En lo alto de su torre cubierta por enredaderas negras y cristales rotos que vibraban con poder oscuro, Sylara preparaba su jugada maestra.
Había observado el reencuentro de Kael y Alyss. Había visto el leve temblor en sus cuerpos, el reconocimiento que no alcanzaba a tomar forma, los ojos húmedos sin razón aparente. El alma de ambos, aunque separada por los hilos del tiempo, seguía buscándose como dos ríos subterráneos destinados a encontrarse.
Pero Sylara no podía permitir que ese lazo despertara por completo. Porque si lo hacía, renacería también la magia que ella más temía: el amor verdadero, el sacrificio sagrado, el poder del recuerdo compartido.
-No -murmuró con una sonrisa torcida, su voz arrastrándose por las paredes como humo- Esta vez los quebraré antes de que florezcan. Y lo haré desde dentro.
Mientras Kael dormía en su cabaña, Sylara se coló entre sus sueños. Lo hizo sin esfuerzo. Él había sido suyo una vez. Y una parte de él, por rota que estuviera, aún conservaba la grieta por donde colarse. Se deslizó en su mente como un perfume suave, como una melodía de infancia, como una sombra familiar.
-Kael... -susurró la voz en la penumbra del sueño- ¿Por qué no recuerdas lo que ella te hizo?
En su visión, Kael se vio de nuevo encerrado, atado, rodeado por espejos. Su cuerpo temblaba, sus labios sangraban. Frente a él, una figura femenina con ojos oscuros le colocaba un cinturón de magia blanca con destellos celestes.
-Te encadenó -decía la voz- Te obligó a amarla. Como lo hizo con tantos otros. ¿Lo habías olvidado?
Kael gritó, pero no había sonido. Su propio reflejo en el espejo parecía ajeno, ajado, hundido en desesperación.
-Todo lo que sientes por ella -prosiguió Sylara, invisible pero en todas partes- es una ilusión. Una herida que no has sanado. No es amor, Kael. Es trauma. Es la trampa de una hechicera que nunca supo amar sin poseer.
Kael despertó de golpe. El alba apenas rompía el horizonte. Su cuerpo estaba empapado en sudor. Su corazón golpeaba contra su pecho como un tambor de guerra. Se llevó una mano al rostro. Sentía el pulso de algo que no podía explicar.
-¿Fue un sueño? -murmuró- ¿O... fue un recuerdo?
Se levantó, confundido. Salió de su cabaña y caminó hacia el bosque, hacia la cabaña de Alyss. Pero cada paso le parecía más incierto. Cada imagen que se cruzaba en su mente los ojos de ella, su voz, su hechizo ahora estaba teñida de duda.
Al mismo tiempo, Sylara visitaba a Alyss en sus pensamientos. Pero con ella, fue más sutil. No le mostró imágenes. Le sembró preguntas. Le sopló dudas al oído como un viento helado.
-¿Y si él solo se acercó a ti por tu magia? ¿Y si al recordar todo... te odia? ¿Y si nunca te amó realmente...? ¿Y si siempre fuiste solo su prisión?
Alyss, dormida, lloraba sin saber por qué.
Al día siguiente, cuando Kael tocó la puerta de su cabaña, ella no lo abrió con la dulzura de días atrás. Había un velo en su mirada. Un nudo en su garganta. Y Kael, al verla, retrocedió medio paso.
-He venido a agradecerte -dijo él, su voz algo tensa- Por el remedio. Mi madre está mejor.
Alyss asintió con frialdad.
-Fue un placer.
Kael dudó. Quiso hablar de los sueños. Quiso decirle que sentía una grieta creciendo en su mente, que creía haberla conocido antes. Pero la duda era una serpiente enroscada en su pecho.
-¿Te pasa algo? -preguntó ella, sintiendo la tensión en el aire.
Él no supo qué responder. Y ella, dolida por el silencio, cerró la puerta. Sin saber que una voz antigua, una emperatriz oscura, estaba tejiendo una telaraña entre ambos.
Desde su torre, Sylara observaba, satisfecha.
-Que se alejen -dijo- Que desconfíen. Que se hieran sin razón. Que el amor se convierta en desconfianza y la unión, en ruina.
Porque esta vez, ella no necesitaba destruirlos. Esta vez, se destruirían solos.