La atmósfera del castillo oscuro de Sylara pesaba como una cúbica masa de plomo fundido. Las sombras parecían vivas, se deslizaban por las paredes como lenguas hambrientas que lamían los cimientos de piedra y magia.
Era una noche eterna, sin estrellas, sin luna, sin esperanza. Pero en medio de aquella sofocante oscuridad, una figura avanzaba con paso firme, decidido, casi desafiante.
Era Kael, el guerrero que había amado y perdido, el que ahora llevaba sobre sus hombros el peso de su culpa como una armadura invisible que lo quemaba más que cualquier fuego. Kael no temía a la muerte. Temía el olvido.
No el suyo. Sino el de Alyss. La mujer que había amado como nunca amó a nadie. Aquella a quien había dañado sin querer, aquella cuya voluntad había sido doblegada por su desesperado deseo de ser amado.
Había sido un títere de Sylara, y en su ceguera, colocó a su amada un cinturón mágico que anulaba su libertad. ¡Qué ironía cruel! Su amor, en lugar de protegerla, la había encadenado.
Desde que recuperó sus recuerdos, Kael vivía atormentado. Cada noche revivía los instantes en los que vio los ojos de Alyss apagarse, en los que su sonrisa se tornó mecánica y vacía.
La magia oscura de Sylara había hecho el resto: encerró a Alyss en un cristal negro, aislándola de todo, incluso de sí misma. Su magia estaba dormida. Su mente vagaba en un sueño eterno. Su alma había perdido la voluntad de vivir.
Y ahora, Kael estaba ahí, dispuesto a luchar contra la encarnación misma del mal para rescatar no solo a la mujer que amaba, sino también a la parte de él que quedó atrapada en ella.
El salón del trono se abrió ante él como la boca de un depredador. En lo alto de la escalinata, envuelta en una capa de humo y poder, lo esperaba Sylara. A su espalda, como una joya maldita, el cristal que contenía a Alyss brillaba tenuemente, latiendo con una luz que solo Kael podía reconocer: el eco de su amada.
-Llegas tarde, guerrero -dijo Sylara, su voz era un canto venenoso- Ella ya no te recuerda. Ya no quiere recordar. Se rindió. Y tú la ayudaste a hacerlo.
Kael cerró los ojos, permitiéndose por un instante sentir el aguijón de aquellas palabras. ¡Cuánto deseaba que no fueran ciertas! Pero en el fondo, sabía que tenían algo de razón. Su amor había nacido en la desesperación, en la necesidad de aferrarse a algo puro. Y esa necesidad lo había vuelto egoísta.
-Tienes razón, Sylara -susurró, desenvainando su espada con lentitud- No merezco su perdón. Pero aun así, lucharé por ella. Porque merezco pagar lo que hice. Y porque si hay una sola posibilidad de salvarla, de devolverle sus recuerdos, de liberarla... entonces daré mi alma por conseguirlo.
Los pilares temblaron. El aire se cargó de magia. La batalla comenzó. Sylara invocó lágrimas de oscuridad, dagas de sombra, cadenas hechas de dolor y mentira.