Kael no durmió esa noche. El sueño impuesto por Sylara había sido insidioso. Acarició sus pensamientos con la ternura de una mentira bien construida. La imagen de Alyss colocándole un cinturón de sumisión, su rostro suplicante, sus palabras huecas, se repetía como una pesadilla intermitente en su mente.
Y sin embargo, algo dentro de él se resistía. No era un pensamiento, ni una certeza, sino una punzada muda en lo más profundo de su pecho: un rechazo visceral a creer que aquella mujer, cuyo nombre se adhería a su lengua como un eco sagrado, hubiese querido dañarlo realmente.
Pero esa resistencia no trajo consuelo, solo más confusión. Se levantó al alba sin saber por qué. No tenía respuestas, solo una opresión constante en el pecho. Caminó por el bosque como un espectro errante, sin dirección precisa. Cada árbol parecía observarlo. Cada raíz bajo sus pies le hablaba con un susurro viejo.
—¿Y si es cierto? —pensaba, mordiéndose la lengua mientras caminaba— ¿Y si realmente me manipuló? ¿Y si mi amor no era más que una ilusión construida por magia?
La idea lo enfermaba. El amor si había sido real, ¿cómo podía haber nacido de un hechizo? ¿O era precisamente su intensidad, su entrega, lo que lo hacía más verdadero que cualquier encantamiento?
Kael se sentó al borde de un arroyo. El agua corría mansa, como si no existiera el tiempo. Metió las manos en el cauce y cerró los ojos. Fue entonces que lo sintió: una punzada de dolor y una imagen fugaz. Una torre. Un grito. Un salto detenido. Un nombre pronunciado con desesperación.
Alyss.
El recuerdo no era nítido, pero tenía el peso de la verdad.
—¿Por qué no puedo recordarte bien? —susurró al agua— ¿Quién eres realmente en mi historia?
Se aferró a su propia voz, a la vibración de su garganta. Se dio cuenta de que, más allá del velo del olvido, había emociones que no se podían falsificar: el vacío cuando ella no estaba. La ira sin causa. El anhelo sin forma. Eran sentimientos que no nacen del engaño. Eran huellas. Y las huellas no se borran tan fácilmente.
A medida que caminaba más profundo en el bosque, recordó una historia que su abuelo le había contado de niño: sobre un lugar secreto, un altar donde los que buscaban la verdad podían confrontarse a sí mismos sin máscaras. El Oráculo Ciego.
Sin pensarlo dos veces, Kael cambió de rumbo. No era un lugar al que uno pudiera llegar con lógica. Había que seguir el instinto, dejarse guiar por lo no dicho, por la parte del alma que no responde a razones.
Horas después, llegó a un claro oculto entre raíces trenzadas como dedos de gigantes dormidos. En el centro, una roca enorme cubierta de musgo. A su alrededor, símbolos antiguos tallados con manos desconocidas.
Kael se arrodilló frente al altar.
—Quiero la verdad —dijo, su voz apenas audible— No importa cuánto duela.
El aire se volvió espeso. La luz cambió. Un ente sin forma apareció frente a él: el Oráculo. No tenía rostro. No tenía cuerpo. Solo una presencia.
—Has venido a buscar lo que ya conoces —dijo con una voz que parecía surgir de la tierra misma.
—¿Me manipuló? —preguntó Kael—. ¿Ella me usó? ¿Me obligó a amarla?
El Oráculo no respondió de inmediato. Una ráfaga de viento envolvió el altar. Y luego, vinieron las imágenes. Borrosas, pero intensas. Kael atado. Kael cayendo. Kael salvado. Alyss llorando. Alyss muriendo para detener el tiempo. Todo entrelazado con una emoción que lo atravesaba como acero fundido: amor. No impuesto. No creado. Amor nacido en el crisol del sacrificio.
—Lo que sientes es real —dijo el Oráculo— Fue sembrado en la desesperación. Regado con renuncia. Y florecido bajo la luz de una promesa que tú hiciste. Aunque lo olvidaste, tu alma aún lo honra.
Kael cayó de rodillas.
—¿Entonces ella murió por mí?
—Y tú la buscaste —respondió el Oráculo— En el corazón del tiempo. Y lo harás otra vez. Pero primero, debes recuperar lo que te robaron.
—¿Cómo?
—Ve a la Cripta de los Hilos. Donde yacen los recuerdos que fueron cercenados. Allí está tu historia. Esperando ser leída.
Kael sintió el temblor de una nueva claridad en su mente. No era paz. Era dirección. Y con ella, renació una certeza: No dejaría que Sylara ganara. No esta vez.
Volvió a su cabaña solo para tomar su espada y su capa. No dijo adiós. No necesitaba hacerlo. El bosque se cerró detrás de él como una puerta sellada.
Kael partió hacia el borde del mundo con una herida abierta en la memoria, pero con el corazón encendido por una luz silenciosa:
El amor no se olvida. Solo duerme. Y él estaba por despertarlo.