El Hechizo Del Corazón Cautivo

Las Voces del Cristal

Dentro de la prisión negra, Alyss dormía. O creía dormir. Su cuerpo no se movía, su voz no se alzaba, pero su alma sí sentía. En la vastedad de la oscuridad cristalina, flotaba entre pensamientos que no sabía si eran suyos o sembrados por el hechizo.

Los días no existían dentro del cristal. Tampoco las noches. Solo una eternidad suspendida, un sueño quieto como la superficie de un lago muerto. Y en ese sueño, las voces eran lo único que rompía el silencio. Una sombra con rostro femenino susurraba a veces:

-Nadie vino por ti. Nadie te amó. Tu vida no importó.

La voz era suave, sedosa, venenosa. Era la voz de Sylara. Se colaba por cada grieta de la prisión, se adhería a la piel del alma como el hollín, como el frío.

Y Alyss, exhausta, solo asentía con la mente. No tenía voluntad para luchar contra aquello. No tenía recuerdos que la defendieran. Su único impulso era seguir cediendo, hundiéndose, dejando que el vacío terminara de envolverla.

Pero aquella noche, algo distinto ocurrió. Una chispa. Un temblor.
Una presencia. Kael. Había llegado. Y aunque no podía romper aún la barrera mágica, su alma sí la tocó. Fue un roce espiritual, una caricia más allá de lo físico, más allá de la lógica. Sus dedos se posaron sobre el cristal, y en ese instante, Alyss lo sintió.

Una palabra surgió de la nada, nacida de la conexión que jamás se había roto: Alyss. Un nombre dicho con amor verdadero. Con desesperación. Con promesa.

Y por primera vez en tanto tiempo, el cristal pareció agrietarse apenas, como si el alma de Kael hubiera tocado la suya a través de la distancia, el tiempo y el olvido. En su inconsciencia, Alyss murmuró sin voz:

-¿Kael...?

No recordaba quién era. Pero el sonido de ese nombre le dio calor. Como si una brasa viva se encendiera en el centro de su pecho dormido. Y en lo más profundo de sí, una chispa de su magia volvió a encenderse.

Afuera, Kael se arrodillaba frente al cristal con las manos sobre el corazón. Su respiración era entrecortada. Su mirada, deshecha. Verla allí, atrapada, resignada, sin siquiera luchar, era más doloroso que cualquier herida de guerra. Era como ver el sol apagado, el mar sin sal, el tiempo sin movimiento.

-Te rindieron -susurró con los dientes apretados- No fue tu elección. Sylara te arrebató incluso las fuerzas para resistir. Pero tú no eras así tú eras fuego.

Sus dedos resbalaron por la superficie helada del cristal, como si intentaran arrancar la oscuridad con solo la calidez de su piel.

-Yo te vi luchar contra tus sombras. Yo te vi desafiar tu destino. ¿Y ahora...? ¿Así te quedas? ¿Así te resignas?

Se dejó caer de rodillas. El peso de la impotencia era insoportable. No podía entrar. No podía romper el hechizo. Y ella... ella no lo conocía. No lo llamaba. No se aferraba a él. Kael apretó los puños.

-No te culpo, Alyss... -susurró, con una voz trémula- Solo... no puedo aceptarlo. No puedo aceptar que el mundo te haya roto de este modo. No después de todo lo que diste por mí. Por nosotros.

Un dolor punzante se instaló en su pecho, como si algo lo rasgara desde adentro.

-Yo debí protegerte -dijo- Y fallé.

Cerró los ojos. Lágrimas pesadas descendieron por sus mejillas. Y entonces, como respuesta a ese dolor sincero, como si su verdad tuviera el poder de mover lo inmóvil, el cristal vibró.

Alyss, dentro, movió los dedos. Fue apenas un gesto. Un espasmo. Pero Kael lo vio. Se irguió con el corazón acelerado. Se acercó más. Apretó las manos contra el cristal.

-¡Alyss! ¡Escúchame! ¡Estoy aquí! ¡Kael está aquí!

La oscuridad pareció temblar por dentro. Y del interior del cristal, una lágrima descendió por el rostro dormido de Alyss. Kael la vio. Y comprendió.

-No te has rendido del todo... -dijo con un hilo de voz- Aún estás allí. En algún rincón... tú me escuchas.

Y entonces lo juró. De pie frente a la prisión, con la luna por testigo, con la tierra contenida, Kael juró por su vida, por su alma y por todo lo que amaba que la salvaría. Que no descansaría hasta verla libre. Que restauraría su memoria, su dignidad, su fuego.

Que si tenía que arder junto a ella para liberar su llama, lo haría. Y al fondo de la noche, en lo más profundo del cristal, Alyss soñó con luz por primera vez.




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