Donde sea. En el pasado, en los hilos del tiempo.

Parte II: Alyss y el hambre de ser amada

Muy lejos de allí, en el bosque donde el tiempo fluía con la cadencia del viento, Alyss despertaba cada día con una extraña inquietud. Vivía sola, como siempre, entre runas antiguas y árboles viejos. Ya no recordaba a Kael. Ni a Sylara. Ni la magia del tiempo.

Pero su alma ardía con un anhelo extraño, como si algo perdido latiera en sus huesos. A veces, caminaba entre los árboles y sentía que el viento le susurraba nombres que no podía retener. Lo que sí recordaba era el vacío. Y el hambre. El hambre de no ser ignorada.

—¿Por qué nadie me ve…? —se decía a sí misma, preparando pociones sin propósito.

Comenzó a mirar a los viajeros que cruzaban el bosque. Intentaba hablarles. Seducirlos. Atraerlos con flores encantadas, con frases dulces, con encantos sutiles. Pero todos seguían de largo, como si ella fuese una figura translúcida entre los árboles. El vacío se hizo intolerable.

Así que una noche, desesperada, regresó al altar de piedra donde solía estudiar hechizos prohibidos. El altar aún olía a relámpagos y a polvo estelar. Allí, sin entender por qué, Alyss volvió a tejer encantamientos de vínculo, hechizos de sumisión, conjuros de amor sin consentimiento.

—Si no me aman por voluntad… me amarán por necesidad —susurró, con los ojos enrojecidos por el deseo de poseer algo que no recordaba haber perdido.

No sabía que estaba repitiendo su antiguo error. No sabía que el amor verdadero no se forja con hilos de magia. Y mucho menos sabía que Sylara la estaba observando desde las sombras. En una dimensión paralela, entre los velos del tiempo que aún ardían, la emperatriz de la oscuridad caminaba en círculos, satisfecha.

—Ambos han sido separados… —murmuró, su voz acariciando el vacío como una melodía torcida— Ambos olvidaron. Y el tablero ha sido reiniciado.

Miró hacia el mundo con ojos brillantes como carbones.

—Ahora empieza la verdadera guerra.




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